Con el inicio del nuevo siglo un fenómeno irrumpía en las televisiones de medio mundo: el Gran Hermano, exorbitada fórmula del ‹reality› que cogía nombre y trasfondo de uno de los interesantes conceptos que daban forma al 1984 de George Orwell. Esta distopía literaria supuso un fino ataque a los totalitarismos bajo la propuesta de un futuro cercano en el que se situaba la figura del Gran Hermano, un vigilante perpetuo de la sociedad, donde multitud de cámaras permitían a esta figura el controlar todos y cada uno de los miembros de esta humanidad sumida en un trasunto de manipulación gubernamental. La televisión moderna se ha apropiado de este precepto con una serie de ‹realities› donde el espectador es continuo ojeador de todos y cada uno de los concursantes, emulando a la omnipresente efigie vista en las páginas de Orwell, formato que ha supuesto un auténtico éxito como fórmula televisiva que rápidamente se expandió por todo el mundo, aunque lejos de los perturbadores preceptos que manejaban su más clara influencia. El cine se dejaría llevar por este fenómeno en algunas películas como en esta My Little Eye, pequeña pieza independiente que llegaría a las pantallas en 2002 convirtiéndose en una de las minúsculas revoluciones del cine de bajo presupuesto de aquel año.
La película dirigida por el galés Marc Evans recoge el testigo de esta idea proponiendo la historia de cinco jóvenes que a cambio de un suculento premio económico tendrán que vivir en una casa aislada siendo vigilados constantemente por cámaras que retransmiten sus movimientos a través de Internet. Con las dosis de metalenguaje que una propuesta así necesita concebir, el film utiliza una herramienta heredada del ‹found footage› con una narrativa que en todo momento nos pone en el punto de vista de ese Gran Hermano. Este precepto formal es el que el espectador ha de asumir para poder entrar en una trama en la que rápidamente se propondrá una leve construcción de personajes, cayendo en el más esperado estereotipo, y con la predecible aparición de conflictos: desde los dispares puntos de vista acerca de la experiencia hasta el choque de conductas a la hora de constituir el grupo (que crecerá a medida que, de manera paulatina, la incomprensión y el consecuente terror hagan aparición), My Little Eye cae en los tropos de estas historias de destrucción de la unidad, un elemento hostil externo que coacciona los comportamientos de los presentes, o la paulatina animadversión imperando en el núcleo del abanico de personajes.
Con unas ideas hacia la tonalidad que se iniciarán con una creciente propensión al thriller psicológico, y ante un primer acto introductorio de cierta lentitud pero esencial para captar el espíritu de la temática, el film se deja llevar por su estética narrativamente feísta para generar cierta sordidez temática, comprometiéndose más cercadamente con el terror en su tercio final. Como herramienta, la película propone, al igual que en los mecanismos ficticios que maneja, una anexión hacia el espectador, al que se le puede atribuir una participación premeditada gracias a su planificación cinematográfica que pone en su punto de vista en su propia óptica. Un falso tropo de improvisación formal es aupado por un grupo actoral joven y con escasa experiencia, que parecen entender las formas hacia la espontaneidad pretendidas en todo momento; por ahí se podía ver, además, a un primerizo Bradley Cooper recreando a un personaje que provocará una de las escenas más personales del film en cuanto a tono. Es en diatribas como esa donde My Little Eye sale ganando gracias a su fidelidad interna donde lo tosco se apodera de la puesta en escena, con secuencias tan interesantes como la mencionada (relativa al escarceo sexual de un extraño que entra en la casa con una de las protagonistas) y las más cercanas al terror del último acto; todas ganan un complemento extra de sordidez, gracias a la cercanía de su óptica y prominente transparencia estética.
En realidad, My Little Eye puede entenderse como un remedo del ‹slasher› en fusión con la tendencia del ‹reality› del momento, afirmación que no está muy lejos al respetar algunos de los patrones tan anexos a la mencionada corriente. Y si bien, la película obvia el maniqueísmo y mezquina idiosincrasia de este tipo de programas de consumo masivo, se aprovecha de sus formas para recrear una tensión funcional que rápidamente se amoldará a las texturas de un terror quizá demasiado cristalino, pero engrandecido por lo tosco de su abrupta formalidad, que conjetura una atmósfera muy interesante en una diatriba global pocas veces expuesta. Aunque cueste ahondar en un contenido que pudiera generar un trasfondo que ampliase su condición de traslación de esa tele realidad tan reprochable, My Little Eye supone una de esas pequeñas piezas del nuevo milenio con cierta personalidad dentro de su género.