Estrenada originalmente para vídeo, la antología de cortometrajes de animación Robot Carnival establece como tema común la relación entre los robots, y por extensión la tecnología, con los seres humanos en un rango de historias que va desde la acción apocalíptica al drama intimista, pasando por farsas cómicas y por piezas puramente contemplativas. Entre sus nombres se encuentran autores tan notables como el Katsuhiro Otomo previo al pelotazo de Akira, o el ya veterano animador independiente Koji Morimoto. Nueve historias -que en realidad vienen a ser ocho, porque la introducción y el epílogo forman parte del mismo continuo- que representan una intención de explorar desde distintos puntos de vista una base temática parecida. El resultado, estimulante sin duda en muchos aspectos, es también algo irregular, no tanto en calidad gráfica que se mantiene alta sino en ejecución de sus conceptos.
Comenzando y terminando la colección está el mundo imaginado por Katsuhiro Ōtomo y Atsuko Fukushima, en el que una suerte de castillo mecánico ambulante (al estilo ‹steampunk›, con un diseño que recuerda mucho al mostrado años después en la película de Miyazaki) nombrado como el título de la antología despliega precisamente eso: un gran carnaval de robots que entre el jolgorio y el ruido lo destruyen todo a su paso. Narración post-apocalíptica de una sociedad primitiva destrozada y amenazada constantemente por la tecnología, en la que se convierte sin duda en una de las piezas más sólidas de la colección, repleta de mala baba y humor negro aderezando el horror de esta distópica ficción en la que los humanos sólo pueden ser víctimas errantes.
Franken’s Gears, de Koji Morimoto, relata la que es probablemente la idea más sencilla y metódica de todos. La historia sucede toda ella en el garaje de un inventor, ilusionado con la idea de crear vida a través de piezas metálicas. Con frecuentes planos de su rostro mientras trata de dar con la fórmula, el corto parece todo él dedicado a ensalzar ese esfuerzo personal. Por supuesto, la ironía acabará cortando de raíz con esta sensación, transformando el sueño en pesadilla. Divertido y cruel cortometraje, animado de maravilla y rebosante de personalidad a pesar de sus pretensiones aparentemente relajadas.
El siguiente es a mi juicio el peor de la colección. Y es que Deprive de Hidetoshi Omori es sencillamente inane. Todo lo que tiene que contar y que aportar, la verdad, se siente que llueve sobre mojado. Su historia narra la aventura de un héroe que, tras ser derrotado, regresa con otro aspecto para salvar a la damisela en apuros de turno. Innova, por decir algo, en que el protagonista y los villanos son robots. Un ejercicio de narrativa bastante discreta que se eleva un poco por algunas buenas secuencias de acción.
Mi mayor decepción, en todo caso, es probablemente el siguiente, Presence de Yasuomi Umetsu. Y lo es en buena parte porque la primera vez que lo vi lo consideré mi favorito. Siendo el más largo de todos, también podría considerarse el más intimista a nivel narrativo porque abandona el contexto post-apocalíptico y profundiza en los sentimientos y en la forma de entender la vida de un protagonista obsesionado con una muñeca robot de su creación. Con un estilo de dibujo detallado y preciosista, el corto maneja ideas bastante interesantes, particularmente con respecto a la toxicidad no manifiesta de su protagonista y su complejo de inferioridad respecto de su esposa, quien ha logrado un mayor éxito social y laboral que él. Por ello me parece especialmente sangrante que la narración acabe mutando en una «redención» muy mal llevada. Le falta contundencia en su mala baba en momentos clave, y le sobra idealización de cosas que no tienen nada de bello y sí mucho de fantasía autoindulgente.
Bebiendo de un esquema parecido que Deprive, Star Light Angel de Hiroyuki Kitazume es también la historia de una chica siendo salvada por un robot. Lo que la pone por encima de aquella es que, al menos, su estética y trasfondo sí me resultan atractivos, abandonando las ciudades en ruinas tan típicas de esta colección y centrándose en dos amigas conociendo a chicos en un parque de atracciones, en un escenario tan típicamente ochentero que tiene su encanto. Ni falta que hace decir, por otro lado, que no es precisamente escasa en ranciedad y sexismo, que por un momento hasta parece ser capaz de evitar centrándose en la mucho más interesante dinámica de las dos amigas, pero recupera al volver al esquema básico de chico salva chica despechada y chica despechada se enamora perdidamente de él.
Por otro lado, mi pieza favorita fue la primera vez y sigue siendo Cloud. Su narración aparentemente simple y minimalista esconde seguramente la ambición más exacerbada de todas ellas, un recorrido por la historia de la humanidad, su auge y su caída, a través de trazos que ambientan el recorrido incansable de un robot, dirigiéndose a quién sabe dónde. La obra más experimental y elusiva de la colección, la más abierta a la libre interpretación, y la más contundente como experiencia estética. Una joya que, en mi opinión, entiende de manera maravillosa el potencial de una antología como ésta para explorar narrativas y conceptos de formas que realmente se sientan originales y alternativas. Ojalá todas sus compañeras de colección tuvieran su espíritu.
La siguiente es una comedia entre ácida y absurda de Hiroyuki Kitakubo llamada Strange Tales of Meiji Machine Culture: Westerner’s Invasion, en la que dos mechas gigantes se enfrentan, uno construido por un americano loco que quiere invadir y someter una ciudad, y otro construido y pilotado por los protagonistas en un esfuerzo colectivo por salvar dicha ciudad. Pese a que el humor de personajes sea en ocasiones poco logrado, sí me interesa la vertiente de farsa que demuestra una historia que por otro lado parecería una pieza de propaganda de la resistencia militar japonesa durante la Segunda Guerra Mundial. Es ciertamente una delicia ese retrato tan ido de olla del americano y su afán extremo por mostrar su fuerza («Comenzaré a bombardear si no os rendís en… tres segundos»), pero no se queda atrás la ceguera de un Sankichi totalmente desatado en su euforia, buscando una gloria que no es tal por defender su ciudad, al margen de la seguridad de sus habitantes y finalmente hasta de la propia ciudad. Éste es un relato que, mediante una falsa simpatía hacia la causa japonesa, satiriza sobre el absurdo de sus pretensiones de honor y gloria imperial en una nación que se caía a trozos.
Por último, queda hablar de Chicken Man and Red Neck de Takashi Nakamura, el cual, cayendo en mi opinión en un término medio de calidad respecto de los otros cortos, contiene una mezcla de puesta en escena imponente y entretenidísima de ver y una estructura que parece de una narración de videoclip, que hacen destacar a esta historia que enfrenta a un mago robot, quien invade la ciudad con multitud de robots de su creación, y un hombre despistado que huye de él en una persecución eterna. Caótico, adrenalítico y por momentos claustrofóbico cortometraje con una resolución bastante destacable que le suma unos cuantos enteros.
En conclusión, y aunque cada cortometraje sea su propio universo difícil de cohesionar con el resto, creo que Robot Carnival logra mantener una calidad global llamativa, a pesar de su irregularidad. No me parece una de las antologías más redondas de la animación japonesa, y gran parte de esa impresión es generada por la sensación de que, en una temática tan libre e inspiradora como ésta, varios de los cortos optan por un enfoque excesivamente conservador, tirando a lo seguro y confiando en una dirección competente pero que no refleja la ambición creativa inherente a un proyecto de esta categoría. Con todo, ningún cortometraje aquí es malo, y hay algunos que sí logran hacer algo más y pueden considerarse pequeñas joyas que merece la pena rescatar y reivindicar.