Tras el desenlace de la II Guerra Mundial el cine americano torció su embalaje hacia un entorno más negro y pesimista. Las secuelas de la guerra se dejaron sentir en una serie de producciones de clase A y B que otorgaban el protagonismo a un grupo de perdedores que reflejaban el estado de ánimo de una sociedad que aún conservaba las heridas del conflicto intactas. Y de entre toda esta gama de productos me quedo con las producciones surgidas en la RKO entre los años cuarenta y hasta mediados de los cincuenta. El amor que siento por el cine negro es responsabilidad en gran parte de estas películas dirigidas con mano firme por una serie de jóvenes que empezaron a foguearse en las trincheras del séptimo arte. De esta cantera, basada en fortalecer el talento frente a los escasos recursos económicos que sustentaban dichos films, formaron parte gente como Orson Welles, Robert Wise, Nicholas Ray, Mark Robson, Edward Dmytryk, Anthony Mann o un clarividente Richard Fleischer, quien tras haber participado en un par de extrañas películas más pegadas a la línea del melodrama acabaría especializándose en cine negro de serie B. Un cine, el de Fleischer, contundente y poderoso. Que no dejaba nada a la zaga. Elegante, nervioso y violento. Terriblemente entretenido y oscuro. Tejido con imágenes evocadoras y un montaje trepidante que no daba oportunidad para el respiro gracias a un equipo de profesionales fiel y solvente que conocía a la perfección su encomienda.
Apuntalando esas maneras que le harían célebre como uno de los más firmes exponentes del cine de género americano en toda su diversidad y eclecticismo, Fleischer se despidió de la RKO con The Narrow Margin, una obra que venía a refrendar el juicio de un cineasta que había realizado dos años antes uno de esos clásicos imperecederos del noir merced a Atraco al furgón blindado. En este sentido nos hallamos ante una joya de una forma de hacer cine ya extinguida. Esa artesanía labrada en unas películas pequeñas pero sobradas de ingenio cuya atribución no era otra que entretener al público que asistía a esas míticas sesiones de cine que culminaban con una producción de mayor atractivo comercial.
Si hay algo que destaca en The Narrow Margin es su precisión y solidez. La cinta funciona como una historia pulp narrada como una especie de contrarreloj en la que se conoce el punto de partida y de llegada pero no los obstáculos que deberán sortear los protagonistas. Su escaso metraje, apenas 70 minutos, ayuda a forjar esa sensación. Evocando opresión e intriga gracias a una puesta en escena que premia la agilidad y los primeros planos (apenas existen panorámicas, salvo cuando se integran para dar paso a una transición) situándose en los estrechos vagones y compartimentos de un tren al que llegará un policía al que se le ha asignado la misión de proteger a una testigo clave para desenmascarar a una organización mafiosa de la que su pareja era integrante.
La cinta arranca centrando su atención en una pareja de policías formada por un veterano agente a punto de retirarse llamado Forbes y su compañero más enérgico y malhumorado llamado Walter Brown (excelente Charles McGraw, un secundario habitual de la RKO quien aquí ejecuta uno de sus papeles más memorables como protagonista absoluto). Ambos deben cumplir el cometido de escoltar desde Chicago a Los Ángeles a una misteriosa mujer (interpretada por la siempre sugerente Marie Windsor) que tiene en su poder una lista con los nombres de aquellos personajes a los que su marido sobornó, entre los que figuran destacadas personalidades del ámbito político y social americano. Quizás motivada por la muerte de su marido en extrañas circunstancias, si bien al final de la película se nos revelará la verdadera razón con sorpresa incluida. Sin dar tiempo a presentaciones, nada más salir del piso donde la dama se hallaba refugiada, la pareja de policías será emboscada por un pistolero que los esperaba en el rellano del portal. Pero en lugar de cumplir su objetivo, la bala escupida de la pistola del matón impactará en el viejo Forbes quien morirá de forma súbita.
