La alternativa | Deadgirl (Marcel Sarmiento, Gadi Harel)

«I won’t run far, I can always be found.
If you need me, I can always be found.
If you want me to stay, I will stay by your side.»

(No correré lejos, siempre podrás encontrarme.
Si me necesitas, siempre podrás encontrarme.
Si quieres que me quede, me quedaré junto a ti.)

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Durante los últimos compases de Deadgirl, y antes del fundido a negro que marca su punto y final, estas consignas, extraídas del tema «The Other Side of Mt. Heart Attack», se repiten una y otra vez como un mantra que enriquece notablemente, y hace aún más palpable si cabe el cariz sarcástico y desesperanzador de la primera colaboración entre Marcel Sarmiento y Gadi Harel detrás de las cámaras tras sus respectivos debuts cinematográficos. Aludiendo directamente al maltrecho personaje principal de la cinta, privado de toda voluntad, encadenado a merced de sus torturadores y sometido a abusos por toda la eternidad en su estado de muerte en vida permanente, las estrofas del grupo neoyorquino Liars, al igual que el largometraje que ayudan a clausurar, pese a parecer tan sólo una última broma en un genial fin de fiesta, dotan de un significado mayor y más profundo a un relato cuya superficie invita a contemplarlo como un simple artificio en pos de provocación y la polémica.

Detrás de esa capa exterior dominada por protagonistas estereotipados y desdibujados, fluidos corporales, diálogos burdos y poco inspirados, necrofilia, clichés, y riadas de violencia explícita no sólo física, sino también psicológica, Deadgirl, al igual que el cuerpo desnudo de la mujer cuyo apodo da título a la cinta, posee un interior que atesora una complejidad inusitada que puede percibirse desde sus primeros momentos a modo de un devastador retrato de la sociedad contemporánea en la que el clasismo, el abuso y la misoginia más recalcitrante están a la orden del día.

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La escena inicial del filme, en la que dos matones de instituto vejan a un compañero, se resuelve con Joann, el interés amoroso del protagonista, realizando la única acción noble que podrá verse a lo largo de todo el metraje. No es coincidencia que sea una mujer quien lo lleve a cabo, de igual modo que tampoco cae en los terrenos de la aleatoriedad que todos y cada uno de los hombres que pueblan la narración sean retratados como monstruos, esclavos de sus necesidades primarias y su sexualidad, capaces de todo para saciarlas.

Por su contenido y temática, la estimable Deadgirl podría ser catalogada fácilmente dentro del extenso género del terror, aunque probablemente por razones equívocas. No cabe duda de que muertos vivientes, desmembramientos, y edificios repletos de rincones oscuros y amenazadores cumplen a la perfección con los cánones preestablecidos por sus congéneres; pero esta desasosegante historia de amor —no deja de serlo en cierto modo— se aleja de las herederas de La noche de los muertos vivientes y entra a jugar en la liga de obras como Jack Ketchum’s the Girl Next Door en las que no son necesarios monstruos ficticios para aterrorizar y asolar conciencias cuando se cuenta con el ser humano como principal adalid de la maldad más pura.

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