Antonio Baladamenti lo tiene todo para ser un triunfador en esa Italia del desarrollismo de los sesenta que empezaba a dejar atrás los terribles años de posguerra. Ha conseguido ascender en su trabajo ejerciendo como jefe de producción en una multinacional automovilística francesa, muy reconocible, asentada en la próspera ciudad de Milán gracias a un estoico método de labor siciliano que controla cada proceso de la cadena de montaje al milímetro. También ha formado una familia modélica con una mujer rubia, moderna y guapísima y dos pequeñas cuyo futuro parece asegurado merced al meteórico progreso laboral de su progenitor. Además las dos siguientes semanas Antonio va a tomarse un respiro vacacional retornando a su pequeño pueblo natal ubicado en la isla de Sicilia. Un viaje ansiado por nuestro héroe, pues ya hace mucho tiempo, desde que decidió emigrar al norte a Milán, que no visita a su familia y amigos siendo también esta una oportunidad para que sus padres y hermana conozcan a la esposa e hijas de Antonio.
Sin embargo, antes de iniciar la partida Antonio es llamado al despacho del gerente de la fábrica, un americano de origen italiano, para llevar a cabo un pequeño encargo. Y es que su jefe ha leído su expediente descubriendo que Antonio es natural de una localidad en la que ejerce de cacique un amigo lejano de sus tiempos en Italia y aprovechando el viaje de su empleado a este lugar decide dejar encargado a Antonio la entrega de un obsequio al patriarca del pueblo en su nombre y en el de unos colegas americanos que desean presentarle sus respetos.
Antonio se muestra contento por haber conocido a tan importante hombre en su empresa y ve en el encargo una oportunidad para ascender en su trabajo. Así, una vez arribado a la isla y después de tomar un buen almuerzo con la familia decidirá acudir a su cita con Don Vincenzo, que así se llama la persona que controla cada paso que toman los lugareños. Aunque en un principio su presencia no es tomada muy en cuenta, pronto Don Vicenzo recordará a Antonio y su pasado como colaborador de confianza en pequeños trabajos de vigilancia en la dura época de posguerra. Una época ya olvidada por un Antonio urbanita que eligió la comodidad de la gran ciudad frente al bestialismo que aún habita en la Sicilia más recóndita.
En paralelo, la mujer de Antonio será observada por los compatriotas y familia de Antonio como un bicho raro, demasiado refinada y extraña, y con unas formas de vestir y comportarse demasiado delicadas y exquisitas. Pero, a medida que pasan los días, la familia se aclimatará a un hábitat salvaje, agreste y bronco, en el que las mujeres tienen bigote y los ataúdes campan a sus anchas para dar morada a quienes han caído en reyertas y viejas rencillas por tierras y dinero. Y ese punto será aprovechado por Don Vicenzo y su lugarteniente para camelar a Antonio, quien sin darse cuenta terminará atrapado por su pasado y por esa lealtad indeleble que los habitantes del pueblo deben a Don Vincenzo por su propia supervivencia, ya que en la ingenuidad de encontrarse entre amigos de ciudad Antonio demostrará a los empleados del cacique que sigue siendo el mejor tirador el pueblo. Algo que Don Vincenzo necesita para cumplir con una peligrosa misión en el extranjero.
Así, Antonio acabará aceptando por su propio bien y el de su familia con una petición irrechazable de Don Vicenzo, siendo obligado a viajar de incógnito a un país lejano para cumplir con una encomienda que Antonio jamás pensaba que iba a tener que acometer.
Bajo esta atractiva premisa Antonio Lattuada, uno de los participantes del neorrealismo italiano, dirigió en el año 1962 la que para mí es su mejor y más contundente película. Una obra de madurez que se encuentra producida en una etapa clave de la evolución del cine transalpino. Aquella en la que un neorrealismo, ya en claro declive, aún dejaba su esencia y aroma en alguna que otra producción como la protagonista de esta reseña, si bien la deriva del séptimo arte italiano empezaba a apostar más por el cine de género copia de los grandes éxitos del cine estadounidense y también por atrapar las nuevas olas del cine europeo que pusieron patas arriba los cimientos del cine clásico.
