Este fin de semana se ha estrenado en nuestras salas la enésima adaptación de Tarzán (Reinhard Klooss, Alemania, 2013); una esforzada producción europea en esta ocasión en formato 3-D, que ha recibido críticas bastante adversas.
Como alternativa os presento una de las más desconocidas películas de las doce que formaron parte de la mítica serie, producidas durante la época dorada de Hollywood yprotagonizadas por el ex-campeón olímpico de natación, Johnny Weissmuller. Se trata de Tarzan y la mujer leopardo (Kurt Neumann 1946); una de mis pelis preferidas de la saga en parte por razones nostálgicas; la vi de reestreno, en pantalla grande y en un programa doble dominical (junto a Una tarde en el circo —Edward Buzzell, 1939— de los Marx), programado en un cine de barrio de Las Palmas, durante unas vacaciones familiares; pero también porque tras revisarla recientemente la he encontrando tan genial y entretenida como cuando la vi por primera vez con trece años.
Las primeras películas hasta La fuga de Tarzán (Richard Thorpe,1936)fueron producidaspor Metro-Goldwyn Mayer, pero a partir de El triunfo de Tarzán (Wilhelm Thiele, 1943) y Tarzán el temerario (conocida también como Tarzán y el desierto misterioso sería la RKO la que produjera el resto de films de la saga hasta finales de los años 50, momento en que la Paramount tomaría el relevo de la serie con resultados tan entrañables como penosos. Tarzán y la mujer leopardo fue la tercera de las producciones realizadas por la RKO y la segunda en la que pizpireta Brenda Joyce interpretó a Jane, tras varios films en que este personaje había desaparecido de la serie; las aventuras fueron protagonizadas entonces por Tarzán en solitario o en compañía de Boy (Johnny Sheffield), Cheetah o/y de una partenaire femenina.
Uno de los aspectos que más me llaman la atención de Tarzán y la mujer leopardo es que presenta algunas importantes diferencias con respecto a los films que la precedieron. En primer lugar, la ambientación de la historia resulta a todas luces curiosa ya que la acción no transcurre en un país del África Negra sino en una ciudad musulmana, cuyo diseño parece inspirado en los típicos films de ambiente árabe de mediados de los 40 y principios de los 50, como Las mil y una noches, Su alteza el ladrón o El ladrón de Bagdad. En esta ocasión, los porteadores no son tampoco de raza negra, ni responden a las ordenes de sus amos con el clásico y entrañable “Si, Bwana”, si no que al ser árabes (presuntamente), responden con un “sí, señor” que resulta sin duda mucho más insustancial. Sin embargo, conforme la historia va avanzando percibimos con extrañeza como algunos personajes parecen extrapolados de la India a la selva africana: los porteadores que presentan rasgos hindúes, Kimba, el niño-leopardo, mezcla entre Mogli y Sabú, el flautista que hace bailar a una serpiente al ritmo de su música, algunos animales (los elefantes), la secta de los hombres-leopardos o los vestidos y peinados de los personajes.
También en el personaje de Tarzán aparecen algunas novedades. Por ejemplo, no emite en ningún momento su famoso alarido; el clásico plano en el que vemos a Tarzán saltando de liana en liana y en el que se aprecia descaradamente que se balancea e impulsa con la ayuda un trapecio de circo no aparece tampoco en este film, las pocas veces que utiliza este medio de transporte lo hace sólo para distancias cortas y de manera un poco más real. Tampoco se nos muestran insertos de animales tomados de otros films rodados en África, ni se enfrenta Tarzán a leones de “peluche” o a fieras proyectadas sobre una pantalla, sino que la aparición de estos sucede de manera más natural y sin tantos trucajes chapuceros.
Pero, sin duda, la mayor novedad en torno al personaje reside en una cierta evolución del mismo con respecto a las películas anteriores, sobre todo las primeras. En los films de La Metro, Tarzán se enfrentaba a todo aquel que quería atentar contra la Selva o contra los animales e incluso contra los indígenas. Sin embargo, en esta ocasión se nos ofrece un Tarzán más “civilizado”, que se pasea por la ciudad árabe con total tranquilidad, aunque sin renunciar a su clásico taparrabos; es aceptado y respetado por todos. Ahora se ocupa de ayudar al hombre blanco y no lo considera como una amenaza. Curiosamente, el villano de la historia, un médico fanático que lidera la secta de los hombres-leopardo, en comandita con la mujer-leopardo, expresa las mismas intenciones que Gandhi, es decir un tipo que lo único que quiere es expulsar a los colonizadores del país, aunque para ellos utilice métodos poco ortodoxos; es decir, ahora el “malo” es quién defiende la selva y a los indígenas y el “bueno”, el que ayuda a los colonizadores y confraterniza con ellos.
No sólo Tarzán ha cambiado sino también Weissmuller, quien parece haber ensanchado extraordinariamente desde el primer film hasta el que nos ocupa, mutando en una suerte de inexpresivo armario empotrado, que incluso es capturado y hecho prisionero por los hombres-leopardo junto al resto de su familia. Es Cheetah (una suerte de Harpo Marx simiesco) la auténtica heroína de la historia, ya que siempre está en el lugar adecuado y con el arma precisa para salvar a sus amigos.
Con respecto al personaje de Jane, resulta también bastante chocante que nos buscarán a una actriz más parecida a Maureen O’Sullivan; que fuera morena, al menos. Pero, no sé que pudo pasar por la cabeza por los responsables de la RKO cuando decidieron que Brenda Joyce, una ex-modelo rubia platino, sustituyera a la madre de Mía Farrow en el rol de Jane. En comparación, la pobre de Brenda pierde por goleada ya que resulta tontorrona, poco convincente y, sobre todo, con nula química con Weissmuller; está claro que la encantadora (y buenorra) de Maureen era insustituible en este personaje, aunque es innegable que la labor de su sustituta resulta meritoria y esforzada ( y también está bastante buenorra).
El film en cuestión está realizado con soltura y eficacia por Kurt Neumann, un habitual de la serie B, especialista sobre todo en cutres films de terror y ciencia ficción pero que abordó todos los géneros con mayor o menor habilidad, y que en esta ocasión plantea una trama con algunos elementos fantásticos pero que no son bien aprovechados. Por ejemplo, el personaje de la mujer-leopardo parece que va dar más de sí al principio; sin embargo, su figura queda un tanto marginada y ensombrecida por la figura del líder de la secta. De igual modo, los rituales de la secta resultan bastante sosos así como los propios hombres-leopardo a los cuáles no se les sabe extraer todo el potencial terrorífico o fantástico que en un principio podían tener. Nada que ver con Yo anduve con un zombie o El hombre leopardo de Jacques Tourneur, por ejemplo.
Sin embargo, a pesar de estas carencias la película me resulta bastante divertida y entretenida, ya que al ser tan corta, el realizador no pierde el tiempo en chorradas ni en divagaciones sino que va directo al grano, con ritmo y solvencia aunque también con cierta distancia y sin excesivo apasionamiento.
Me gusta, sobre todo, por lo que tiene de evocación de los cómics clásicos de Tarzán que leía de pequeño, ya que el personaje solía intervenir en aventuras como la que se narra en esta película, aunque sin los insertos humorísticos o de comedia protagonizados casi siempre por Cheetah, precedente claro de comediantes actuales como Jim Carrey o Robin Williams.