La alternativa | Malevil (Christian de Chalonge)

Francia, fin del mundo, o cómo trasladar una hecatombe nuclear a una escena atemporal y salir adelante. Algunos dicen que Robert Merle, escritor de la novela original Malevil, una vez conocido el resultado de la película que creó Christian de Chalonge, no quiso que su nombre apareciera en los créditos de la misma, algo que derivó en un “inspirado libremente en la novela” al inicio del film. Separada pues la escena literaria de la fílmica, nos encontramos en una especie de castillo con una escena que bien podría recordar a Los santos inocentes, con su costumbrismo, sus clases sociales y su terreno infinito (pese a ser la de Camus posterior). Un baño en el patio, un parto de una cerda y un cartero que trae noticias de tierras lejanas enmarca esta agreste estampa con imprecisión temporal, para dar pie al fin del mundo del modo más deudor posible.

De Chalonge sabe interpretar con sabiduría lo que supone un desastre impredecible en una tensa escena donde unos pocos hombres y una anciana sufren en un sótano las inclemencias temporales de lo que podemos suponer una explosión nuclear, pero que no podemos confirmar por ningún detalle concreto. Una intensa escena donde la temperatura sube, las botellas se descorchan y la enajenación es tal que sucumbimos al sufrimiento colectivo de unos compañeros de penurias totalmente casuales. Partimos así de un posible fin del mundo con nulos recursos para conseguir que la civilización salga adelante, y es quizá aquí donde gana enteros Malevil, al incidir en la incertidumbre y la pesadez de volver a comenzar sin saber si puede servir para algo. No trata esta película del enésimo triunfo del hombre frente a la naturaleza, saboteando los intereses sociales de gente civilizada frente a un grupúsculo de hombres que conciben la opción de organizarse para subsistir sin tener consciencia de un futuro.

Hay elegantes planos que se alimentan de la desolación, pero también de la reconstrucción de la propia naturaleza de esas fértiles tierras que antes fueron viñedos, en una prolongada narración sobre lo que esa pequeña comunidad formada en el castillo de Malevil supone, que rompe las reglas ante la aparición de foráneos hambrientos y desaliñados que anuncian una especie de Mad Max, pero que el francés sabe llevar por otros derroteros. Es cuando la religión y la política toman partido en el discurso sociológico presente en las historias de supervivencia, con un corto pero incipiente personaje interpretado por Jean-Louis Trintignant que marca un giro inesperado en el tono del film, donde ese ambiente testosterónico nos lanza contra la crueldad de los líderes, no siendo así el único cambio de rumbo que nos va a impactar en este relato.

Malevil no se basa simplemente en una descarga laboral por parte de hombres resolutivos que dan forma a aquello que ya conocían cuando vivían en sociedad, también tiene ese alimento técnico que formula imágenes imprescindibles y que sabe mantener en intensos silencios la tensión necesaria para tan complejo relato. Lástima que aparezcan en algún momento las típicas prisas de las adaptaciones literarias, incapaces de abarcar tanto como se consigue en un libro rebosante de palabras, pero que en esta película consigue salvar distancias del original yendo por un camino opuesto, tal vez irónico, que nos sitúa, de una vez por todas, en un momento concreto, en una realidad plausible y no por ello menos angustiosa, llena de personajes tenaces y sólidos, que conforman un extraño grupo dispuesto a todo por vivir unos días más.

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