La depravación, la locura, la esquizofrenia… las enfermedades que trastocan todo símbolo de aquiescencia en el ser humano son sin duda uno de los temas que más han fascinado y aterrorizado a nuestros semejantes desde que tenemos prueba de ello gracias a la invención del pergamino. El cine como todo arte interesado en retratar la inmundicia y suciedad que separa la línea de lo estable y aceptado de lo deleznable e ilógico igualmente se ha sentido atraído desde sus orígenes (sólo hace falta recordar Ejecución de un elefante) por las disciplinas que tienen en la muerte, la destrucción y el asesinato (consciente o inconsciente por parte de sus ejecutores) su sustancia fundacional. Aún desconocemos a ciencia cierta, desde los cimientos de la razón, la respuesta a la pregunta ¿cómo puede un hombre perpetrar el homicidio de cualquier otro ser sin mostrar ningún atisbo de arrepentimiento o sencillamente aceptando como una parte normal de su día a día la compañía de la sangre ajena para obtener el oxígeno necesario con el que respirar? La respuesta a esta cuestión creo que jamás podremos obtenerla. Y eso es algo que nos enardece y aterroriza como seres reflexivos e inquietos ansiosos por derribar nuevas fronteras pertenecientes al lado oculto de la ciencia.
Así son múltiples los ejemplos cinematográficos que han tratado de ofrecer algo de luz a las tinieblas que representan la psicopatía extrema. En los años treinta ya Fritz Lang retrató la poliédrica personalidad de un asesino lanzando un juicio de valor que convertía al sádico despiadado en una víctima de la política de masas en M, El vampiro de Dusseldorf. Al igual que el maestro vienés con el paso del tiempo, las nuevas generaciones de cineastas se empezaron a interesar en mostrar psicópatas asesinos esbozando un retrato alejado del de escoria a limpiar de seco de la sociedad, sino que lanzando una mirada más intelectual e introspectiva, intrigada en comprender los mecanismos que llevaron al asesino a ejecutar aquellas aberraciones que ponen en estado de alerta la estabilidad de la sociedad. Desde Chaplin con Monsieur Verdoux, pasando por Richard Fleischer con El estrangulador de Boston o sin ir más lejos el Maniac de William Lusting. Todos ellos son ejemplos, de diversa concepción cinematográfica y temática filosófica, de la atracción que los desequilibrios de la mente aplicados al asesinato infunden en los guionistas y directores de cine.
No me puedo olvidar de la primera cinta que viene a mi memoria cada vez que pienso en este subgénero de asesinos en serie, la cual no es otra que esa obra maestra del cine no siempre bien tratada por la crítica que es Henry, retrato de un asesino. Confieso que pocas películas me han perturbado y revuelto en mi interior como esta magna cinta del cine americano de los ochenta. Creo que este arrebato se debe al hecho de que la cinta estaba desprovista de juicios de valor y prejuicios aceptados en contra del personaje principal. El estilo realista, llevado casi hasta el vómito, carente de artificios y recelos en contra las aberraciones filmadas en primer plano y casi sin maquillaje ciertamente me ofuscaron … debido a que en cierto sentido comprendía al protagonista, el cual a pesar de lo repugnante de sus actos era mostrado como un ser humano atrapado por una red de maldad y depravación de la cual era imposible desembarazarse.
En esa misma línea hiperrealista de Henry se mueve La angustia del miedo (Angst), único largometraje dirigido por el oculto genio austriaco Gerald Kargl y que es sin duda una de las más extrañas, sucias y nauseabundas películas de la historia del cine austriaco (incluso por delante de las obras más nocivas de Michael Haneke). Y es que La angustia del miedo es la película de terror puro que le hubiera gustado dirigir a Michael Haneke. Desde el punto de vista atmosférico la cinta comparte numerosos vasos comunicantes con el cine del director de Caché: su gusto por el dibujo de ambientes burgueses demolidos por la aparición de un elemento achacoso que convierte el feliz hogar en un infierno de tintes dantescos, la representación de la violencia como elemento central de vertebración de comunicación de la sociedad así como una puesta en escena limpia de fuegos artificiales impostados que ayuda a dotar a la obra de un inquietante halo de vacío existencial y depravación, la ausencia de sentimientos pasionales en los personajes los cuales parecen moverse más como robots programados por un demiurgo maléfico que por su propia acción motriz, etc…
Angst es la típica película que no admite medias tintas: o la amarás o la aborrecerás. Su planteamiento innovador que abraza en cierto sentido los paradigmas del cine vanguardista de los sesenta convierte al film en un bicho raro dentro de la especie a la que pertenece, por lo que si el espectador busca un entretenimiento escapista a base de sangre, vísceras, leves gotas de intriga y dinámicos asesinatos de adolescentes, Angst no será su película.
