La fascinación por los automóviles y por filmar su movimiento ya estaban presentes desde los inicios del cine. No es casualidad que ambos inventos surgieran como consecuencia de la Revolución Industrial y que transformaran el mundo, ya sea a través del cambio radical de la idea del transporte o de nuestra mirada sobre la realidad. Su velocidad, sus propiedades físicas y posibilidades visuales combinadas con la recreación más o menos estilizada de la violencia dan pie a construir también toda una cultura fílmica del coche en la pantalla, sustentada sobre la obsesión de cinematografías muy concretas, como la de Estados Unidos, por los mismos vehículos que simbolizan la autonomía y la masculinidad (Christine, John Carpenter, 1983) en territorios que fueron, o son todavía considerados, la última frontera. Es en Australia donde explotó en los años setenta toda una ola de nuevos cineastas que llevaron al paroxismo las capacidades mecánicas y humanas de todo tipo de medios de transporte motorizados. ya sea como instrumento para el espectáculo o a modo de excusa argumental de películas de acción de bajo presupuesto. Este es el caso de Saqueo a medianoche (Midnite Spares, Quentin Masters, 1983).
Alrededor de las populares carreras de ‹sprintcars› sobre pista de barro (‹speedway›) la película de Masters elabora su relato sobre tres pilares: el regreso a Sydney del joven protagonista Steve (James Laurie) para trabajar en el taller y unirse al equipo de carreras de su desaparecido padre, su historia de amor con Ruth (Gia Carides) y su enfrentamiento con la organización criminal que se dedica a robar coches y desguazarlos para venderlos por partes. Este forastero que llega de fuera y tiene que luchar contra el hombre de negocios corrupto que abusa de los locales configura una premisa muy propia del ‹western›. La estructura del filme sigue a grandes rasgos las líneas que uno podría esperar de la progresión heroica del personaje central dentro de los parámetros de este género. Mientras tanto, los eficaces y continuos golpes de los ladrones, el acoso de algún agente de policía, la intriga sobre el paradero de su padre y los obstáculos de la conservadora madre de la chica para que estén juntos aportan en paralelo un buen número de peripecias en las que siempre hay algo en juego a nivel dramático y emocional. La competición sobre pista, con toda su brutalidad y riesgo, se muestra como un universo autocontenido en el que las reglas garantizan cierto nivel de expectativas y dejan claro a qué atenerse.
Esto contrasta con la acción fuera de ella, donde la corrupción moral, los intereses ocultos y la violencia no siguen unas directrices concretas. Y es aquí también donde los automóviles adquieren el sentido completo de su razón de ser, desafiando la autoridad, subvirtiendo las normas y permitiendo también luchar contra quienes no siguen los códigos legales y sociales de convivencia. Mientras tato, una colección de personajes secundarios pintorescos (como los trabajadores de la grúa del taller, entre los que se encuentra el actor Bruce Spence) dan el alivio cómico y una inesperada viveza a la ambientación con sus intrascendentes aventuras, además de formar la cuadrilla de aliados que acompañan al protagonista en su marcha definitiva para destruir la organización criminal. Las escenas de persecución están rodadas con el suficiente dinamismo y sentido de urgencia, la acción se filma de manera cruda y convincente en los choques, saltos y disputas en carretera durante las fechorías de los delincuentes o en el enfrentamiento final.
No se trata esta cinta de un espectáculo de chatarra como lo era por momentos Los coches que devoraron París (The Cars That Ate Paris, Peter Weir, 1974), ni un despliegue de velocidad y duelos motorizados como los de Mad Max (George Miller, 1979). Saqueo a medianoche intenta proveer a su narrativa de cierto equilibrio entre lo lúdico y gamberro, la historia de venganza y la búsqueda de justicia con algunos toques de drama romántico, pero siempre moviéndose en el contexto de la cultura del motor y los distintos entornos asociados a ella, en los que los jóvenes definen su identidad, descubren el amor, trabajan o encuentran emociones fuertes.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.