En este sentido, El poder de la mafia (Mafioso, 1962) se destapa como una obra que conecta esos dos mundos (ya el hecho de que en su producción se encontrase el magnate Dino de Laurentiis es un dato que corrobora esto), elevándose como una de las mayores obras maestras del cine italiano. No entiendo que una película como esta haya ocupado siempre una segunda fila tanto en conocimiento como en apreciación crítica entre la crítica y los cinéfagos de varias generaciones, pues no solo es una de las más grandes obras del cine italiano de los sesenta, sino que igualmente supuso el primer gran éxito en tierras transalpinas de la dupla Marco Ferreri-Rafael Azcona, quienes ya habían conquistado a la crítica con dos obras de culto realizadas en nuestro país como El pisito y El cochecito.
Y es que todo el envoltorio de El poder de la mafia contiene las virtudes y obsesiones filosofales de Ferreri y Azcona. En este sentido, en mi humilde opinión, El poder de la mafia fue el punto de partida y lanzadera de la que es considerada por muchos como la mejor película española de la historia, me refiero a El verdugo.
Ambas películas retratan a una familia de clase media que desea aprovecharse de los vientos del desarrollismo para prosperar socialmente y mejorar las perspectivas futuras de sus vástagos. Para ello, los dos protagonistas se verán enfrentados a unas sociedades bestiales, crudas y carentes de libertad que coartan las ansias de prosperidad y libertad de nuestros héroes, siendo ambos arrastrados por esos hilos invisibles que controlan cada movimiento de los ciudadanos a realizar una acción denigrante como acto de supervivencia, debiendo tragarse sus prejuicios y escrúpulos para poder seguir caminando sin señalamientos ni caídas en desgracia en una sociedad carente de libertad.
De hecho los dos planos finales de ambas películas son curiosamente casi idénticos. Un plano general tomado desde la perspectiva de un Dios omnisciente que observa como los dos protagonistas se alejan del espectador hacia un rumbo bochornoso e indigno. No tengo el dato preciso, pero lo comentado anteriormente me hace suponer que el guion de El poder de la mafia escrito por Azcona en colaboración con Ferreri sirvió de base a Azcona para escribir El verdugo. Todo encaja. Ese humor seco, directo y muy muy negro que contienen ambos films, considerados como tragicomedias o comedias negras, pero que a mi entender son dramas negrísimos muy filosofales que desprenden el sentido de entender la vida y la verdad tanto de Ferreri como de Azcona.
La lucha del ser humano por una libertad coartada por un ambiente inhóspito, brutal y violento que nos obliga a tomar decisiones contrarias a nuestro honor y pensamiento con tal de ser aceptados socialmente son puntos comunes de ambas obras. También como los vínculos familiares acaban por ser un lastre para ejercer la plena libertad, pues condicionan nuestros movimientos y dictámenes. Asimismo el retrato de la dicotomía entre la modernidad de la ciudad y el primitivismo de los ambientes rurales, pintada magistralmente en El poder de la mafia por Lattuada al contrastar a la mujer de Antonio con los moradores del pueblo al que van de vacaciones, esas miradas lascivas de los hombres y de desconfianza y resquemor por parte de las mujeres vestidas de luto y arrugas en la piel no tratadas por maquillajes ni otros medios de refino. Y sobre todo ese pasado que siempre aterriza para condicionar nuestras aspiraciones presentes y futuras, un pasado del que uno no puede huir ni en otra ciudad ni en otro ambiente menos prehistórico que el que nos vio nacer y crecer.
