Aunque el ‹slasher› tuvo su origen a principios de los 60, con El fotógrafo del pánico como germen del mismo, no sería hasta más de una década después, con títulos como Navidades negras, Halloween y La matanza de Texas, entre otros, cuando llegaría a una eclosión (real) que sería el percutor definitivo del género. Precisamente de este último, el ya clásico film de Tobe Hooper, se sitúa uno de sus principales referentes años antes de la irrupción de la pieza maestra del de Austin; es en ese contexto donde encontramos a Terry Bourke, una de las figuras, si bien no más reconocidas, indispensables para el ‹ozploitation› —gracias a títulos como las posteriores Inn of the Damned o Lady, Stay Dead—, cuyo estallido se produciría también durante esa década. Antes de ello, sin embargo, el australiano rodaba su tercer trabajo, único mediometraje de una carrera dedicada casi por completo al cine de género, que con Night of Fear suponía su singular acercamiento al ‹slasher› desde una perspectiva tan personal como distintiva; y es que el film de Bourke se alza ante todo como una pieza con una cierta índole experimental, pues aunque a nivel narrativo y formal no se advierte ninguna digresión desde la que explorar las vías de un género casi en desarrollo, el cineasta emplea ese territorio como modo de exploración de las posibilidades de una identidad que le llevaría a ser una de las figuras destacadas de la cinematografía de su país.
Night of Fear se nos presenta como un ‹slasher› atípico, pues estructuralmente no sigue las pautas del género, más bien se dedica a indagar —en una suerte de extensión a la que más tarde el citado Hooper otorgaría un reverso macabro— en las inexploradas entrañas de la demencia que se aduce de un personaje fuera de sí; Bourke nos sitúa, tras un epílogo que supone toda una declaración de intenciones en cuanto a tono —y es que el ejercicio realizado por el australiano huye de ese carácter sanguinario y brutal que se ha atribuido al género en no pocas ocasiones; será el plano detalle de un hacha, el escaso contacto con uno de esos elementos inherentes del mismo—, tras los pasos de un ‹redneck› australiano que convive en mitad del bosque y que bien podría recordar en cierto modo a la figura de Willard —el protagonista de La revolución de las ratas, título setentero que dirigiera Daniel Mann— por la omnipresente presencia de los roedores que acompañarán en todo momento a ese psicópata que siembra el terror en el espacio propio que parece haber encontrado. Las piezas que presenta Bourke, pues, dan como fruto una propuesta que, en ese sentido, no presenta desvíos especialmente inusuales —dejando de lado el tan particular contexto en que fue concebida—, pero que sin embargo es capaz de deslizar en su aparato formal las claves de un film desde el que comprender no pocas influencias —véase, más allá de la obra de Hooper, un título capital en el cine ‹aussie› contemporáneo como Wolf Creek o su secuela—.
La ausencia de diálogos, el uso —en algún momento concreto, un tanto intrusivo— de la banda sonora, la en ocasiones sugestiva planificación —a través del montaje paralelo, o de las distintas angulaciones y tipos de plano— e incluso la presencia de escenarios como esas estampas naturales que tanto significado han tenido siempre en el cine australiano, hacen de el trabajo de Bourke una pieza diferencial desde la que sustraer la esencia del ‹slasher›: con muy pocos medios —de ahí quizá su naturaleza de algún modo experimental, de la que se sustrae también cierto primitivismo—, Night of Fear es capaz de condensar el carácter malsano de un género en el que, ante todo, pervive la dimensión de lo humano en su absoluta extensión: ya no hablamos simplemente de la naturaleza de un ser abocado a una psicopatía que se refleja tanto en el ámbito alienante del individuo como en su conducta ante lo sexual —aunque revelando en su conclusión una clave estremecedora—, también del personaje femenino que se enfrentará a él, de ese ‹tour de force› por la supervivencia que terminará en transitoria rendición debido al agotamiento.
Desde luego, con Night of Fear no nos encontramos ante un complejo trabajo o una insólita lectura de la que obtener uno de esos ejercicios diferenciales, pero tan cierto es como que la voluntad y talento de Bourke condensan en poco menos de 60 minutos las claves de un panorama que años después lograría erguirse con voluntad propia en los dominios del cine de terror; una circunstancia que quizá no llevó la rúbrica del cineasta australiano en su momento, pero de cuya obra no sería difícil sustraer la esencia de un género sin el que la palabra terror no habría podido ser lo mismo.
Larga vida a la nueva carne.