Uno de los duelos femeninos favoritos en la historia de Europa es sin duda el enfrentamiento (epistolar y traicionero) entre Isabel I, reina de Inglaterra y María Estuardo, reina de Escocia. Sin duda la figura de Isabel I ha sido contada del derecho y del revés: el relato de su más temprana juventud, sus batallas contra todo hombre que quiso imponer su figura para dominar sus tierras por encima de ella, la visión dramática, la puramente estratégica y guerrera, si era altiva o el motivo que había tras la falta de un primogénito en su vida. En esta historia ha sido normalmente María Estuardo la segundona, una pequeña piedra en la vida de Isabel en la mayoría de biopics o relatos históricos que se han construido con su figura. Pero de vez en cuando surge un interesado en el lado escocés, en dar voz a la católica por encima de la protestante, y si en la actualidad encontramos Mary Queen of Scots, dirigida por la directora Josie Rourke en cines, Charles Jarrott ya quiso en los 70 romper el respeto impuesto por la protagonista y elevar la atención sobre la eterna secundaria en María, reina de Escocia.
Jarrott había rodado tan solo dos años antes Ana de los mil días, donde relataba la historia entre Enrique VIII, todo un ejemplo de trato a la mujer, al que dedican en Inglaterra exposiciones mostrando sus armas para aniquilar esposas (y sus trajes a juego), y su amante y luego esposa Ana Bolena —tras la creación de la Iglesia Anglicana, solo por el interés de cambiar de mujer cuando le viniera en gana—. A tanto premio se le nominó y tantos otros ganó que con una base tan jugosa no se pudo resistir a la dirección de una segunda parte, donde mirar a la siguiente generación de postulantes a reyes de Inglaterra, con la hija de los mencionados en la primera película, una Isabel I que interpretaba en esta ocasión Glenda Jackson, ya más que apegada a este papel tras protagonizar la serie para TV Elizabeth R, y su rival por antigüedad en el linaje, María de Estuardo, una bellísima Vanessa Redgrave que se enfrentaba al reto de destacar por encima de su «prima lejana».
María, reina de Escocia comienza con unas trágicas e involuntariamente cómicas escenas encadenadas que justifican la vuelta de María a su tierra natal para exigir la recuperación de su trono escocés. Tal vez se deba tomar este arranque como un modo de dulcificar su papel iniciático en esto de los juegos del hambre por la conquista del trono, y a un tiempo, mostrar que el punto de partida para nada era ventajoso para ella.
Poco a poco podemos ver cómo con un vestuario impecable y una ambientación más cercana al escenario de un teatro que a una gran producción, se suceden todo tipo de intrigas en las que ver cómo crece el espíritu y la decisión de María para soportar todos los golpes que le llegan. Sin poder juzgar el arcaico modo en que se aceptaban los mandatos de estas dos reinas en el film, dada la dificultad de enfrentar un mundo de herencias y hombres por parte de dos mujeres cuyos aliados también eran machos herederos, Jarrott no da tanta importancia al melodrama (que en parte siempre adereza cualquier film histórico que se precie, donde hay tanta intriga entre las sábanas como en los consejos de guerra) utilizándolo en su justa medida, y sí se empeña en mantener con rigor los hitos que marcaron la historia conocida de las soberanas.
Un problema, sin duda, porque la fidelidad implica un metraje imposible de mantener comercialmente, lo que nos lleva a cortes en el relato muy alocados, que en un inicio resultan chocantes, pero con el paso de los minutos se reciben con cierto interés al comprender la intencionalidad y darnos cuenta que el director sabe dar los saltos adecuados para no perder el hilo sin abarrotar de información al espectador. Es por eso que en la película se suceden largas conversaciones —conspiranoicas o confesionales, todas son válidas en cualquier Corte que se precie— que anuncian más hechos de los que vemos en pantalla.
Sus majestades son el verdadero motor de María, reina de Escocia, dignas de toda loa: tanto Redgrave como Jackson son puro espectáculo, en un film totalmente teatralizado, de inspiración shakesperiana recurrente, que se maneja entre amores, traiciones y victorias de una María de Estuardo que, tal y como se representa aquí, era apasionada e inteligente, y no admitió ser sombra de Isabel, un personaje que sin restarle esa inteligencia que se le da a María, muestra unos visos más histéricos y desdeñados. Dos fieras que Charles Jarrott no permite que se dejen influenciar por las hienas de su alrededor y consiguen brillar en todo momento en un drama de época que sabe entretener respetando su corte clásico.