Si existe un escritor popular y leído entre la gente de mi generación ese es sin duda Stephen King. Contaba con poco más de doce o trece años cuando llegó a mis manos una edición de Christine. Sin muchas ganas decidí adentrarme en el universo de ese escritor que estaba tan de moda entre mis compañeros de clase. Y efectivamente. Caí en sus redes. Creo que leí el libro en dos o tres días, pasando toda la tarde devorando páginas sin parar hasta alcanzar el desenlace. Quizás su prosa no sea poseedora de esa grafía intimista y terriblemente desgarradora de otros grandes autores del género del terror. No. King no es Poe ni Lovecraft. Ni tampoco creo que sea lo que busque. Su grafía puede que sea más caduca que la de estos genios. Pero da igual. No solo ha entretenido a millones de chavales que fueron embaucados en inquietantes pesadillas gracias a la imaginación sin límites del americano, siempre preocupado por los más simples detalles como elementos generadores de terror (a lo Alfred Hitchcock), sino que igualmente logró crear un imaginario propio y especial, muy identificable. En el cual podemos observar ciertas obsesiones. Como la de una América sometida a extraños fenómenos paranormales y totalmente sumida en la paranoia política. Guiada por hombres autoritarios. Emplazando sus relatos en pequeños pueblos conquistados por ritos rurales y arcaicos. La América profunda, dominguera, hortera y blanca. Perfectos escenarios para turbar y azotar a diestro y siniestro. Parajes colmados de fobias y miedos. A lo desconocido. A lo ajeno. A quienes poseen distinto color de piel o piensan de un modo diferente a la mayoría.
Y con estos engranajes era indudable que el séptimo arte iba a llamar a la puerta del de Portland. Numerosas han sido las adaptaciones de sus obras llevadas tanto a la pantalla grande como a la pequeña. Sin ir más lejos la reciente La torre oscura. Y como alternativa a este estreno hemos seleccionado una cinta que si bien es cierto que no puede considerarse maldita al 100%, si que en mi opinión conserva cierto arrinconamiento en lo que respecta a las adaptaciones de textos del americano. Pues Thinner (adaptación de la novela Maleficio) es uno de esos productos de los años noventa, producidos en un momento en el que el cine de terror empezaba a transformarse. El género había besado las mieles de la gloria en los años ochenta merced a una serie de producciones legendarias que todos conocemos. La época dorada del cine de terror sin duda. Fue una década propicia para ello. Sin embargo a principios de los noventa, se empezó a observar una decadencia súbita. No solo por la calidad de las piezas (que también), sino porque la manufactura menguó en proporciones mesiánicas. Es verdad que Wes Craven acudió al rescate con su saga Scream en el año 1996, dando lugar a toda una serie de imitaciones y subproductos algunos de ellos lamentables. Y lo especial de Thinner es que fue concebida el mismo año del renacimiento. Ese 1996 que parecía una losa para un Tom Holland que había conocido mejores momentos en su trayectoria en la década anterior, pues fue el responsable de las películas que arrancaron dos sagas legendarias: Noche de miedo y Muñeco diabólico.
Parece que Holland se sintió siempre mucho más cómodo en el medio televisivo que en el cinematográfico. Maldición que persiguió también a otro colega de generación como Steve Miner. Y es precisamente ese envoltorio más ligado a un telefilm que a una obra puramente cinematográfica quizás el único pero que podemos encontrar en Thinner. Por contra modélica en lo que respecta a su inscripción en el thriller fantástico y de terror. Acariciando el torso de esa forma de hacer cine esencialmente socarrona y macarra propia de los ochenta, pero tintada con la elegancia, el estilo y el dominio de la puesta en escena inherente a un capítulo de Alfred Hitchcock presenta o de La dimensión desconocida. Y a pesar del declive en el que estaba inmerso el género a raíz de esa ingente carencia de ideas que casi lo fulminó a principios de los noventa, Holland supo cocer un plato exquisito y nostálgico partiendo de un guión que transformaba en imágenes un gran éxito de King, trasladando sin ningún tipo de problemas y con bastante fidelidad su ideario.
Por tanto no podemos catalogar a Thinner como una obra rompedora y renovadora de los paradigmas habituales del thriller de horror. Y eso es precisamente lo que me gusta. Su adhesión a unos dogmas inquebrantables. Su empleo de un sentido del humor muy negro y divertido. Su brisa encantadora y artesanal, huyendo de cualquier tipo de artificio tecnológico o digital. Algo que seguramente a cualquier chaval le parecerá chapucero y cutre. Pero que a mí me evoca a ese cine realizado con abundancia de talento, pasión e imaginación, sin necesidad de permanecer rehén de lisonjas informáticas. Dejando una impronta que deriva la acción hacia terrenos atrayentes y siempre simpáticos, ideales para quienes adoran los aspectos sagrados de lo retro.
La película bebe del espíritu de Stephen King desde su arranque. El cual mostrará a una caravana de tenebrosos coches negros pertenecientes a unos feriantes de etnia gitana que arribarán a una tranquila e idílica localidad de Nueva Inglaterra para asombro de los vecinos. Sin duda un grano en el culo que políticos y fuerzas del orden tratarán de extirpar cuanto antes. Un pueblo modélico. Blanco como la piel de sus habitantes. Morado por quienes vertebran la sociedad americana. Esa nación plena de patriotismo y decencia. Puritana y fervientemente cristiana. Y racista.
