El género zombie, o subgénero, como ustedes prefieran llamarlo, presenta ciertos síntomas de agotamiento. Películas como las que se estrenan este fin de semana, Resident Evil: El capítulo final y Melanie. The Girl With All the Gifts, no son más que muestras de cómo buscar variaciones a algo que ya difícilmente se puede renovar. Los zombies (o sus variaciones en modo infectados) pueden ser más rápidos, más salvajes, con cierto grado de consciencia, pero al final el esquema permanece inmutable en un solo concepto: la lucha por la supervivencia de una minoría frente a una horda que funciona como consciencia colectiva. Sin embargo no siempre fue así, después de La noche de los muertos vivientes cientos de posibilidades se abrían en abanico para ilustrar este tipo de cine.
No profanar el sueño de los muertos, viene a ser una respuesta doble a la película inaugural del género. Por un lado sirve para reivindicar de alguna manera el cine de género español, denostado y marginal. Por otro recoger la incipiente tradición “romeriana” y, aún tratando temas parejos, darle una pátina conceptual diferente, añadiendo ciertas variantes e incluso reivindicaciones sociales más cercanas a nosotros.
Es indudable que el punto de partida del film de Jorge Grau toma como base el inicio de La noche de los muertos vivientes, con una pareja en lugar de dos hermanos, donde uno de ellos es atacado por un zombie y el otro se muestra escéptico cuando no desagradable e incluso hiriente al respecto de lo sucedido. A partir de aquí, sin embargo, las condiciones contextuales son completamente diferentes. Esto no es la América profunda, sino una Inglaterra campestre absolutamente ajena a la modernidad explosiva de las grandes urbes anglosajonas.
Grau aprovecha en grado sumo este ámbito para hacer de su cinta una amplia crítica a las mentalidades retrógradas, a la asociación impune de modernidad y estética con delincuencia y malas costumbres. Así los protagonistas son criminalizados de entrada por su aspecto y condenados a priori como drogadictos, amorales, etc. Pero, por otro lado no se quiere dar una visión sesgada en lo positivo de todo lo que significa progreso. Grau no duda en cargar contra ciertos aspectos como la falsa confianza en la tecnología y sus creaciones no dudando en poner en el centro del estallido de la epidemia una máquina que, aparentemente, viene a ayudar a la agricultura local.
Básicamente pues no se trata de ser un film progresista sin filtro, sino de poner en cuestión valores preconcebidos a un lado y al otro del espectro ideológico, elevando por encima de todo la cuestión humanística. Sí, el hombre es el centro de todo el entramado y por tanto lo bueno y lo malo que ocurra depende enteramente de que hace con sus prejuicios y valores. ¿Y los zombies? Pues adoptan una estética lenta cercana a Romero aunque con la novedad de tener ciertas reminiscencias humanas, cierta consciencia social, por así decirlo. De alguna manera los zombies de Grau son el elemento revolucionario, los que vienen a derribar el sistema, no tanto por su condición de horda imparable sino por su capacidad de castigar los actos injustos. Ciertamente hay dosis de casquería, canibalismo e infección expandiéndose, pero de alguna manera el zombie es una excusa, un elemento que actúa como la metáfora del cambio necesario que necesita la sociedad.
No profanar el sueño de los muertos funciona en sus dos niveles de creación, tanto como película de género como por lo que deberían ser este tipo de propuestas: denuncias disfrazadas de otra cosa que a la postre resultan más efectivas que cualquier panfleto de cine social tan indisimulado como grosero por obvio e ineficaz.