Los más carismáticos personajes del mundo del espionaje, surjan de alguna novela ‹pulp› o lideren la filmografía completa de los británicos de pro, siempre han sido espléndidos, relamidos y vigorosos, lo que viene a ser una perpetuación de la elegancia impropia de tipos rudos que deben luchar contra el mal en paralelo a la actuación de la ley. Los años pasan, y por el camino se ha producido la reinterpretación del personaje por excelencia, James Bond, en las últimas entregas de la saga, algo que ha conseguido mucho lloriqueo y tirones de pelo por parte de señores que han visto herida la masculinidad de ese ser que nunca alcanzarían a imitar. Los mismos que niegan que el espionaje británico exceda el número 007 y se reinvente a partir de la nueva saga Kingsman: The Secret Service, que ha crecido al nivel de las precuelas.
Más allá de reconocer la palabra de Ian Fleming como la de un Dios terrenal, podemos indagar ya no en el mundo del espionaje, ni siquiera en el del contraespionaje: nos vamos directos a la parodia. Sí, hay espías perfectos que han inspirado a más de un desastre que siempre se salva en el último instante gracias a la trivialidad de la buena suerte, que han resultado tan icónicos como aquellos que nunca se despeinan. Porque el cine de espionaje es emocionante, pero también puede ser divertido deformando el elitismo con facilidad. Así llegamos a los años sesenta hasta Checoslovaquia con Václav Vorlícek y su premonitoria película The End of Agent W4C. En la época en la que Sean Connery trabajaba al servicio de la Reina, Vorlícek rompía con lo ecléctico llevándolo a la exageración a partir de un perfectísimo galán y extremadamente eficiente W4C que encontraba su homólogo torpe, desastroso y suertudo en el Agente 13B, un hombre normal en una misión extraordinaria. ¿A qué viene lo de la premonición? 13B es el preludio perfecto a lo que años después sería el Inspector Gadget, que siempre se salvaba de todas sus misiones gracias a la ayuda de su perro, y que luchaba contra los malvados planes de un señor en la sombra del que solo conocíamos sus manos. Vorlícek nos presentó al personaje años antes de que fuese creado para el mundo de la animación. Un visionario en toda regla que simplemente quiso hacer humor con los espías europeos, donde el Agente 13B tiene un perro más listo que nadie, y los hilos del mal son manejados por un hombre que siempre tiene las manos pegadas al fieltro del tablero de billar desde donde entrama todos sus planes.
La idea es sencilla, existe un pluscuamperfecto Agente W4C al que encomendar una misión aparentemente sencilla, con sus aparatos novedosos llenos de triquiñuelas letales, sus trajes almidonados y mujeres suspirando en sus solapas. Existen también decenas de agencias y entes del mal que desean resolver la misión con el añadido de acabar con el irresistible agente. Y también, cómo no, el último en llegar, nuestro verdadero protagonista, el tipo mundano que no nos dejará distinguir el trabajo bien hecho de la pura chiripa.
A ritmo de jazz, The End of Agent W4C lleva a la pura exageración teatral todos y cada uno de los elementos que siempre hicieron brillar el cine de espionaje. Degrada la idea de sigilo y eficacia a base de trabajar a bulto o simplemente con el piloto automático, consiguiendo verdaderas estampas jocosas y elocuentes al mismo tiempo. La película es ágil, desacomplejada y muy referencial, sabe seguirle el hilo a Bond o a Jacques Tati sin despeinarse, consiguiendo que el líder quede relegado a lo mecánico cuando su antítesis —y sobre todo, su maravilloso perro Pydie— entra en acción. Tiene detalles divertidos como el microfilm dentro de un salero, las armas más rebuscadas en cualquier lugar inhóspito, o la ‹femme fatale› que conoce a la perfección su papel de florero y objeto sexual al mismo tiempo que incide ya no solo en los códigos del espionaje cinéfilo, también en la realidad de las verdaderas agencias gubernamentales en una época donde los dardos envenenados y las informaciones secretas eran el día a día del resquemor mundial, más concretamente del occidental, siempre con el dedo a punto del botón rojo para lanzar armas nucleares contra la humanidad.
Más paródica que insidiosa, The End of Agent W4C es la respuesta perfecta a quienes adoran el prototipo de espía inglés y no superan que las reglas están ahí para romperlas.