El estreno en España de Plan de escape, la última película co-protagonizada por Syltester Stallone y Arnold Schwarzenegger, nos sirve para rescatar de la estantería de los clásicos una película a la que tengo un especial cariño: Muero cada amanecer, un referencial e iniciático drama carcelario rodado a finales de los años treinta por los estudios Warner Bros que sin duda se encuentra entre las piezas más influyentes del subgénero, siendo de obligada revisión para cualquier cineasta interesado en rodar una película de fugas carcelarias si es que éste desea empaparse de conocimiento y buen cine. Con la recién estrenada película interpretada por los dos mitos de los ochenta ostenta numerosos puntos en común a nivel argumental e incluso interpretativo (hay que resaltar que la cinta está protagonizada por dos leyendas del cine de gangsters de los años treinta, nada más y nada menos que el legendario James Cagney al cual da la réplica el no menos mítico George Raft), si bien Muero cada amanecer presenta la estupenda virtud de ser no solo una extraordinaria película de acción y cine negro sino sobre todo es una poderosa disertación sobre la psicología de los presos que moraban las cárceles americanas en los violentos años treinta así como una clarividente exposición acerca de las mezquindades manifestadas en una sociedad donde la corrupción y las malas artes imperaban sobre la solidaridad y la nobleza.
La cinta se ubica cinematográficamente hablando en la época en la que se iba a producir un punto de inflexión en el tono de este tipo de películas, de modo que el cine de gangsters con un amplio e interesante estudio de la sociedad de la época, al cual pertenece la cinta, dará paso al cine negro hard-boiled urbano en el cual la radiografía sociológica era sustituida por el suspense y la violencia explícita motivado ello por el ambiente bélico que ennegreció todos los ámbitos sociales en los años cuarenta. William Keighley, un artesano a reivindicar con una magnífica y ecléctica colección de títulos en su haber entre los que se encuentran G-Men (fenomenal cinta made in años treinta con James Cagney) o Balas o votos (fantástica película de cine negro de denuncia social con el siempre estimulante Edward G. Robinson), fue todo un especialista del cine negro de los años treinta por lo que la película se beneficia del dominio escénico y narrativo que poseía el director americano en este tipo de producciones.
Y es que la película posee un ritmo trepidante y dinámico como solo los estudios Warner sabían imponer a sus proyectos. Ya desde los títulos de crédito iniciales (en los que aparecen resaltados con unos barrocos relieves encerrados en unas inquietantes sombras de rejas los nombres de Cagney y Raft, así como el título de la cinta) percibiremos que vamos a ver una película poseedora de todos los arquetipos característicos del cine de la Warner. De hecho es fácil emparentar el contenido puramente cinematográfico de Muero cada amanecer, es decir su fotografía, montaje, actores, diseño de producción, vestuario, representación de la violencia, etc, con cintas emblemáticas del estudio estadounidense como pueden ser Ángeles con caras sucias, Soy un fugitivo, Alta tensión, Ciudad de conquista, Balas o votos o Los violentos años 20, cinta con la que no solo comparte protagonista sino a la que también le une una mirada descreída hacia las instituciones que regentaban el país a la vez que compasiva y clemente hacia los supuestos malos del sistema, esto es, los delincuentes que abarrotaban las putrefactas e infectas cárceles americanas. Sin duda Muero cada amanecer puede considerarse, junto a otras producciones germinales del cine carcelario como pueden ser la pre-code La carretera del infierno y la magistral Soy un fugitivo, como uno de los films que sentaron las bases para cimentar el cine de denuncia social y política a través de historias revestidas con el envoltorio del entretenimiento.
Con un par de poderosos y simples planos que sirven para iniciar los trazos narrativos de la historia de la que vamos a ser testigos, Keighley esboza una declaración de intenciones hipnótica y ciertamente magistral. Porque para mí, Muero cada amanecer posee una de las mejores aperturas de ese género que hemos calificado como cine negro social de los años treinta, el cual siempre me trae a la memoria las secuencias más ardientes y violentas de la obra maestra del género negro Howard Hawks rodada esa época, Scarface. Así en una salvaje noche azotada por una enérgica lluvia observamos a Frank Ross (James Cagney), un periodista que espera a las afueras del recinto de una empresa constructora el momento de disparar su objetivo contra un grupo de honrados ciudadanos, vestidos con sombrero y gabardina, que se encuentran reunidos en la gélida noche en la sede de la misma con la intención de hacer desaparecer una serie de documentos comprometedores para la carrera política de un aspirante a Gobernador (algo que desgraciadamente sigue de total actualidad y moda). Cagney, golpeado por la vigorosa lluvia lo cual ayuda a crear un clima próximo al cine de terror, se adentrará en el recinto en el que se hallan estos siniestros personajes logrando así ser testigo de la prueba del delito.