A reseñar igualmente la magistral interpretación de Alberto Sordi, quien se convierte en el ‹alma mater› de la cinta. El resultado de El poder de la mafia no hubiera sido tan excelente sin un Sordi absolutamente desatado y entregado a la causa quien soporta sobre sus hombros el arranque, desarrollo y desenlace de casi todo el film. Su poderosa presencia se encuentra en más del noventa por ciento de los planos tejidos por Lattuada, quien consciente de la vocación de gran estrella de Sordi, deja rienda suelta la genialidad cómica y trágica de Sordi a través de su patética mirada, de una fisicidad que calca la idiosincrasia siciliana como si Sordi, romano de nacimiento, hubiera crecido en las lindes de la isla.
Igualmente, a pesar de que el neorrealismo estaba ya de salida, Lattuada derritió gotas de costumbrismo neorrealista empapando el tramo del film que se desarrolla en Sicilia con el folclore propios de la región, rodando en el exterior, captando la esencia del hábitat y el medio, pero también los usos y tradiciones de quienes habitan el escenario protagonista. Sin duda, una de las escenas que más me gustan es aquella en la que la madre de Antonio observa con desconfianza y cierto asco a su nuera, como si esta fuera un bicho raro que trata de robar la esencia de su hijo, y también como ésta trata de domesticar el rostro de su cuñada para así poder atraer al altar a un pretendiente que no termina de pedirle matrimonio.
Y es que el tramo que más me fascina del film es aquel en el que Don Vincenzo decide tomar bajo su protección a un cándido Antonio. La conversación de Antonio con el ‹consigliere› de Don Vincenzo en la que recuerda su época de ayudante del cacique en la posguerra y el mercado negro, su añoranza de aquellos tiempos, su sentimiento nacionalista siciliano a pesar de haber partido a Milán hace ya tiempo. El hecho de no sentirse plenamente milanés, pues los del norte no entienden a los sicilianos, no comprenden lo que significa ser un mafioso, sus códigos de honor, orgullo y rectitud. Como Antonio caerá en la trampa del ‹consigliere› demostrando que sigue conservando la puntería famosa en el pasado que le hizo convertirse en el mejor cazador del pueblo. El momento en el que tras una disputa vecinal por unas tierras, después de que el propietario de las mismas decida encarecer el precio acordado inicialmente con el padre de Antonio tras observar la prosperidad y el capital que parece acumular Antonio como jefe de producción en la gran ciudad, hará que Don Vincenzo vea la oportunidad de cobrarse el favor de promover que el propietario desista de encarecer la compra de las tierras por Antonio vendiéndoselas por el precio inicialmente acordado.
Un favor que le saldrá caro a Antonio. Todo lo que este favor desencadenará es magistral. El cambio de rostro de un Antonio conocedor que los favores de Don Vincenzo se pagan caros… Todo este tramo del film es magistral. Así como las magníficas elipsis del viaje de avión con el que Antonio arribará a Nueva York para cumplir un encargo. Tanto la elipsis, escondido en una caja de madera como una vil mercancía de transporte, del viaje de ida, como la aterradora elipsis del viaje de regreso son puro cine. Igualmente la escena, fotografiada como si una película de terror gótico fuera por el gran Armando Nannuzzi, dentro del coche en la que Don Vincenzo solicita a Antonio su colaboración por el hecho de haberle conseguido la rebaja de las tierras que anhelaba comprar….
Que más puedo decir, que El poder de la mafia es una película inolvidable, repleta de escenas de gran fuerza dramática. Repleta de un humor negro, incómodo y grotesco marca de la casa Ferreri-Azcona que nos hacen sacar una sonrisa de escenas ciertamente patéticas. Vamos, una obra maestra con todas sus letras que no me cansaré de reivindicar. De hecho, algunos escritos indican que esta fue una de las pelis clave que sirvieron de inspiración a Francis Ford Coppola para rodar las escenas italianas de las dos primeras partes de El padrino. En mi opinión, algo totalmente cierto, solo hay que comparar las escenas para darse cuenta que algunas de las de El padrino son casi calcadas a las rodadas por Lattuada diez años antes.
Todo modo de amor al cine.