Los años 80 no fueron precisamente una época favorable para el devenir de la Unión Soviética. Como se demostraría poco después, el gigantesco Estado socialista estaba entonces al borde de la agonía. Que en el otro lado del mundo fuese Reagan quien estuviera a los mandos tampoco hacía nada favorable que la Guerra Fría consiguiera suavizarse. La distancia que mediaba entre los EEUU y la URSS era tan enorme que, como algunos ya habían pronosticado décadas atrás, solo la caída de uno de los dos pudo romper el pulso por el dominio del mundo. A pesar de todo, en este contexto todavía había espacio para que una base militar soviética emplazada en plena Siberia permitiera aterrizar de emergencia a un avión procedente de la nación estadounidense. ¿Signo de humanidad o intento de lavar su imagen? Sea como fuere, lo que los gerifaltes soviéticos no se esperaban era encontrar entre el pasaje al mítico bailarín Nikolai Rodchenko, que cambió de bando años atrás.
Taylor Hackford, bajo cuya batuta se han orquestado conocidísimas películas como Oficial y caballero, Pactar con el diablo o Ray, da comienzo así a Noches de sol (White Nights), un film en el que trata de representar, a pequeña escala, todo lo que la Guerra Fría supuso en aquellos alejados de la alta política y que incluso no tenían un posicionamiento ideológico claro. Rodchenko, protagonista de la obra y de una poderosísima secuencia inicial en la que deslumbra con un precioso y emocional ballet, es uno de estos ejemplos. Pero no es el único; Raymond Greenwood, a quien le ordenarán vigilar a Rodchenko, es un afroamericano de Harlem que realizó la deserción en sentido contrario al de su nuevo compañero de piso.
Es muy difícil abarcar en unos párrafos todo lo que se podría extraer de Noches de sol. Política, conflicto racial, espionaje, suspense, amor, Vietnam… Los guionistas James Goldman y Eric Hughes llenan su trabajo con una copiosa cantidad de temáticas que luego Hackford sabe ordenar en pantalla. Vista la cinta al completo, no se puede negar que Noches de sol toma partido con cierta claridad; sin ser ni mucho menos un film patriótico, la representación que se realiza del estilo de vida en la URSS es devastadora (ni digamos ya de los oficiales del KGB), mientras que de su contraparte estadounidense se tratan cuestiones más focalizadas en el pasado como Vietnam o las diferencias de oportunidades según la raza. Todo esto se deja notar con claridad a medida que pasan los minutos, cuando la polarización buenos/malos va alcanzando su mayor intensidad.
Más allá de estas circunstancias, por otra parte difíciles de evitar en un contexto como el de la época en que se rodó, Noches de sol es una película que convive a la perfección con los sentimientos de sus personajes. Lo importante de la obra no parece residir tanto en lo que observamos de ellos como lo que intuimos que está pasando por su interior. Aquí es obvio recalcar que tanto la interpretación actoral (no se puede escapar una mención a la Isabella Rossellini pre-Terciopelo Azul) y la impecable puesta en escena favorecen este hecho, sobreponiéndose con claridad a un guion que está trazado con acierto pero que no termina de evolucionar en el sentido deseado.
Noches de sol presenta algunos aspectos mejorables que la alejan de haber sido un trabajo sobresaliente, pero no por ello es necesario minusvalorar las grandes virtudes del film. Hackford agita su obra entre varios géneros y temáticas, la sacude emocionalmente cuando debe y con cuidado de no sobrepasarse, la adereza presentando un tema inolvidable como Say you, say me y, aunque no consigue cerrarla probablemente como se merecía, sí deja una sensación final de haber visionado una buena película de pequeñas historias situadas en grandes momentos.