Rico en producción, discutido en calidad, el devenir del cine de género italiano durante la década de los 80 se urdió bajo una estrategia que, aunque diametralmente siempre estuvo presente en la Europa de los subgéneros, se hizo más evidente con la emergente decadencia que se vivió en aquellos días: el émulo del éxito foráneo. De ello sabe mucho Bruno Mattei, más conocido bajo su pseudónimo estrella, Vincent Dawn, artillero efusivo en la explotación europea desde la década de los 70 y 80, oficio que tan solo pararía una muerte repentina en el año 2007. Con unos inicios en el mundo del cine como montador, algo que desde luego le otorgó cierto oficio a la hora de narrar, Mattei sucumbió todo tipo de vertientes asimilando en ellas su filia especial hacia el fantástico, y con una cercada etapa de su carrera donde Filipinas se convertiría en uno de sus bastiones de localización, como la película que ahora nos ocupa. Robowar, uno de los numerosos proyectos que fraguaría con su inseparable Claudio Fragasso, otro nombre de gran relevancia para el cine de consumo italiano, suponía la réplica del país de la bota al éxito de dos películas que trascendieron más allá del mero mainstream de género: Depredador, la cacería humana sufrida por un grupo de mercenarios ejecuta por un extraterrestre en plena jungla, y Robocop, la fusión entre un humano y un sistema computerizado procreando a un policía del futuro.
A pesar de sus dos claros referentes, será de la película de John MacTiernan de donde Robowar su principal línea narrativa, en una trama en la que un grupo de marines es enviado a una selva filipina para una misión encontrándose con un robot de guerra descontrolado que supone un fallido experimento militar llamado Omega-1. La película se sucede con una serie de refritos de algunas de las ideas esquemáticas de Depredador, incluyendo un intento de carisma por parte del grupo de personajes, además de un intento de fusión entre acción y suspense, no obviando la inclusión a mitad de la trama tanto de un personaje femenino, además de una sub-trama con mercenarios locales, o el recurso de ocultación del robótico antagonista con fetiches visuales a modo de pixel en el intento de igualar algunos estigmas visuales vistos en la película protagonizada por Arnold Schwarzenegger. Robowar es una película prefabricada en sus ideas, con su concepto de apropiación bajo la estrambótico sentido por el fantástico del entonces ya decadente cine de género italiano, pero embalsamado bajo la desfachatez absoluta hacia el plagio y un desprejuicio imperante que la hace conectar con los más sinceros esquemas del entretenimiento. Y es la fascinante concepción del espectáculo, con épica de baratillo e histrionismos narrativos (además de musicales, gracias a los sintetizadores del score compuesto por Al Festa), lo que hacen que tanto Robowar como el movimiento al que pertenece dentro de una ya entonces dañada industria italiana, se convierta en una pieza anárquica en su asimilación del divertimento, y entrañable por sus inocentes pretensiones. Mattei, con sus tropos y desvaríos habituales, muestra cierto sello autoral repleto de estridencias y delirios, aunque se trate de un cineasta tremendamente oficioso y que encontró en aquellos parajes selváticos de Filipinas un engranaje perfecto para procrear copias de cualquier índole: desde hiperbólicos héroes bélicos al más puro estilo Rambo, hasta los muertos vivientes perdidos en bosques tropicales.
En Robowar encontramos a una absoluta estrella del trash europeo como Reb Brown (aquí con el rol del héroe de la función), la presencia femenina de Catherine Hickland (con escasa filmografía, pero conocida principalmente por haber sido mujer de David Hasselhoff) y hasta eternos secundarios del exploit italiano como Massimo Vanni o Romano Puppo, rostros pretéritos de todo tipo de producciones de este mercado. Un clásico menor en popularidad, pero de romántico recuerdo para las ratas de videoclub, que da prueba de la colateral producción de cine de género existente fuera del mainstream: señales identificativas propias, embadurnadas en el bajo presupuesto, pero con la suficiente identidad como para encandilar al más exigente compromiso de género.