A Jonas Carpignano le gusta ver crecer su obra poco a poco. Se percibe al adentrarnos en alguna de sus películas de un modo paulatino, pero es fácil de comprender observando los títulos de su filmografía por orden cronológico. Mediterranea es el inicio de su trilogía sobre Gioia Tauro, pues es esa zona costera de Calabria la que recorre en todas direcciones para dar forma a sus personajes. Pero esta película no es solo germen de la trilogía —que completan A Ciambra y la reciente A Chiara—, es también el resultado de su cortometraje A Chjàna, donde nos presentan los conflictos raciales en Rosarno, municipio en el que se encuentra un gran asentamiento de inmigrantes africanos. Allí dio a conocer a Koudous Seihon como actor y como protagonista de la futura Mediterranea, donde busca un sentido a los hechos acontecidos en el corto.
Pero Mediterranea tiene algo más que una crítica implícita a la sociedad, o un retrato realista de esa población ajena a oportunidades. La película sobrevuela el peligro con un tacto inusual y una fluidez auténtica que parece marca de la casa del joven realizador.
Nos paramos frente a ella por su temática: dos jóvenes de Burkina Faso se preparan con ilusión y esfuerzo para romper reglas y obtener una nueva vida mucho más fructífera de la que le puede ofrecer su propio hogar. Nos cruzamos con Ayiva y Abas, que observan la buena vida que refleja internet sobre los que ya cruzaron fronteras, y que están dispuestos a todo para conseguirlo. De esta cálida acogida pasamos a la tortuosa acción de cruzar el desierto hasta Libia y posteriormente el Mediterráneo hasta Italia. Es el silencio entrecortado por gritos confusos, la oscuridad de la noche y un asfixiante movimiento de cámara lo que nos pone en nuestro lugar, un infierno sin rostros ni consecuencias, en el que unos pocos alcanzan su principal objetivo sin nada de lo que recopilaron antes de iniciar el viaje. Carpignano es duro y expresivo en esta amalgama virulenta donde la realidad se insinúa para fortalecer su mensaje.
Una vez llegados a Italia, vamos descubriendo dos caminos a seguir por parte de los protagonistas. Se puede aceptar la barrera a la que se enfrentan los inmigrantes sin papeles e intentar solventarlo aunque los esfuerzos sean vanos. Se puede negar esa barrera y desear la humanidad de los otros, un respeto adquirido por derecho y negado con facilidad. El director nos muestra un Rosarno festivo, musical cuando estos hombres prueban las mieles de la occidentalización (lo que ellos consideran ambrosía) y un Rosarno crudo y escéptico cuando la hostilidad de los nativos es una constante acrecentada. Mientras Ayiva opta por la adaptación, descubre cómo trampear su propia integridad para sobrevivir, y el director da pie así a la aparición del pequeño protagonista de su siguiente película, A Ciambra, y otros personajes que juegan con la legalidad en sintonía con las necesidades de los más pobres: italianos que pagan en negro el trabajo de estos hombres contrapuestos a “Mama Italia”, una anciana que altruistamente les ayuda con su comida. De este modo Carpignano nos habla de implicaciones verídicas con personas que superan al personaje, siendo realmente habitantes de la zona implicados con los dramas diarios que allí habitan, hasta llegar al límite que aúna la historia de A Chjàna y su impulsiva disputa por hacerse oír.
Mediterranea sirve en bandeja la hostilidad a ojos de quien lo sufre en primera persona. Una película de primeras oportunidades, de recrear un universo propio desde cero, sin olvidar ni por un instante las verdaderas inquietudes que nacen y mueren en un lugar concreto, donde la disposición geográfica ha permitido que sueños y pesadillas se hagan realidad para quien llega y para quien se queda. Mediterranea destila pureza, miedo y hambre y eso la hace tan cercana, asimilando la agitación de las cámaras en el conflicto, las sintonías de Rihanna como nexo libertador, y las lágrimas silenciosas que expresan más que cualquier palabra rebuscada en el momento adecuado.