Hace unos meses, tras el visionado de Bestias del sur salvaje me cabreé muchísimo y comencé una cruzada personal en busca de obras que encajasen en mi idea de lo que el cine independiente debería darme. Es por eso que llegue a autores como Andrew Bujalski, los hermanos Duplass, Lynn Shelton o el omnipresente Joe Swanberg. Y poco a poco, de uno en uno, fui viendo un tipo de cine que realmente me gustaba, me interesaba y en donde casi siempre, los aciertos eran mayores que los fallos.
Quizás sin ese cabreo, nunca hubiera visto la obra que nos ocupa: Quiet City de Aaron Katz. La verdad que esta película rinde un doble homenaje Linklater. Por un lado todo este cine underground, con bajo presupuesto y que desarrolla la historia sirviéndose de diálogos naturales, tiene un claro referente en Slacker del propio Linklater, pero también es justo decir que Quiet City parte de una base muy parecida a la de Antes del amanecer esta obra que es el inicio de algo inaudito: Una trilogía romántica. ¡Y que trilogía! En su momento, cuando me adentré en la obra de Katz, me llamo la atención que se comparará a esta película con Antes del amanecer (No son las únicas, otras como Buscando un beso a medianoche o Luke & Brie are on a First Date también podrían dar pie a la comparación) pero tras su visionado, lo único que tienen en común es un punto de partida similar en el fondo, pero es en la forma, donde ambas obras se distancian.
Jamie va a Nueva York a pasar unos días de vacaciones con su amiga Samantha. En el metro buscando la dirección exacta del café donde ha quedado con ella, Jamie le pide ayuda a Charlie, un desconocido con el que se cruza en la desierta estación.
A pesar de que Charlie intenta explicar cómo llegar al restaurante, decide acompañarle ya que no tiene nada que hacer.
Y esta es la forma que se repite en ambas películas: Dos extraños se conocen; se atraen y pasan tiempo juntos como si el mundo se detuviese en ese mismo encuentro, sin importar a donde iban o que tienen que hacer. En cambio el fondo ya difiere de Antes del amanecer, en esta película la relación es realista, creíble y mucho más cercana a cualquiera de nosotros. Cuando señalo esta obra como realista me refiero a algo que me chirrío en la obra de Linklater: Las charlas filosóficas y tremendamente densas sobre el origen del amor, la vida y la felicidad; seamos claros, si tú conoces a alguien y te viene con esas conversaciones sin conocerlo, huyes. Puede ser que un día conozcas a un desconocido y en cuestión de horas te hable de Schopenhauer o Sartre y tú pienses “Hostia, que persona más interesante” pero lo habitual sería algo así como “¡Vaya tío más pedante!” o “Que mal te han dejado los porros”.
Jamie y Charlie se atraen, pero a la vez se tratan con cautela y prudencia, quizás ambos invadidos por las dudas “¿Él está siendo simplemente amable?” “¿Ella está conmigo solo porque no tiene a dónde ir?”, o tal vez, sencillamente porque ambos tienen sentimientos hacia otras personas. A pesar de esta barrera autoimpuesta que les reprime parcialmente, somos participes de su complicidad y atracción, aunque al igual que en Lost in translation, no necesitamos que se diga algo para saber lo que está pasando entre esos dos desconocidos.
Una historia sin muchas aspiraciones, más que la de contar una historia de amor. Ya cada uno encontrará el romanticismo donde quiera, quizás al final del tren, o quizás durante toda la película, en esas conversaciones banales, personales y absurda o en esas cosas cotidianas, que son, en definitiva las que nos acaban conquistando de la otra persona.