A pesar de este contratiempo y de la tirantez que parece marcar la relación que se establecerá entre policía y testigo, Brown seguirá con su deber acompañando a su protegida a la estación del tren. A partir de este momento se iniciará una persecución del gato al ratón dentro de una ratonera de la cual no hay escape como es el tren que transporta a policías y malhechores. Gracias a una puesta en escena que se aprovecha de un rodaje a tiempo real en el que no existen apenas elipsis, sino que prefiere situarse a la altura del rostro del policía protagonista acompañándolo en todas y cada una de las trampas que sorteará, incluido un espléndido juego de suspense reforzado por la presencia de una galería de personajes de mal pelaje que molestarán a nuestro héroe (desde un matón que trata de localizar el paradero de la mujer cobijada por Brown; pasando por un gordo que siempre está en medio de los pasillos entorpeciendo los pasos de Brown y que desconoceremos si se trata de otro matón a sueldo de la mafia; o un consultor que intentará sobornar al protagonista; un asesino que asestará más de un certero golpe; también un niño repelente y gritón que está convencido de que Brown es un ladrón de trenes; y finalmente la madre del niño con la que Brown hará buenas migas, empleándola como un señuelo para despistar a sus acosadores), seremos testigos del acoso y batida que emprenderá uno de esos hombres incorruptibles guiados aún por el honor en cada uno de los senderos que tomará.
Todo está perfectamente medido. Nada sobra en esta precisa y perfecta amalgama moldeada por Fleischer. La cinta se eleva así como un laberinto sin salida, plagado de enredos, confusión de identidades, dobles juegos y giros absolutamente prodigiosos. Y todo ello en tan solo una hora de duración. No hay respiro por tanto. Los personajes secundarios aciertan en su composición de un microcosmos sórdido e inhóspito. Colmado de claustrofobia y vértigo. Pasa de todo y sin previo aviso, hecho que obliga al espectador a estar en continua tensión siguiendo los pasos del protagonista por los quebrados pasadizos de los distintos vagones. Pues esta es una de esas películas que tratan con inteligencia al espectador. Ofreciendo espectáculo, pero sin engañar a nadie. Planificada al milímetro. Haciendo uso de un lenguaje narrativo vibrante y portentoso. Apoyado en un montaje de la vieja escuela RKO, en este caso apostando por la narración a tiempo real, aspecto que confiere al disfraz del film una atmósfera ciertamente asfixiante. No hay pausa ni relajación. Los eventos suceden sin freno, siendo ligados con mucha elegancia e inteligencia por Fleischer, quien poco a poco irá desgranando la intriga hasta alcanzar el clímax final a través de un giro de guion que no se vaticina con facilidad.
Sin duda otro de los puntos fuertes del film es su fotografía. Una foto noir. Adornada con muchas luces e infinitas sombras. Con brumas y humos tanto ferroviarios como atmosféricos. Haciendo uso de una violencia seca filmada sin censura. Como esa pelea desatada entre Brown y su primer perseguidor, ornamentada con unos planos rodados cámara en mano que incluyen alguna toma vanguardista como un par de focos subjetivos que transmiten una sensación al espectador de estar sufriendo una paliza. O esa secuencia que cierra el film, en la que el uso de los reflejos de los cristales de la ventana del tren servirán de guía a nuestro héroe para aniquilar al asesino que amenaza su misión. Una toma espectacular que no ha perdido ni un ápice de su frescura y vigor.
The Narrow Margin se sitúa pues en la vanguardia del cine negro americano de los cincuenta. Una cinta espléndida, magistral e inolvidable de imprescindible visionado para los amantes del género. Una obra de culto que atesora todos sus ingredientes intactos. Una pieza atemporal e imperecedera cuyo jugo conjuga entretenimiento, arte y lucidez. Y sin duda una perfecta carta de presentación (y en este caso de despedida de Fleischer de la RKO) que contiene las virtudes y estilo de uno de esos genios del séptimo arte estadounidense que siempre supo cumplir con honestidad, sapiencia y buen hacer las metas que le fueron asignando los estudios en los que dejó huella de su contrastada capacidad en este oficio de hacer películas. La película fue objeto de un muy majo remake de título homónimo dirigido en 1990 por el director de fotografía Peter Hyams protagonizado por Gene Hackman y Anne Archer que sin llegar a los resultados del original se elevaba como un thriller muy digno e interesante.
Todo modo de amor al cine.