En esta ocasión no ha sido muy difícil decidir un film para situarlo frente a uno de los estrenos fuertes de la cartelera, porque la llegada de Holmes & Watson de Etan Cohen, protagonizada por John C. Reilly y Will Ferrell, descubre una cuenta pendiente de la web que todavía no se ha encargado en reseñas anteriores, respecto a unos personajes tan perdurables, creados por el cerebro y la pluma de Arthur Conan Doyle, adaptados de sus propios relatos o novelas al mundo audiovisual en centenares de ocasiones. Trasladados en versiones más o menos apócrifas, fuera de una bibliografía breve de cuatro novelas y varios volúmenes de relatos cortos escritos por el famoso autor escocés. Atendiendo a esta recién estrenada, entre las que son inmediatamente anteriores hallamos Sherlock Gnomes —de animación infantil con gnomos de jardín como detectives y antagonistas—, la crepuscular Mr. Holmes de Bill Condon, Holmes & Watson. Madrid Days de José Luis Garci, o las espectaculares de Guy Ritchie por citar solo varios ejemplos de la última década. Se puede comprobar que, a pesar del público que aborrece al personaje, o al mismo Conan Doyle cuando intentó hacerlo desaparecer ante la ira de sus seguidores, Holmes sigue siendo una garantía para suscitar el interés de los espectadores.
En el año 1988 Thom Eberhardt, un director californiano que atesoraba cierto prestigio por los seguidores del cine de terror y fantástico con títulos como La noche del cometa o Sole survivor, afrontó un trabajo que unía la comedia junto a un caso inédito para la pareja de investigadores. Sin pistas se sitúa de este modo en la vertiente burlesca del sabueso londinense con su ayudante Watson, ¿o viceversa? El punto de partida argumental plantea una condición que muchos advenedizos al genio británico nos hemos planteado más de una vez. El listo del dúo ¿no sería el doctor Watson? Con semejante premisa el cineasta es capaz de mantener el humor y el interés durante más de cien minutos porque la película no es ambiciosa en sus propósitos pero tampoco es tacaña con sus soluciones. Tampoco es la maravilla que algunos críticos o fanáticos del cine de los ochenta han declarado por el largometraje. De hecho la cinta es tan representativa de la década igual que muchas producciones comerciales por entonces. Rodada por un equipo de buenos profesionales como Alan Hume en la fotografía, encargado de que se vea todo iluminado, incluyendo los exteriores nocturnos del puerto o los callejones oscuros londinenses, siempre que parezca desarrollarse en el siglo XIX. O una partitura festiva, pero sin alardes, del enorme compositor Henry Mancini.
La dirección de Eberhardt resulta competente desde un punto de vista narrativo, sin confundir en el desarrollo temporal, la situación de los personajes en la escena o el paso de una secuencia a la siguiente. Con la destreza de darles carta blanca a Michael Caine y Ben Kingsley en una época de bonanza interpretativa y económica para los dos. Ambos actúan como dos comediantes en forma. Caine ejecuta un Holmes egocéntrico, falso, mujeriego y alcohólico que resulta tan creíble como entrañable, pleno en vigor físico, sin miedo al ridículo. Kingsley se apoya en la gestualidad y los diálogos para interpretar un Watson gruñón y revenido. La química que destilan juntos es perfecta, compartiendo plano o quedando fuera de campo, uno en ausencia del otro.
Tal como sucede en las comedias mejor rematadas, tanto el aspecto visual como el juego de réplicas funciona en el cometido de lograr sonrisas y carcajadas. Con una entrega plena por parte de Sherlock en la comedia más absurda, accidental y de torpezas. Al final no hay planos memorables porque la planificación se pone al servicio de las situaciones hilarantes, para que las escenas funcionen como resortes cómicos. Llama la atención que siendo contemporánea de gamberradas como Agárralo como puedas, el estilo de Sin pistas se acerca más a las comedias de Mel Brooks, pero con una mirada menos irreverente al personaje de Conan Doyle, puesto que la historia remite a los elementos que caracterizan la narrativa de Holmes y Watson, desde su archienemigo Moriarty, pasando por la damisela en apuros cuyo padre ha sido secuestrado y el ama de llaves que se confirma como un tercer ayudante vital para la pareja.
Sin pistas está encuadrada en el grupo de películas inspiradas en el personaje inmortal que ya desarrolló Buster Keaton en El moderno Sherlock Holmes. Obviando la facilidad de otras como El hermano más listo de Sherlock Holmes de Gene Wilder. O Elemental, doctor Freud que tal vez buscaba un sesgo más grave. El largometraje ofrece la oportunidad de ver divertirse a los dos intérpretes en sus papeles, con la gracia de que nos divirtamos también con ellos en la butaca, aunque la intriga tampoco sea sorprendente ni el guión memorable. Al menos todo resulta entretenido, sin más pretensiones.