El cambio de siglo se impuso con una manera de hacer noticias manipulable, poco contrastada y enfocada en intereseses políticos, corporativos y empreseriales concretos, tan conservadores como imperialistas. Más o menos la información de toda la vida pero multiplicada exponencilmente por una cadena global de noticias que opera desde los Estados Unidos para tres cuartas partes del planeta. El estilo de Rupert Murdoch para el nuevo milenio. Un sistema de información que se asimila a la propaganda soviética en plena era de Stalin o las dictaduras que se nos ocurran. Desde uno de los países más libres del planeta para el resto del mundo. Fox News, con programas clave como Fair and balanced —Justo y equilibrado— o The O´Reilly Factor, entre varios espacios dedicados a entronizar, impulsar y mantener a presidentes como Reagan, los Bush o el actual Trump. Ironía catódica para una época previa a las actuales noticias falsas y rumores perniciosos de los años recientes.
En el año 2004 los sectores más avanzados en cuanto a la ideología política o social estadounidense ya clamaban contra el monopolio abusivo del australiano Rupert Murdoch, un magnate que poseía satélites de transmisión, cabeceras de periódicos, cadenas de televisión e incluso un estudio de cine. Una concentración mediática que funciona como un apisonadora capaz de aplastar la supuesta libertad de expresión, para imponer sus intereses comerciales y estratégicos sobre la irrealidad comentada, a millones de espectadores desinformados por todo el planeta. Tampoco hay que tirarse de los pelos por una manipulación que en menor o mayor grado es común a cualquier medio impreso, audiovisual o digital que se nos pueda ocurrir consultar. Solo hay que quedarse con las partes más objetivas de las informaciones que pueden estar en los titulares, entradillas o resúmenes radiofónicos de los boletines horarios. Es decir, la cantidad de personas fallecidas en un accidente, desastre o crimen; el resultado de competiciones deportivas o las predicciones meteorológicas. Para llenar de basura informativa, opinión y demás atrocidades ya pondrán sus adjetivos los editores de los noticiarios, los tertulianos o periodistas que se consideran por encima del resto de sus congéneres sociales. Lo que ocurre es que la mayor parte de ellos forman nómina en cadenas como la Fox News, lo cual no facilita la objetividad informativa.
El discurso se podría hacer más largo por lo que aborda el documental de 2004 de Robert Greenwald, un director proveniente del cine y televisión comerciales, con largos como Xanadu, Los enredos de la vida, Sombras en el silencio y Breaking up; además de telefilmes y miniseries, entre otros Maltratada, Entre rejas y Una mujer independiente. Sin embargo, desde el año 2000 en el cual dirige Steal this Movie! la carrera de Greenwald cambia de tercio hacia el documental y los reportajes. Funda la compañía Brave new films, orientada a la investigación sobre temas sociales, políticos y judiciales, con carácter progresista, proclive a la denuncia en los abusos de los poderes o la lucha contra la marginalidad.
Outfoxed: Rupert Murdoch’s War on Journalism supone una exposición documentada por un abundante material de archivo que tiene el encanto retrospectivo —o la antigüedad— de las aplicaciones infográficas del primer lustro del 2000. El uso de las declaraciones testimoniales continuas de los afectados por el despotismo del magnate, mientras que no se recaban testimonios de los acusados, ya sea por la incomparecencia para defenderse —probable— en pantalla de los mismos. El uso de letreros identificativos sobreimpresionados que tal vez sean más sobrios en la actualidad. O un ritmo que imponen una música cómica o temas rockeros de Don Henley —Dirty Laundry— o Derek and the Dominos —Layla—. El largometraje es efectivo como una clase magistral sobre la separación entre la información, la opinión y la manipulación o mezcla de las dos, pero desde un punto de vista teórico y técnico más propio de una escuela universitaria de periodismo. Tampoco ayuda la cantidad ingente de datos locales sobre la política norteamericana que atañe sobre todo a ellos, por mucho que nos dominen en otros continentes. Aunque consigue momentos hilarantes como los que dispara con montajes muy picados de los memorandos impuestos a los presentadores y colaboradores de la compañía, con lo que tenían que decir u ocultar en sus apariciones televisivas. Muletillas famosas como alguien dice —«some people says»— para no concretar ni contrastar fuentes de documentación. O ese ‹flip flop› que se usaba ante cualquier cambio de tercio de los demócratas.
El documental de Greenwald sirve como alternativa o quizás mejor, como complemento a El escándalo —Bombshell— otro acercamiento crítico contra la figura de Roger Ailes por los abusos sexuales que infligió a presentadoras y periodistas en su empresa. El largo de Jay Roach estrenado en salas resulta más alternativo a la miniserie La voz más alta que a esta producción documental, pero sirve para redondear esa radiografía sobre la manipulación informativa que nos atonta en general.