Uno de los motivo principales para revisar una película como Orgazmo es (dejando de lado ser la alternativa al estreno de esta semana de ¡Shazam!) poner en tela de juicio su resistencia al paso del tiempo. Quizás pueda parecer que 22 años desde su estreno son pocos, pero el mero hecho de ser una película de humor ya supone un test para ver si el trazo grueso sigue despertando, si no hilaridad, sí al menos una comprensión al respecto de las motivaciones subtextuales que se pudieran derivar de semejante tipo de comedia.
Es evidente que Trey Parker, director y protagonista del film, pretendía (al igual que hacía en South Park) escandalizar a toda costa. Para ello nada mejor que usar un lenguaje soez y socavar toda institución que pudiera parecer intocable bajo los parámetros de la moralidad estadounidense. En este caso nada mejor que mezclar superhéroes bizarros, porno y religión para crear un conglomerado del absurdo donde nadie saliera bien parado.
Todo este aparto puede que generara estupor en su momento, incluso cierto escándalo, pero visto por el retrovisor no deja de sorprender la reducción al caca, culo, pedo, pis de un más que posible alegato subversivo contra la falsa moral religiosa y la industria del cine. Efectivamente, es mejor no buscar ningún tipo de pretensión intelectual, ni tampoco cinematográfico, a Orgazmo. Lo mejor, en todo caso, es dejarse llevar por lo que podríamos calificar, siendo generosos, como simpática gamberrada al servicio del exabrupto hecho fotograma.
No obstante también hay que dejar las cosas claras: a día de hoy el film de Trey Parker no consigue arrancar ni una leve sonrisa. No sabemos si el humor ha evolucionado, lo que sí está claro es que la propuesta se antoja tan cavernícola como podría ser El show de Benny Hill aunque en este último caso, había más irreverencia en su despelote y violencia básica que en Orgazmo. No deja de ser paradójico que un film que pretende denunciar la mojigatería no incluya ni un solo plano de desnudo obsceno. Tan solo algún dorsal masculino que, al ser usado como cortina para tapar desnudos femeninos, suponemos pretende ser irónico y acaba por ser un recurso pobre, risible y finalmente molesto por su arbitrariedad.
¿Podemos hablar de film generacional? En todo caso estaríamos ante una película muy de su época al que el paso del tiempo le ha sentado, como mínimo, regular. Nada en ella contiene elementos que puedan haber dejado una mínima huella como para ser considerada de culto o generacional. Más bien da la impresión que en su intento de realizar un ataque frontal a ciertos temas se queda en una torpe estampida cinematográfica que hace mucho ruido pero lesiona lo mínimo. Trey Parker dirige pues un artefacto cuya precisión es la de un elefante entrando en una cacharrería. Un aluvión de gags para una historia mínima cuyo trabajo de fondo es escaso y cuya eficiencia cinematográfica se reduce, casi al mismo nivel que el recuerdo que deja en el espectador, esto es, nula.