Si bien una mixtura tan particular como la que se da cuando se unen el policíaco con la comedia obtuvo su auge durante los años 80 gracias a incursiones del género como las producidas por la ‹buddy movie› mediante títulos tan sonados como Límite: 48 horas (Walter Hill, 1982) y, muy especialmente, Arma letal (Richard Donner, 1987), era años antes cuando esta empezaba a tomar conciencia de sí misma gracias a films como el que nos ocupa, una Manos sucias en la ciudad —cuya desafortunada traducción, del original Busting, parecía apelar más bien a esa oleada de nuevo cine negro derivada del ‹neo-noir›— dirigida por el neoyorquino Peter Hyams, más conocido debido a sus incursiones en la sci-fi —con la notable y siempre reivindicable Atmósfera cero y 2010: Odisea dos— e incluso al hecho de ser uno de los impulsores de la carrera de Van Damme —a través de propuestas como Muerte súbita o Timecop, policía en el tiempo—; no obstante, el cineasta, que debutaba tras las cámaras con Busting (si se me permite hacer uso del original, mucho más acertado), siempre tuvo espacio para una mirada distintiva al género, aportando sus dosis de ironía en Un detective curioso o regresando a la ‹buddy› en Apunta, dispara y corre.
Con Busting, no obstante, estamos ante un film atípico: no tanto por su condición inequívoca de germen de lo que vendría a posteriori, sino más bien por esa extraña mezcla que suscita Hyams, emparentando un policíaco por momentos cruento, que encuentra sus referentes en el mismísimo ‹noir› y es capaz de armar vigorosas secuencias de acción, con una ironía afín a la peculiar naturaleza de sus dos protagonistas, interpretados por un genial y mimético Elliott Gould (que viviría su mejor época esos años, especialmente al lado de la figura de Robert Altman) y un atinado Robert Blake (más conocido por sus roles en films como A sangre fría o Carretera perdida, dando vida a aquel emblemático hombre misterioso cámara en mano creado por Lynch); así, el primer largometraje del autor de Capricornio Uno no es propiamente aquello que más tarde se transformaría en ‹boom› en manos de Richard Donner, y aunque posee no pocos tics de lo que terminaría transformándose en la aclamada ‹buddy movie›, Hyams logra un perfecto equilibrio entre lo que se podrían considerar los cimientos del género, y un policial cuya fuerza radica, además de en lo formal, en un tono ennegrecido más allá de los desvíos cómicos que pueda tomar en más de un momento el film.
Un hecho, por otro lado, que confirma su último plano, cuyo congelado, acompañado de una reveladora y desencantada voz en off, matiza las miras de una propuesta cuya posterior caída en el olvido sólo se podría comprender debido al desacostumbrado cóctel propiciado por el neoyorquino. Busting es, sin embargo, un ejercicio que sorprende por su capacidad al aunar bajo el mismo nexo enérgicas secuencias propias del género —incluso atreviéndose con un pequeño pero ambicioso plano secuencia en un mercado repleto de gente— con un mordiente cómico —desde algunos de sus diálogos, y hasta encadenando una serie de agudas secuencias que, a la postre, servirán a modo de pertinente resolución— que le otorga una perspectiva distintiva, exponiendo el film como una de esas indiscretas precursoras que, pese a no poseer ese cartel, se define por sus actos; y es que la dupla formada por Gould y Blake, además de mirar con cierta mordacidad la figura detectivesca por antonomasia —en sus gestos, determinación y bravo carácter—, proveen a sus personajes una veta humorística adelantada a las de los Riggs/Murtaugh o McClane/Zeus, que terminarían deviniendo emblemas de la ‹buddy›.
Busting no obvia por ello sus orígenes: cualquiera podrá identificar, más allá de las actitudes de esa pareja protagonista y el desparpajo con que son interpretados, las particularidades propias de un género que en la película de Hyams destaca por su narrativa apegada al mismo y una dirección aferrada a sus códigos y lugares comunes que, lejos de emerger como imperfecciones por volver a lo conocido, terminan funcionando a modo de vínculo desde el que construir vías colindantes y desplazar algunos de los tropos hacia un terreno mucho más sugerente, si bien manteniendo en todo momento la esencia de un policíaco que en pocos instantes se despega de sus constantes habituales, sabiendo amplificar la idiosincrasia del mismo con un carácter, a ratos, ciertamente subversivo. Y es que quizá no sea Busting una de las paradas obligatorias —aunque sí forzosas para todo amante del mismo— dentro de la ‹buddy movie›, pero sí maneja con juicio unas claves sin las que quién sabe si a día de hoy conoceríamos los grandes hitos de la misma tal como son: todo un logro al alcance de muy pocos.
Larga vida a la nueva carne.