Pocos cineastas han sido capaces de encontrar una relación sostenible entre el terror subacuático, ese protagonizado por escuálidos capaces de transformar en víctimas incluso a los más aguerridos hombres de mar, y lo tangible de una situación proclive a dirigirse a terrenos que bordean el absurdo. Una noción, la del dislate como extensión propia, que precisamente se dispone como la zona de confort de David R. Ellis, autor de títulos como varios episodios en la saga Destino final que, incluso acogiéndose a premisas menos disparatadas —como en aquella Cellular con Kim Basinger al frente—, siempre encontró soluciones semejantes. Volviendo, no obstante, a su faceta más desprejuiciada, su último trabajo antes de dejarnos a la edad de 60 años, era obvio que encajaba a la perfección con el delirio que se impuso por lo general a lo largo y ancho de su obra. La conjunción de elementos como una pandilla de universitarios en busca de diversión, un lago (!) repleto de tiburones y personajes más propios del imaginario de la América profunda que de un film de estas características, ya hacían presagiar que bien nos podíamos encontrar ante el enésimo dislate de un cineasta acostumbrado a lindar los límites del mayor de los desatinos.
Sería, sin embargo, un error pensar que el cine de David R. Ellis se rige únicamente por una máxima que al fin y al cabo es la que le otorga esa particular dimensionalidad. Además, el cineasta se muestra en esta Tiburón 3D: La presa un ávido narrador: en apenas espacio y tiempo, los conflictos centrales de sus personajes, así como el carácter de cada uno —por más que en algunos casos nos encontremos únicamente ante tópicos de este tipo de cintas—, quedan expuestos para entrar en materia con aquello que su título anuncia: un film de terror que, si bien se podría emparentar perfectamente con los tiempos que corren, vista su premisa y acogiéndonos al desbarre que suponen en más de una ocasión sus giros de guión, del mismo modo quedaría equiparada a una de aquellas series B de épocas pretéritas que, con las mismas ganas de sorprender y mostrar una devoción impropia del género, nos regalaban soluciones argumentales pasadas de vueltas cuya única competencia era expandir un universo ya de por sí loco.
Cierto es que Tiburón 3D: La presa no posee grandes alicientes más allá de conocer cual es el motivo que aloja a los escuálidos protagonistas en un lago en mitad de un pueblo de la América rural —puesto que los villanos no tardan en delatarse a juzgar por su aspecto y motivos—, pero tan cierto como que el de California sabe hallar alicientes extra, aunque sean tan absurdos como las relaciones entre distintos personajes que el propio director ni siquiera ha dado la oportunidad de profundizar. Claro está, pues, que no nos encontramos ante un film cuyos atisbos vayan más allá de la diversión pura y dura, el cruento y sanguinolento festín pergeñado con el mero objetivo de otorgar al espectador aquello que realmente busca y el espectáculo más delirante, aquel que no necesita mayor objeto que bucear entre los instintos más primarios de cualquiera al afrontar un título como el que nos ocupa, y es que, ¿quién se preocuparía de buscar profundidad cuando el simple (y delicioso) avistamiento de una escena donde un universitario se enfrenta a un tiburón cuerpo a cuerpo con una lanza hace acto de presencia?
Larga vida a la nueva carne.