Si hay una característica capaz de definir de algún modo el cine de género oriental, esa es la imprevisibilidad de una cinematografía capaz de lo mejor… y más inverosímil. De ello tiene más de lo que se podría esperar en un principio el debut de Roy Chow con Murderer: de arranque contundente, recibiendo al espectador con una de esas secuencias cuyo carácter no admite discusión acerca del tono en el que se moverá el relato, el cineasta hongkonés pronto enhebra un thriller de rasgos conocidos; no obstante, y lo que podría parecer un ejercicio de intriga donde la figura del falso culpable se sitúa, para la ocasión, sobre la sombra de un personaje central con lagunas mentales que le impiden rememorar ciertos acontecimientos clave, va construyendo una atmósfera enrarecida por los desvíos que toma la exposición realizada. Y es que en Murderer, como uno podría pensar, nada es lo que parece, aunque anticipar los pasos del jugueteo propuesto por Chow se asemeje más complejo que refutar algunos de los reclamos que el cineasta emplea para atrapar al espectador en su particular maraña.
En ese sentido, Murderer construye un adictivo relato que encuentra en su pericia narrativa una gran baza desde la que manejar a la perfección sus aristas, sabiendo trasladar así el film de un terreno, aunque un tanto nimio, psicológico, al misterio propuesto mediante pistas cuyo origen se antoja precisamente incierto por la condición de Ling, el protagonista. Roy Chow, que apela a los tics del thriller contemporáneo armando mediante el montaje y una estética que bien podría rememorar a otros tantos ejercicios anteriores, comprende en ese sentido que lo visual es más un vehículo desde el que potenciar el carácter violento e implacable del film, que un modo de dilucidar su tono, aparentemenre sujeto a los desvíos que va tomando el periplo de Ling. Lejos de cargar las tintas, sin embargo, Murderer se ciñe a las claves de un relato que, si bien es cierto deja espacio para secuencias más cruentas que perturbadoras, no aprovecha la circunstancia, siendo consciente que el vigor de aquello que cuenta está en el transcurso de sus acontecimientos. Sí, con ello probablemente Chow desaprovecha ciertas posibilidades, pero advierte al mismo tiempo que su construcción se sostiene en cada pequeño percance y giro que propone el libreto firmado por el cineasta junto a una habitual suya en el guión, To Chi-Long —que había escrito con anterioridad cintas como Sin miedo de Ronny Yu—.
Es, de hecho, en ese aspecto, donde Murderer gana enteros: así, una vez descubierto el as en la manga no tan celosamente guardado por el realizador —al fin y al cabo, lo revela antes de llegar al último acto—, el mayor ‹handicap› de Chow es encontrar vías desde las que poder resolver con solvencia la cinta: no obstante, lejos de buscar solvencia o sobriedad, Murderer apela a un enajenado espíritu que complementa perfectamente sus cualidades, a la par que ensancha sus posibilidades y, pese a realizar algún movimiento un tanto previsible, sostiene un cierre que no desmerece ni mucho menos aquello propuesto con anterioridad. Con la historia que nos ocupa, pues, no nos encontramos ni mucho menos ante una pieza que suponga una gran aportación al género, pero si con la gran virtud de conocer con exactitud el terreno en que se maneja, actuando de ese modo en consecuencia y ofreciendo un espectáculo tan interesante en un principio, como desmedido y atrevido durante su tramo final: precisamente aquello que requeriría un contexto como este cuando ya se ha hablado tanto a través de sus imágenes y atmósferas, una inmersión tan atrayente como divertida.
Larga vida a la nueva carne.