Shock guarda su peso en la historia del cine de géneros italiano por varias razones. La primera, y por ende la más notoria, por ser la última película de uno de sus más importantes referentes, Mario Bava, antiguo padrino de vertientes tan relevantes como el gótico o el giallo. Otra tesitura en la que podemos valorar Shock es por ser una de esas piezas que protagonizaron el principio de la decadencia del cinemabis transalpino, que en la siguiente década de los 80 caería ya rendida a los lisérgicos efluvios del exploit desenfrenado mientras que antiguos artesanos del género daban sus últimas piezas de culto. Dentro de la filmografía del director italiano, Shock llega en un momento en el que el autor prácticamente había rendido cuenta con su cinematografía en todos los ámbitos, así que se surte de la eterna premisa de la casa encantada y el niño como ente vulnerable y conexionado con el elemento paranormal. La película cuenta en su reparto con rostros tan habituales en el género transalpino como Daria Nicolodi y John Steiner, quienes interpretan a una pareja que se va a vivir al anterior domicilio conyugal de la mujer, quien ha sufrido una profunda depresión y trastornos de ansiedad tras el aparente suicidio de su primer marido; les acompaña el hijo de aquel matrimonio, que pronto empezará a experimentar extraños acontecimientos.
Aún con lo sistemático y lineal de su desarrollo, Bava afronta Shock utilizando algunas de sus armas predilectas, como la contextualización escénica de los interiores (así como sus elementos, espejos mediante), o un foco estilístico arropado del uso de la sombra y el fondo de plano, todo bajo un juego en el que la presencia de lo paranormal se edifica en la historia de una manera abstracta y etérea como ocurriría años después en el Macabro de su hijo Lamberto (sin ir más lejos, parece ser que Mario ayudó bastante en su realización), film con el que Shock tiene planteamientos más que similares en ese juego constante de la venganza del más allá perenne en una atmósfera de turbio dibujo. Ambas cintas pierden parte de su fuerza cuando se vuelven inesperadamente vulgares en la exposición del componente maligno, donde aquí secuencias como la mano putrefacta que acosa los sueños del personaje de Nicolodi parece encumbrar un espíritu de exploit que, a la película, sin engañarnos, no acaba de sentarle nada bien. A pesar de que Bava intenta afrontar un suspense que se mantiene con mucho interés, hay una serie de premisas que incluso podrían emparentar Shock con el cine de Dario Argento, algo que por extensión une a la película con las querencias artísticas del fantástico italiano de la época; así, la forma en la que se afronta la temática sobrenatural (Argento por entonces mutaba sus gialli en esta coyuntura con su magistral Rojo Oscuro), con un choque realidad-ficción que se presenta desbordante en algunos momentos (aquí una pared de ladrillos núcleo del misterio y el enigma) hacen de Shock un film singular, de unas peculiaridades que parecen enlazar la exquisita elegancia de los mejores gialli con lo abrupto y basto del splatter italiano de naturaleza subversiva que vendría años después. Aunque no han de entenderse estas relaciones como algo peyorativo (y que al final y al cabo ensalzan la singularidad de la película), sí que ofrecen a un Bava ajeno a la naturalidad, entregado al propio status del fantástico italiano de entonces y que sitúan a la película como una de las muestras menos personales del director, acostumbrado a germinar y eclosionar auténticas vertientes posteriormente imitadas.
Aún así, Shock, de la que no hay que olvidar, para ser justos, las habladurías de una supuesta co-dirección con Lamberto (quien también escribe el libreto, junto a un guionista tan elemental como Dardano Sacchetti), tiene unos planteamientos escénicos apabullantes, conseguidos sobretodo en su tercio final; con toda una oda a los juegos de cámara o las sobreexposiciones estéticas, Bava confabula una retahíla de recursos visuales convirtiendo su obra en una muestra enrarecida de lo paranormal, altamente opresiva, que encauzarán una resolución final desesperanzadora y fatalista, aunque los más sabios en el género la puedan prever. Además de ser vista a día de hoy como la última obra de una de las figuras angulares del cine italiano como Mario Bava, con sus pros y sus contras, Shock deja para también para el recuerdo uno de los planos más maravillosos y perversamente turbadores de la historia del fantástico italiano, un conjunto interpretativo inesperadamente funcional (aún con las desmesuradas dramatizaciones de Nicolodi) y un score suficientemente representativo.