Popular en aquellos primeros años 80 por su escasa delicadeza en el terreno del gore, a Lucio Fulci no le quedó más remedio que caer en los terrenos del subgénero post-apocalípitco, tan recurrido en la decadente industria italiana de (sub)géneros de por aquel entonces. Ciertamente es bastante significativo que un director del talento de Fulci recurriese al “exploit” puro y duro como en este Roma, Año 2072 D.C.: Los Gladiadores, cuando a sus espaldas había un buen puñado de gialli de factura minimalista pero de excelsa belleza visual como Angustia De Silencio o Siete Notas en Negro, o aportaciones al gore extremo con su “Trilogía de las puertas del infierno” (Miedo en la Ciudad de los Muertos Vivientes, El Más Allá, Aquella Casa Al Lado Del Cementerio) donde quedó patente esa sensibilidad tan poco sutil a la violencia terrenal por la que hoy en día es principalmente reivindicado en algunos sectores. En realidad, lo que podemos ver en un Fulci ya caído aquí en la sobre-explotación de ideas ajenas (algo que ocurriría también a otros compañeros de generación como Sergio Martino o Ruggero Deodato, entre otros muchos) es el propio declive de toda una industria destinada al consumo popular, que ya entrados los 80 encontró como vía de escape la expropiación de éxitos foráneos, habitualmente bajo ese calado “pulp” involuntario motivado por sus bajos presupuestos.
Fulci ya había sucumbido al “exploit” con su anterior película, La Conquista de la Tierra Perdida, una co-producción italo-española que rendía tributo a su manera a la “espada y brujería” dentro de un bizarro planteamiento de terror clásico. Esta Roma, Año 2072 D.C.: Los Gladiadores centra su trama en la proto-típica historia de futuro decadente dentro de una sociedad degenerada que se encuentra totalmente alienada por el mundo televisivo, en una luminosa y dantesca dramatización de una venidera ciudad de Roma, con varias cadenas dispuestas a traspasar sin escrúpulos todas las barreras del morbo para así ganar esa audiencia deseada. Para ello, se ofrecerán todo tipo de eventos deportivos ultra-violentos (que liga al film con unos claros precedentes como Rollerball o La Carrera de la Muerte del año 2000), que parecen no interesar ya al populacho. Ante esto, una de las cadenas televisivas pretende organizar una dramatización de las antiguas peleas de gladiadores pero con la participación de varios criminales. Estos serán acompañados por Drake, un popular motorista quien será incriminado por la propia cadena del asesinato de su esposa, para aprovecharse de su gancho mediático con el público.
Además de una denuncia premonitoria a los “mass media” como hizo a su manera años después el film Perseguido, lo que nos vamos a encontrar en la cinta son los típicos planteamientos del “sci-fi” post-apocalípico italiano: una ciudad decadente y ruinosa, aquí la majestuosa Roma, como un paisaje futurista testigo de la auto-destrucción social del planeta; la presencia de un anti-héroe inmerso en la historia en contra de su voluntad, que tendrá que desenmascarar las sucias intenciones de los malvados (un organismo o ente que pretender un control absoluto de la sociedad, como mandan los cánones de estas piezas de ciencia ficción degenerada); también, un enorme abanico de influencias que funcionan en base al pastiche, como los ecos visuales y estéticos a films como Blade Runner o sobretodo Mad Max, película cabecera de esta encantadora (sub)producción italiana. Si en algo podría distanciarse Roma, Año 2072 D.C.: Los Gladiadores del resto de sus producciones hermanas es como la historia trata de repasar muchas de las características comunes del peplum (una entidad antagonista e instigadora, el plantel de esclavos donde se ubica el protagonista, la traición de una fémina que prefiere vincularse al héroe de la función, las escenas de acción como espectáculo popular…) pero en los calados fatalistas del cine post-apocalíptico, donde el film parece auto-obligarse a seguir una serie de referentes clave. Es quizá en su encaje estético donde la película es bastante endeble, no sólo por lo pobre de su escenografía y puesta en escena (parte de la gracia de estas producciones era aprovechar al máximo sus modestos recursos para impulsar el encanto) sino por la falta de los aciertos visuales tan afines a Fulci, especialista en insuflar de esa perversidad estética que destacó en algunas de sus propuestas pasadas. El ritmo también adolece de cierta parquedad, cuando precisamente el cine post-apocalíptico italiano destacaba por su especial sentido de la diversión y agilidades narrativas, que enmascaraban unas evidentes limitaciones.
Del resto, destacar que el plantel interpretativo tampoco destaca especialmente: Jared Martin no aguanta muy bien su condición de héroe y Fred “The Hammer” Williamson se ve totalmente desaprovechado, aunque se agradecen las apariciones de rostros tan populares del cine de géneros europeo como Donald O´Brien, Al Cliver o Howard Ross. Para finalizar, señalar que lo más interesante de la película es el habitual descaro de este tipo de producciones (potenciada aquí con ese mix de géneros que se menciona previamente). En ella el aficionado sonreirá al notar unas claras influencias “Kubrickianas” con entidades cibernéticas dominadoras o un simpático a homenaje a Edgar Allan Poe al inicio de la historia. Una película, que aún asumiendo sus claras acotaciones, es una afable muestra tanto del encanto como de la decadencia del último cine de géneros destinado al consumo popular, con todas las filias y fobias que pudieran tenerse hacia él.