Thérèse Desqueyroux fue la novela más reconocida de François Mauriac, un hombre que en sus obras contraponía pasiones y pecados en sus personajes. La vida de su Thérèse es tan desgraciada y fría que no podía quedar alejada del cine mucho tiempo. Es ahora cuando se conoce la versión de Claude Miller, sus últimas palabras en imágenes que da forma Audrey Tautou en Thérèse D., una visión que nos lleva hasta los orígenes, la primera Thérèse de carne y hueso.
Fue Emmanuelle Riva la primera mujer encarcelada en la desidia y la infelicidad, con ojos tristes que pierden la mirada en sus intenciones. Fue quien supo analizarla en Relato íntimo, que dirigió Georges Franju en 1962, adaptando la novela junto al mismo escritor y su hijo, Claude Mauriac. ¿Qué surgió de esta auto-interpretación?
De Franju siempre me pareció admirable su modo de ver en Ojos sin rostro ese exterior tan amplio y pavoroso que resultaba inalcanzable. No se aleja esta visión para Thérèse Desqueyroux, quien comienza su relato desde la consecuencia de unos actos de los que desconocemos un modo o una motivación. Es ella quien se dirige de nuevo a casa tras ser absuelta de una clara acusación, el intento de envenenamiento a su propio marido. Sumida en la culpa y encerrada en un coche sin nadie con quien hablar, da pie a la reflexión para decidir cómo explicar a su marido cómo llegaron a esa situación. Es una invitación para volver a los inicios de este complejo personaje.
Vemos a Thérèse joven y alegre, siempre aferrada a un cigarro, con lucidez en su mirada y ambigüedad en sus gustos, pues de un modo leve se nos da a entender que sus preferencias amorosas dependen más de la admiración que de la atracción. Así conocemos a la que será su cuñada y sus primeros encuentros con Bernard, encontrando virtudes plásticas a ambos. Poco a poco se difuminan esas apetencias en el marco de Argelouse, el escenario que ve decrecer la evolución de este matrimonio apalabrado, un entorno rústico para una familia adinerada. Claro es el desprecio a las figuras masculinas en el desarrollo de la película, que cada vez se aferran más a la apatía y hosquedad, aliándose para soportar las apariencias. Es Phillippe Noiret el encargado de crear esa jaula con su indiferencia y mostrar la mayor debilidad humana con su constante pánico a una enfermedad inexistente, una fachada para una rata.
De este contrapunto masculino crece en el interior de Thérèse una lágrima contenida durante todo el film al ser convertida en objeto cuando necesita un reto por el que enfrentarse a la vida. En un matrimonio que nada tiene que ver con su inicial visión de la comodidad, se transforma en un recipiente donde conservar un exceso de malos pensamientos que carecen de importancia, en ella se genera la envidia y el aburrimiento total al tiempo que crece un bebé en su interior sin el menor interés. Fuma y piensa, conoce que fuera de su infelicidad hay otros caminos que no alcanza y, por casualidad, se encuentra fortuitamente con una posibilidad para hacer desaparecer su mayor muro de contención, su marido.
La película nos atrapa con esta desidia contagiosa, al ser ella la principal narradora de los acontecimientos, su pasividad vulnera el texto y en muy pocas ocasiones permite conectar con la señora Desqueyroux, que sufre y padece ante tanta apariencia consumada. Su rostro ondea entre la tristeza y la máscara de indiferencia, todo un reto para Riva que consigue alejar a la supuesta heroína de cualquier apego por parte del espectador. No hay en esta ocasión intención de aplaudir los actos de nadie, más allá de la mera observación que evocan los inmensos pinos de Argelouse en los terrenos de Landes.
Franju recrea paso a paso un libro en el que la mujer no tiene más que ventanas en las que evadirse, entre los cigarrillos que se encadenan y la tosquedad en una familia adinerada que no permite que penetre ninguna emoción, donde cualquier otra situación sería más emocionante que la vida misma. La tragedia se respira y las carencias crecen a cada palabra de Thérèse, y se refuerzan en sus silencios, viendo pasar el tiempo sin remedio. Un retrato a la burguesía despectivo y pausado, donde se alcanza frivolidad cuando falla eso llamado esperanza.