Con el final de la II Guerra Mundial, el soldado soviético Fyodor vuelve triunfante y algo melancólico a su hogar, donde se encuentra con un niño huérfano también llamado Fyodor. Tras unas horas de convivencia en tren, ambos parecen haber trabado una amistad silenciosa y deciden vivir juntos. En esta nueva vida, Fyodor adulto se dedica a construir casas, mientras Fyodor niño aprende, juega y gestiona la mayoría de las labores del hogar. Todo fluye alegremente, excepto cuando el niño roba para comer, aprendiendo valiosas lecciones relativas a la comunidad y a la necesidad de conocer a tus vecinos. Así, los días van pasando y la perspectiva de una vida mejor juntos es sólo cuestión de tiempo, mucho más cuando en 1947 se terminan las cartillas de racionamiento y la reconstrucción de la ciudad parece efectiva. Sin embargo, todo lo bueno que tenía esta pareja de Fyodors sufre un repentino revés: un día, la joven Natasha aparece en la vida de Fyodor adulto y esta relación de amor parece poner al chico en un segundo plano (o así lo entiende Fyodor niño).
Aunque la historia es escandalosamente simple, y trata sobre una relación equivalente a la de un padre y un hijo (aunque más bien parezcan hermanos), la orfandad del joven y el regreso de la guerra del mayor aumenta los matices acostumbrados en estas historias. La idea de que la aparición de otra persona en sus vidas genere hostilidad en uno de los miembros no es nada nuevo ni original, pero la película desarrolla diferentes sentimientos más allá de los celos, seguramente por lo impregnada que está del espíritu de la posguerra, aunque nunca obvie la amabilidad incluso aunque les hagan alguna putada mientras duermen.
De hecho, la vida misma de la posguerra se muestra con mucha veracidad. Y no se trata solo de edificios destruidos y tarjetas de alimentos. La mayoría de las personas que vivieron en ese momento aparecen de verdad en la película, aunque con unos años más. Basta con echar un vistazo a todo lo que se muestra en pantalla, donde casi todos los personajes de la película tienen un rostro de mirada dura y preocupada. Y aunque se presupone que los niños no tienen esa mirada, Fyodor niño sí, porque la guerra le ha quitado la infancia y por mucho que trate de comunicarse con otros chavales, siempre le resulta más inútil que estar con Fyodor adulto. Basta con recordar una de las líneas de diálogo del joven para comprender en todo su esplendor ese desgarro de la guerra, pese a que emocionalmente siga afrontando lo más básico exactamente igual que un niño: ¿Y este helado cuesta 12 rublos? ¡Mejor comprar patatas!
Por cierto, qué pegadizas son todas las canciones que aparecen en esta película.