Acción, velocidad, gasolina, carreteras sinuosas, suspense y amor es lo que nos ofrece The Fast and the Furious en tan solo 70 minutos de metraje. No esperen encontrar al cachas de Vin Diesel ni al guaperas de Paul Walker ni supongan que van a visualizar mujeres siliconadas pasajeras de coches tuneados por ordenador. The Fast and the Furious posee la esencia del mejor cine independiente americano de los años cincuenta, aquel producido por la mítica American International Pictures (AIP), escuela de cine que tuvo entre su alumnado a la generación renovadora del cine americano de los setenta (Francis Ford Coppola, Martin Scorsese, Joe Dante, Peter Bogdanovich, John Sayles, etc). Se echa de menos en el cine actual la existencia de fuentes que emanen de talento similares a las pequeñas productoras que hacían la competencia a base de ingenio a los grandes estudios de Hollywood.
Segundo film de Roger Corman como productor y primero en el equipo de Samuel Z. Arkoff y James H. Nicholson (promotores de la AIP) el proyecto tuvo el famélico presupuesto de 50.000 dólares y obtuvo una recaudación cuatro veces superior a su coste iniciando la leyenda de productor infalible generador de beneficios de Corman. La película tiene todas las características del cineasta estadounidense: agilidad, entretenimiento, breve duración de rodaje (10 días), secundarios estrafalarios, escasez de medios, nulo estudio de la psicología interior de los personajes, ritmo ‹pulp›, humor cáustico, historia lineal rodada casi en tiempo real y diálogos directos alejados de la filosofía más sesuda.
A lo reseñado hay que añadir el singular hecho de la existencia de tres directores, el actor principal John Ireland, el montador Edward Sampson y la notable influencia de Roger Corman que además de productor se encargó de la segunda unidad filmando las escenas automovilísticas sin que este extraño acontecimiento brote de deformidades el lenguaje cinematográfico empleado. Protagonizada por John Ireland (mítico actor de la serie B americana y ocasional director de serie Z) y la guapísima Dorothy Malone (cada vez que veo Escrito sobre el viento desearía tener una máquina del tiempo para viajar al pasado y conocer a la Malone en el esplendor de su juventud) la película es un placer perverso que deleitará a los fanáticos del cine de puro entretenimiento a través de una historia aparentemente sencilla que contiene más aristas de las que cabría suponer.
Narra la epopeya de Frank Webster un camionero que se ha fugado de la cárcel tras ser acusado de provocar el accidente y asesinato de otro camionero. En el transcurso de su evasión se cruza en su camino Connie, una impresionante rubia propietaria de un espectacular Jaguar deportivo. Webster secuestrará a Connie tras ser descubierto en un bar de carretera por un compañero del camionero asesinado dando lugar a una rocambolesca aventura protagonizada por dos personajes antagónicos que como polos opuestos acabarán atrayéndose. Destaco en este tramo del film la cómica escena filmada en el restaurante empapada de intriga y surrealismo gracias a la jocosidad presente en el personaje de la dueña del establecimiento, la típica friki del cine más corrosivo de Roger Corman.
La película adopta la forma de ‹road movie› en la que seremos testigos de un primer intento de fuga de Connie que Webster frustra gracias a su astucia pasando de refilón por la investigación pertrechada por la policía, institución que es caricaturizada como un ente con pocas luces formada por individuos despistados cuya desorientación es provocada por pistas erráticas proporcionadas por testigos freaks. Surgirá el enamoramiento de la pareja protagonista sin previo aviso ni prolegómenos. Como molan esas historias directas en la que los protagonistas se dan el primer morreo sin necesidad de preparativos almibarados.
En el transcurso de la aventura se demostrará que Webster ha sido víctima del hostigamiento de un empresario dueño de una flota de camiones y que obligado por su testarudez y la poca confianza que tiene depositada en las autoridades ha decidido optar por la evasión eludiendo cualquier colaboración con la policía. Webster vislumbrará en una competición automovilística que se celebra en la región su oportunidad para huir a México y conquistar de esta forma la ansiada libertad. La cinta culmina con una carrera de autos montada al estilo de la serie B americana empalmando sobreimpresiones de pantalla e imágenes aceleradas con escenas documentales encadenadas con primeros planos de adelantamientos que otorgan las necesarias gotas de adrenalina que debe tener todo buen ‹noir› de acción.
The Fast and the Furious es una pieza clave del thriller de bajo presupuesto de los años cincuenta. Rebelde, moderna, apasionante, imperfecta y excesiva no deja hueco para el aburrimiento obligando al espectador a mantener los ojos abiertos de par en par para no perder el hilo de la historia. De ritmo frenético y filmada con el oficio de los grandes artesanos utiliza los limitados recursos con los que cuenta para crear una atmósfera intrigante con los únicos ingredientes de la técnica cinematográfica y la impagable labor interpretativa de la pareja protagonista. Corman aprovecha el típico argumento de persecución a un inocente tan de moda en los cincuenta para describir a dos outsiders de diferente procedencia (típica historia que relaciona al humilde americano medio con la millonaria caprichosa) que se enfrentan al sistema para alcanzar la liberación de una encorsetada sociedad americana. Después de finalizar este film Corman decidió dar el salto definitivo a la dirección convirtiéndose con el paso de los años en un mito del cine independiente americano. Como curiosidad indicar que en 2001 se hizo un remake de esta película protagonizado por Charlie Sheen (The Chase) y que los amigos de Universal Pictures tuvieron que soltar algunos dólares a Corman para poder utilizar el título Fast & Furious en la saga de coches tuneados (el amigo Roger siempre eficiente y generador de dólares sin pretenderlo desde la genialidad más humilde).
Todo modo de amor al cine.