Blood of Summer tiene la virtud de ser una de las comedias vampíricas más onanistas que se puede realizar. Para eso solo hace falta un Onur Tukel delante y detrás de la cámara reproduciendo el ‹mumblecore› en versión fantástica. Tukel recoge toda esa lírica del hombre blanco heterosexual y le añade los calificativos de “bueno para nada” y “neoyorkino” para componer un personaje tan odioso como divertido con el que deambular por una película completa.
El vampirismo aquí es la excusa perfecta para perpetuar de algún modo al personaje indie mediocre y quejica que sobrevive en una gran ciudad por obra y gracia de existir en un lugar como ese. Lo hace a través de uno de los temas predilectos del género: el miedo al compromiso. Así, en general, sin rodeo alguno. En su primera escena echa a perder una relación amorosa dentro de un acogedor restaurante cuando a partir de todo tipo de rodeos argumentales decide negar un futuro con su pareja. Una forma como otra cualquiera para dar el pistoletazo de salida a la desdicha del protagonista, pero que sirve para sentar las bases de lo que vamos a encontrar a continuación.
Tukel, aquí representando a Erik, es un hombre de unos cuarenta años incapaz de comprometerse con nada en la vida y que, pese a ello, sigue siendo un ser funcional, recreando una de esas repulsivas y encantadoras figuras de las que siempre ha abusado la retórica fílmica norteamericana. A medio camino de la autoparodia masculina, seguimos los pasos de un hombre que va dinamitando todo lo que toca, ya sean relaciones personales, ambiente laboral o salubridad física. Pero con aquello de que hasta un reloj roto da bien la hora dos veces al día, el mundo se le ilumina cuando le preguntan si desea morir. Con una persona de verborrea inconstante e incapaz de mantener una línea lógica de pensamiento, pasamos del hombre afortunado al vampiro experimentador en un solo mordisco nocturno y la película, hasta ahora familiarizada únicamente con el ‹mumblecore› de manual, pasa a la comedia de terror al convertir a ese personaje esperpéntico en alguien sediento de sangre.
Pasamos así a un nuevo tipo de parodia, ya no solo ante las expectativas de un hombre medio neoyorkino, sino por el filtro añadido de un neo-vampiro con nuevas aspiraciones de poder. Evidentemente estas no se alejan de querer mayores beneficios en su vida, montando a su manera un propio club de ‹groupies› que puedan alimentar su miniaturizado ego.
Summer of Blood mantiene el ritmo entre chorros de sangre y conversaciones entretenidas que nos llevan a ligeros ataques de humor, utilizando uno de los mitos sagrados del terror para reírse de uno mismo y de todo aquello que le rodea (no deja de ser una chorrada graciosa que el representante del hombre cis hetero sea un turco despeinado y en baja forma que siempre hable demasiado). Onur Tukel no busca formar un personaje para el recuerdo sino despedazarlo para hablarnos de los miedos básicos de los adultos que no terminan de separarse de sus anhelos de juventud libertarios, o dicho de otro modo, que se niegan a madurar.
Aquí hay tiempo para hablar de Dios, de otros tipos de hombres poderosos norteamericanos de dudosa reputación y mucho éxito, del amor y del compromiso, siempre desde un punto ácido y en momentos totalmente inconexos con la realidad, por lo que una película más enzarzada en el indie de principios de siglo intenta reinventarse en clave de comedia vampírica para retozar en el lodo sanguinoliento sus propias normas y resistir a la desidia generalizada. Tukel sigue escribiendo y fantaseando en su cine, pero este punto de partida merece una oportunidad por su ritmo distendido y su falta de interés por buscar ningún tipo de cumbre cinéfila, solo aferrándose a la idea de cine módico y bien interpretado para eludir nuestros propios monstruos durante un rato.