Hoy hablamos del juego que puede dar una cabaña en medio del bosque. Son incontables las películas de terror y suspense que establecen su base de operaciones en una cabaña, deformando el misterio con nuevos trucos, potentes personajes o peligros insospechados, pero la idea original, una pequeña cabaña de madera, siempre es la presencia majestuosa que promete, desde sus ruidosas estancias, un gran cobijo para todo tipo de males, junto al calor de una buena fogata.
A través de una escrupulosa investigación llena de películas que nuestros lectores jamás podrían imaginar, llegamos al perfecto giro final dentro de una poco ostentosa cabaña y dos únicos personajes dispuestos a mantenernos alerta con sus trampas lingüísticas. Arthur Allan Seidelman nos presentó a finales de los 80 un ambicioso thriller con The Caller, no por una compleja puesta en escena, sino por saber soportar el enigma hasta el último momento por el simple interés de saber a dónde lleva ese extraño juego del ratón y el gato que manejan sus dos protagonistas. Malcolm McDowell y Madolyn Smith Osborne, que manejan la tensión física y dialéctica con una apabullante soltura.
Ya desde su inicio la tensión brilla entre hechos cotidianos engalanados con una percutora banda sonora y pequeños detalles que alertan nuestros sentidos, incitándonos a pensar que la historia no se conforma con la idea de la víctima y el verdugo, dando pie a un estudiada interactuación con los personajes. Las excusas son perfectas para encerrarnos en una casa con dos desconocidos que no lo parecen tanto, dispuestos a clavarse cuchilladas a base de términos que desafían la lógica del diálogo fortuito. Como si de un misterio sacado de un libro de biblioteca se tratara, los encuentros entre el hombre y la mujer van fomentando todo tipo de emociones que van recreando una historia aparentemente surgida de la casualidad, pero que con el tiempo se va entendiendo como impostada.
The Caller sobrevive gracias a las imprevisibles interactuaciones entre ambos actores, que no nos permiten reflexionar sobre sus palabras, pero sí crear un contador imaginario de pistas que se van sorteando a lo largo de la trama. Aunque una gran mayoría no nos lleven a ninguna parte, la historia es sólida, sin permitirnos atisbar la realidad de lo que allí acontece hasta un espectacular y sorprendente final que nos transporta a una remota realidad que hace brillar un cuidado guion que con soltura saben defender sus protagonistas.
La lógica no está invitada a ser la líder de esta película, donde las continuas interpretaciones de los movimientos del contrario no consiguen esclarecer quién está interesado en el otro, por lo que lo ideal es deleitarse con sus singulares intercambios, siendo ambos víctimas de la situación que van generando. La cámara es cómplice a la hora de alimentar el misterio, consiguiendo que cada elemento que les rodea se convierta a cada momento en una nueva clave en la que enfocar nuestra atención. Cuidada y elegante, la elevada insinuación de la muerte es una promesa potente en una película sencilla en sus elementos pero tremendamente compleja cuando alcanzamos a comprender su metodología. Una forma de disfrutar del intercambio que podría recordar a Hitchcock planeando asesinatos en La soga, y que se ha repetido sin tantas sutilezas a lo largo de la historia del cine. Sin duda The Caller se convierte en un film complejo y muy personal donde la cabaña, rodeada de un bosque con alarmantes brillos bermellones, esconde secretos capaces de cambiar el propio sentido de la vida, poniendo mucho en juego en un escenario tan reducido, sin olvidarse de ese giro inesperado de géneros que nos recuerda que el cine siempre va un paso más allá de lo puramente representativo.