A mediados de los ochenta Jacques Deray se había consolidado como uno de los mayores especialistas del cine policíaco francés con títulos tan emblemáticos como Borsalino, Historia de un policía, El derecho a matar o El marginal, todas ellas con al menos (cuando no los dos) Alain Delon o Jean-Paul Belmondo liderando el elenco. Un director muy aseado y tremendamente resolutivo al que se le podría denominar como uno de los Reyes del policíaco del cine francés, siendo el creador de una de las cintas más recordadas de este género como es La piscina, también con Delon en esta ocasión en compañía de un trío de lujo como Romy Schneider, Maurice Ronet yJane Birkin,
Tras estos éxitos en su bagaje en 1985 rodó otro título vinculado al género basado en una novela de Robin Cook y con la colaboración en el guion de uno de los grandes del país vecino como Michel Audiard. Y es que No se muere más de dos veces (igualmente conocida como Sólo se muere dos veces) contaba con todos los ingredientes para convertirse en una de las producciones destinadas a convertirse en puro culto. Sin embargo, ello no fue así, siendo ésta una película que se halla más en el baúl del olvido que en los libros destinados a rescatar las cintas más veneradas tanto por crítica como por público pertenecientes al polar galo.
¿Cuál puede ser el motivo de ello? En mi opinión a que se trata de una obra rodada con el piloto automático por un artesano que empezaba a ofrecer signos de desgaste y poca innovación en lo referente a moldear un género ya muy trillado en el que existían pocos huecos para esconder sorpresas. Porque No se muere más de dos veces se eleva como un ‹neo-noir› de libro que sigue una por una todas las pautas y clichés del género negro americano de los cuarenta.
Aquí nos encontraremos con la investigación policial de un oscuro asesinato de un personaje turbio que escondía más de un vicio en su interior. También se recreará la figura del investigador “hammetsiano”, en este caso un inspector de policía llamado Robert Staniland (Michel Serrault), quien evoca sin fisuras al Bogart de El halcón maltés o El sueño eterno sin ningún tipo de disimulo. Asimismo aflorará una femme fatal interpretada con su típica frialdad por la británica Charlotte Rampling con un aura Lauren Bacall cuasi mimético. Y finalmente hallaremos toda esa galería de secundarios pertenecientes a los bajos fondos de un París que apenas se muestra en su bello esplendor externo, sino que será fotografiado como una ciudad inhóspita, oculta, de escenarios interiores repletos de sombras y pocas luces, de ambientes corruptos y violentos en donde la vida no vale ni un franco. Una ciudad que huele a sexo, a perversión y perversidad y que es capaz de corromper al alma más limpia e impoluta con la exhalación de las impurezas, sudores y deseos inherentes al coito más sucio.
Y es que si bien el guion escrito por Audiard y Deray integra todos los ingredientes que tanto nos gustan a los amantes del género negro, la atmósfera excesivamente gélida y algo rígida implantada por un Deray más preocupado por las formas que por el fondo acaba entorpeciendo el desarrollo de una intriga que se acaba enmarañando en una madeja de situaciones, personajes y embrollos que prefieren los aspectos ‹hardbolied› en detrimento de un estudio psicológico más inteligente de unos protagonistas principales que se observan como meros arquetipos del ‹noir› que como celebridades relevantes y carismáticas.
La trama se centra en la investigación que emprenderá en solitario el veterano inspector Robert Staniland sobre el brutal asesinato de un hombre aparentemente vagabundo, que resultará ser un pianista venido a menos casado con una frígida mujer, y con un hijastro drogadicto. Las pesquisas llevarán a Staniland hacia las lindes de una modelo fotográfica llamada Barbara Spark que parece mantenía una relación amorosa (más sexual que amorosa) con el asesinado, quien aparecerá como la principal sospechosa del asesinato junto con un misterioso hombre rubio llamado Marc que parece pegó la noche de autos una paliza al pianista asesinado. Pero la belleza fría de la modelo, integrante de una red de chantajes en colaboración con un corrompido fotógrafo, hechizará al implacable inspector arrastrándole a una vorágine de sexo, chantajes, traiciones, misteriosos personajes que esconden algo sucio en sus trajes y vestidos, siempre caminando en los dobles sentidos, las dobles vidas, las dobles opciones y los giros de guion para inyectar algo de suspense en un artículo que acaba naufragando en un mar de exposiciones y pesquisas abusando en demasía de la explotación de la intriga, desaprovechando el marco existente para indagar con más atino en las causas y motivaciones de unos personajes que dejan en el tintero muchos aspectos interesantes que desgraciadamente quedarán tapados.
Temas como el incesto, las traiciones, los giros de guion para favorecer un suspense demasiado común y corriente, alguna escena erótica muy bien rodada (con generosos desnudos integrales de una Rampling a la que le falta esa garra y mala leche disfrazada típica de esas ‹femme fatale› clásicas del cine americano) y un Michel Serrault que ofrece todo su repertorio para recrear al típico perdedor, que se acicala con Varón Dandy, desencantado con la sociedad y la vida en general muy al estilo del Alfredo Landa de El crack, sirven de trampolín para construir un ‹neo-noir› solvente, acicalado, bastante majo aunque un tanto descafeinado y olvidable.
A su favor la ya comentada magnífica interpretación de Serrault, alguna escena muy sugerente (la de la ducha disfrutada por Serrault y Rampling), un olor a naftalina y masculinidad de antaño que a un servidor le gusta bastante en este tipo de cintas o una arriesgada apuesta por la perversión (sobre todo en la conclusión de la trama) que desgraciadamente se acaba evaporando por un final para nada temerario que parece encajado con alfileres para evitar escandalizar al espectador al ofrecerle una salida moral al inmoral envoltorio tejido a lo largo del recorrido del film.
Una pena que un desenlace fallido y facilón derogue parcialmente un producto bastante interesante y entretenido en su conjunto que sin duda será de interés para todos los amantes del ‹noir› clásico americano.
Todo modo de amor al cine.