Y entre estos buenos samaritanos se encuentra el bueno de Billy. Un acomodado e influyente abogado obeso como él solo. Ni siquiera la dieta a la que le ha sometido su adorable esposa tendrá ningún efecto en su cuerpo relleno a rebosar de calorías y grasas saturadas. Ni tampoco los ánimos de su tierna hija adolescente. La perfecta familia americana, a la que solo le hace falta perder los michelines del cabeza de familia para ser considerada asquerosamente impecable. Gracias a su perfecto dominio de la puesta en escena, Billy logrará salvar de la cárcel a un mafioso que agradecerá sus servicios al protagonista no solo con billetes, sino con una promesa de su ayuda en cuanto la misma sea precisa.
Todo parece ir de maravilla. Pero una noche acontecerá un hecho fatal. Y es que después de salir de una cena en la que el alcohol había corrido con generosidad, la esposa de Billy decidirá hacer una felación a su esposo en el coche mientras éste se halla conduciendo. Con tan mala suerte que en mitad del acto, la excitación del letrado le impedirá contemplar como una anciana gitana irrumpe en la carretera, atropellándola mortalmente ante los ojos de sus familiares. La vieja resultará ser la hija del enigmático patriarca de la cuadrilla de feriantes que las autoridades trataban de expulsar.
A pesar de su flagrante culpa, Billy saldrá indemne de su delito merced a la confabulación del jefe de policía y del juez del distrito que decidirán proteger a su amigo, escupiendo en la balanza de la justicia. Pero Billy no podrá esquivar la justicia gitana, pues a la salida del juzgado será asaltado por el viejo patriarca, el cual le lanzará una maldición como castigo a su asesinato. Y la justicia divina hará acto de presencia. Pues Billy empezará a adelgazar de un modo incontrolado a pesar de seguir devorando todo tipo de hamburguesas y pancetas. Lo que en un principio parece el efecto de alguna enfermedad, será realmente la consecuencia del juramento proyectado en su contra. Punto que será confirmado por la indisposición tanto del juez como del policía que lo encubrieron, afectados ambos por unas monstruosas deformaciones en sus pieles. El estado de ansiedad del mediador ira in crescendo a medida que advierta su inevitable decadencia. Y todo ello reforzado por los deslices de una esposa algo ligera que aprovechará las ausencias de su cónyuge en sus viajes hacia las diferentes clínicas que tratan de encontrar solución a su problema, para liarse con el atractivo médico del pueblo. Parece que todos han dejado de lado a Billy. Todos excepto el mafioso al que salvó de una condena segura, que acudirá a su rescate colaborando con él en el rastreo a contrarreloj de las proximidades de la villa con el propósito de localizar a la tribu gitana y así intentar convencer a su jefe de que le quite el maleficio. ¿Podrá Billy salvar todas estas adversidades antes de convertirse en un palillo sin carne?
Partiendo de un relato que no hace ascos a mezclar con mucho descaro y atrevimiento el suspense con la comedia más gamberra y escatológica, Holland demostró su pericia narrativa tejiendo una trama muy entretenida y trepidante en la que la ausencia de presupuesto fue suplida por una intriga de tono clásico y unos efectos especiales artesanales muy buenos e impactantes. Llama la atención el maquillaje que deformará el rostro del juez y el policía. También esas gotas de sangre que no pueden faltar en una cinta de esta especie, salpicadas en los asesinatos de la anciana y el de un chapero al que le serán extirpados sus ojos por mostrarse demasiado curioso. Fascinante resultará la caracterización del protagonista, quien evolucionará desde un estado de obesidad alarmante a la decrepitud más aterradora con el simple acto de presencia del maquillaje y de unos efectos especiales made in años 80. FX de tienda de chinos, pero que gracias a la maestría de sus técnicos y especialistas quedarán bastante resultones. El guión también es reseñable. Incluyendo mensajes subliminales críticos contra la sociedad americana. En contra del racismo (el desprecio que sufrirán los gitanos emerge como una clarividente metáfora de la xenofobia de la América blanca). En contra de los estereotipos estéticos y sociales. En contra de esa familia tradicional que bajo el paraguas de la decencia esconde en su nido a auténticos pervertidos sexuales. También del nepotismo presente en esos cargos políticos que juguetean con la justicia como un muñeco más de su colección. Y si bien los sustos abundan por su ausencia, haciendo reposar el sentido narrativo del film hacia entornos del thriller, tampoco podemos desdeñar el magnífico tramo final repleto de pirotecnia, rodado con nervio y garra por Holland.
Y es que a pesar de sus limitaciones Thinner reluce como un producto muy digno y compacto que hará las delicias de los nostálgicos del arte de edredón y manta que tantas buenas tardes y noches nos hizo pasar. Una película divertida, consciente de su anexión a la serie B, fina, por momentos aterradora y muy bien resuelta de principio a fin. A destacar el cameo de Stephen King en el rol de un farmacéutico excesivamente atolondrado y el eficaz papel desempeñado por un reparto plagado de caras conocidas del medio televisivo que se nota lo pasaron en grande durante el rodaje.
Todo modo de amor al cine.