Una vez publicado en su periódico este caso de corrupción urbanística, Ross se situará en el punto de mira de los corruptos y poderosos que se amparan en el sistema, de modo que al día siguiente de la publicación periodística, Ross es secuestrado por unos gangsters al servicio del candidato político acusado por el reportero, los cuales prepararán una trampa contra Ross endosándole, tras dejarle sin conocimiento y disfrazar este hecho como si de una borrachera se tratara, el homicidio involuntario de los pasajeros de un coche con el cual el automóvil de Ross chocará de frente tras no respetar una señal de tráfico, todo ello preparado por los malhechores para incriminar al honesto periodista.
Ross será acusado de conducir borracho y por tanto encerrado en prisión injustamente por un homicidio que no ha cometido. Las fuerzas de Ross se concentrarán en luchar por demostrar su inocencia con la ayuda de sus compañeros periodistas. Pero las cosas no resultarán tan sencillas como a simple vista parecían, por lo que las esperanzas de Ross de salir de la cárcel van desvaneciéndose conforme avanza el tiempo. Si bien Ross en un principio tratará de aislarse del resto de reos a los cuales mira con cierto recelo, entablará amistad con un tranquilo y frío gangster llamado Hood Stacey (George Raft), el cual le prestará no solo protección sino el apoyo moral y psicológico necesario para mantener la cordura. Stacey es un preso respetado por el resto de reos que formará a Ross en las artes y normas que rigen dentro de la penitenciaría, introduciéndole así con el resto de presos de manera que Ross acabará respetando la camaradería y mandamientos internos llevados a cabo por los prisioneros en la penitenciaría, los cuales presentan más señales de nobleza y sentido común que los llevados a cabo más allá de las paredes de la prisión.
Stacey es acusado injustamente del asesinato del soplón que le incriminó durante una proyección el cine de la cárcel (maravillosa escena esta dotada de un mágico ambiente carcelario) por lo que para zafarse del embrollo que los funcionarios pretenden asignarle, propondrá a Ross que le acuse falsamente del asesinato del soplón con la idea de poder ejecutar un plan de fuga de la prisión, para de este modo que una vez se encuentre libre, utilizar sus contactos en el exterior para por este medio localizar las pruebas que puedan demostrar la inocencia de Ross. Por tanto Ross prestará la ayuda necesaria a Stacey para que éste, aprovechando la celebración del juicio en el que se le acusa del asesinato del soplón tras la acusación interesada efectuada en este sentido por Ross, logre escaparse de la cárcel.
Sin embargo, una vez libre Stacey olvidará la promesa hecha a su compañero centrándose en iniciar una nueva carrera delictiva. Traicionada su confianza la mente de Ross caerá en un vacío existencial dominado por el odio visceral en contra de todos sus semejantes. Este odio será urdido por Ross para idear un motín en prisión que hará las veces de tapadera de su principal objetivo: plasmar un violento plan de escape en el que verter todo su rencor retenido. Sin embargo, el traidor Stacey, hará un último acto de sacrificio sin el cual el objetivo de Ross no podría haber sido alcanzado.
El visionado de Muero cada amanecer es imprescindible para un amante del cine negro clásico. La cinta cuenta con un diseño de producción y fotografía descomunal y barroco, al nivel de las grandes obras del género. El film presenta alguna de las escenas más hipnóticas del cine de este género, siendo especialmente inolvidables las escenas de colaboración y camaradería llevadas a cabo en el patio de la cárcel. Sin duda imperecedera es igualmente la escena del asesinato del soplón perpetrado en la sala de cine de prisión la cual presenta una fotografía nebulosa e irreal acompañada por unos planos en los que se resalta superlativamente la profundidad del campo de acción de escena. De igual forma imitadas son las poderosas escenas filmadas en la sala de trabajo textil donde el traqueteo y el sonido de las máquinas tejedoras repican en la mente de la misma manera que se apodera de nuestra conciencia la vigorosa fotografía de los primeros planos de los presos que se mezclan con los planos largos que muestran todos los detalles aportados en la secuencia (desde la multitud de reos trabajando pasando por el más pequeño paquete o tubería que adornan el escenario). Pero sin duda la secuencia que marca la película es la del motín e intento de fuga final del personaje de James Cagney. De una violencia seca y visceral, se trata de una de las secuencias de motines más exuberantes y grandiosas jamás filmadas. Resulta increíble que fuese rodada en los años treinta ya que nada tienen que envidiar a los motines filmados en la Fuerza Bruta de Dassin o el de la española Celda 211.
Muero cada amanecer es una película claramente a recuperar y reivindicar que seguramente disfrutarán aquellos aficionados al cine carcelario que aún no hayan tenido la oportunidad de vislumbrarla. Una magnífica alternativa y complemento a Plan de escape, por lo que si van este semana al cine a deleitarse con Sly y Arnold, no pierdan la oportunidad de comparar el cine de acción actual con las cintas sociales gangsteriles de los años treinta. Puede que el enfrentamiento les sorprenda muy gratamente.
Todo modo de amor al cine.