Lo primero que llama la atención del film es su marcado carácter documental. La cinta narra a tiempo real (sin cortes de montaje ni elipsis que ayuden a oxigenar el turbio ambiente ponzoñoso narrado), las horas que acontecen tras la puesta en libertad de un psicópata que después de haber permanecido preso durante diez años por el asesinato de una anciana dejará atrás los barrotes de su celda. La película apenas posee diálogos, sino que la opción dialéctica elegida por Kargl es la de la voz en off del asesino, el cual como una especie de sesión de psicoterapia compartida con el espectador, nos va contando los distintos acontecimientos que motivaron su encarcelamiento, su caída al abismo infernal de la locura así como sus deseos innatos de asesinar motivados por las acciones pasadas de una madre excesivamente protectora que dinamitó las escasas luces de cordura de nuestro protagonista. De este modo Kargl nos introducirá en la mente y en las entrañas del psicópata homicida, el cual únicamente tendrá como objetivo tras su liberación colmar su sed de sangre asesinando al primer transeúnte que se cruce en su camino. En seguida se le presentará la opción en un bar de carretera habitado por un impersonal hombre de avanzada edad así como por dos jóvenes desvergonzadas que parecen ansiar una compañía masculina para satisfacer sus instintos carnales. Sin embargo, el objetivo se presentará imposible, por lo que el homicida optará por abandonar el lugar en otra dirección más ventajosa. Tras varias peripecias, éste acabará aterrizando en una bonita casa de campo apartada de la civilización y aparentemente deshabitada. Una vez dentro del edificio, no tardarán en arribar al mismo la familia propietaria compuesta por una mujer de avanzada edad enferma del corazón, una bella adolescente y su hermano víctima de una enfermedad mental.
La soledad propiciada por el lugar así como la oportunidad de ejercer un sádico juego de muerte y depravación con los inquilinos, colmarán las perversas necesidades del asesino, el cual no dudará en amordazar, torturar, acuchillar y maltratar a los desamparados residentes para alimentar sus criminales deseos. No hace falta que reseñe que la película se construye a partir de las prácticas y extravíos que el asesino cometerá con la familia propietaria del chalet en el que tienen lugar sus fantasías de perdición. El hecho de centrar la columna vertebral de la trama en el interior del hogar, residencia que ha sido tomada por un ángel del infierno desprovisto de todo atisbo de sentimiento, enardecerá una enfermiza sensación de claustrofobia y opresión en el espectador.
La película hace de la sordidez y la obscenidad sus dos señas de identidad. Y es que Angst es sobre todo un viaje a los infiernos de la mente de un asesino. A pesar de su marcado carácter de serie B de fábrica, Gerald Kargl demostró un sorprendente dominio técnico del arte cinematográfico dotando a su obra de planos de un virtuosismo magnético. Así los encuadres más clásicos se mezclan con desparpajo y talento con contra-picados demenciales así como una fotografía tomada en grúa que acompaña los pasos en primer plano del asesino, la cual confiere a las escenas fotografiadas con esta innovadora y moderna técnica fotográfica un carácter desquiciado y desequilibrado que casa a la perfección con la mentalidad del psicópata protagonista. Sin duda, el punto más magistral desde el punto de vista técnico del film, es el hecho de situar la cámara en las escenas más depravadas en planos cenitales, de modo que el espectador es cincelado a imagen y semejanza de una especie de Dios curioso que observa las perversiones de sus discípulos desde la lejanía y sin actuar ni tomar partido en favor de las víctimas de nuestra sádica creación. Estas escenas fotografiadas desde las alturas del cielo sirven al director austriaco para lanzar una metáfora acerca de la crueldad-inexistencia de un Dios piadoso y benefactor con sus seguidores, sino que al revés, nuestro supuesto Dios es igual de sádico que su criatura, disfrutando desde la lejanía de sus vicios y extravíos, y sin ganas algunas de acercarse a la escena del crimen para salvaguardar la existencia de los desvalidos mártires del mal ajeno.
El nervioso montaje empleado por Kargl igualmente insufla un aire desquiciante, cruel y áspero difícil de digerir, alejado de las convenciones primariamente aceptadas en el mundillo cinematográfico a la hora de construir una obra de parámetros clásicos. Sin duda el aspecto que más me gusta del film es su deseo de explorar en la mente de un asesino, sin ningún tipo de escrúpulo ni intenciones paternalistas, haciendo del realismo de trincheras su opción principal. Me cautiva el hecho de que Kargl ruede los asesinatos desprovistos del glamour y las coreografías impostadas del slasher. Los asesinatos de Angst son sucios, vomitivos, brutales, bárbaros, inhumanos… La locura que el asesino exhibe, inducirá a éste a diversas prácticas despiadadas, desde la necrofilia a la tortura sin miramientos del estado mental del contendiente. Y esto, al igual que me pasaba con Henry, es lo que convierte a Angst en una película inolvidable que revuelve el estómago y el cerebro llevando al espectador a una dimensión desconocida y peligrosa. Como punto final a la reseña, indicar que esta es la película favorita de otro de los niños terribles del cine contemporáneo, el argentino Gaspar Noé, el cual tomó prestadas ciertas referencias de la misma para incluirlas en la famosa escena de la violación de su Irreversible. No recomiendo esta película para aquellos que posean estómagos y mentes sensibles.
Todo modo de amor al cine.