El cine de terror habitúa a mantenernos a ciegas cuando se trata de encontrar un culpable. Ya sea a base de máscaras, o por cámaras estratégicamente situadas que impiden contemplar el rostro del agresor o asesino, sentimos esa merma informativa como un estímulo para seguir adelante. Rizar el rizo es posible si nos centramos en una víctima ya no ignorante de lo que (y quien) le acecha, sino que además es ciega.
Antes de la asombrosa pericia irracional de los protagonistas invidentes de No respires o la reciente Mira por mí, Richard Fleischer sintió la necesidad de promover el terror insinuante y tenso a partir de Terror ciego. Con un guion firmado por uno de los responsables de De repente, la oscuridad, Brian Clemens, y conociendo el interés de Fleischer por los asesinos en serie, demostrado en sus películas El estragulador de Boston y El estrangulador de Rillington Place —esta última del mismo año que Terror ciego—, las expectativas pueden alzar el vuelo, y con razón.
Su presentación ya nos propone una personalidad oscura acuciada por los estímulos sociales por parte de un hombre de botas impecables y estrelladas. Sus pasos a la salida de un cine se ven salpicados por todo tipo de imágenes sórdidas y comúnmente aceptadas en el día a día. Quizá una crítica a la violencia de fácil consumo, o simplemente una necesidad de dar motivaciones arbitrarias a ese que ya sabemos que va a crear el conflicto definitivo.
Paralelamente disfrutamos de la determinación de Sarah (una Mia Farrow inteligente y atrevida) para valerse por sí misma, una experiencia que se contrapone a lo visto anteriormente, como si hubiese necesariamente dos ritmos que entrelazar en la película. Unas pinceladas nos sitúan frente a esa nueva situación de Sarah, que la llevan a un lugar concreto en un momento literalmente oscuro para ella que mezcla definitivamente esos dos ambientes fomentados por el film.
Fleischer sabe manejar el suspense con maestría. Aunque la violencia definitiva quede fuera de campo, subrayando esa ignorancia ante hechos que se podrían ver, pero no oír, sabe sugestionar nuestra percepción jugando con Sarah. La observamos mientras sigue su rutina ajena a ese mal que no puede ver, y con el que no acaba de tropezar. El director incluso fragmenta nuestras expectativas introduciendo unas escenas bucólicas y plenas de felicidad en medio del puro caos que sufre esta familia, para que la tensión no termine de disiparse en nuestra mente aunque sí sea ajena en sus imágenes.
La forma en la que se nos presenta un hombre a base de detalles sin rostro es un ingenioso juego que permite al director ampliar las posibilidades a la hora de buscar culpables. También nos ofrece un lascivo interés por los cuerpos femeninos, dejándonos contemplar lo que él visualiza, aunque no podamos verle a él, para juzgarle aunque no sepamos quién es. Al mismo tiempo, es capaz de conseguir heroicos y cinéfilos avances por parte de su protagonista, una auténtica superviviente que encuentra en Mia Farrow el rostro de inocencia y tesón perfectos para cada punto clave del film. Queda ahí ese amago racista —¿denuncia? ¿puros fuegos artificiales?— que engrosa el dedo acusador.
Terror ciego sabe sugerir y mostrar con frialdad, sabe asustarnos ante el mal ajeno e irracional sin necesidad de efectismos sonoros o visuales, jugando un papel importante ese miedo presente para todos menos para la protagonista. La ignorancia nunca fue tan trepidante. Su director genera un asesino sin motivaciones, que centra una historia donde, finalmente, acaba siendo un mero “magufo” para plasmar todo tipo de reacciones vitales frente al crimen en una familia adinerada. Sin duda todo un descubrimiento, con una impecable puesta en escena.