Lucky Luciano, dirigida por el italiano Francesco Rosi, es un relato de la actividad criminal del capo del mismo nombre, considerado una de las figuras clave de la historia del crimen organizado. Encuadrada particularmente en sus últimas décadas, operando en Sicilia tras haber sido expulsado de los Estados Unidos después de una condena, la historia que se nos narra aquí tiene tintes de biografía pero no lo llega a ser del todo, pues para el director antes que su evolución personal prevalece la figura pública de Luciano, las consecuencias, causas y el contexto de su actividad, y de este modo la película no es sino un retrato de las partes implicadas que radiografía la situación política y social de la Italia de aquellos años.
Comparable en algunos puntos a la saga de El padrino, incluso sospechosamente parecida en, por ejemplo, la escena inicial de la matanza, esta cinta sin embargo surge de propósitos completamente distintos, y por tanto también en su resultado es visiblemente diferente. Lucky se nos presenta aquí no como un villano romántico, sino como un manipulador sin escrúpulos, sin conciencia social, seguro de sí mismo y de su red de influencia. No parece seguir códigos morales ni hay una devoción a los lazos de amistad, simplemente el pragmatismo de aprovecharse de los demás mientras sean útiles, y eliminarlos sin miramientos al menor trazo de disensión. Mediante una interpretación magníficamente contenida, Gian Maria Volonté da vida al capo otorgándole siempre un aire de suficiencia frente a las circunstancias que le rodean, capaz de mentir y fingir emociones, y por momentos da la impresión de que realmente está convencido, que se ha repetido tantas veces su relato que se lo cree, y se le antoja estar haciendo lo correcto frente a las injusticias de un sistema que le debe favores.
Sin embargo, Rosi no juega a dorarle la píldora. Constantemente se da muestra de su cinismo e hipocresía, sus argumentos siempre suenan autoconvencidos, y desacreditando todavía más su punto de vista está el enfoque poliédrico de la cinta, retratando motivaciones aliadas y contrarias y poniendo el dedo en la llaga, tanto de los juegos de poder que le permiten actuar impunemente como de las miserias del pueblo que está en sus manos. En ocasiones el filme parece jugar con la idea de mostrar en él una posición política comprometida, pero nunca llega a ser más que un espejismo. Y es así como Lucky Luciano termina siendo no solamente la historia de un líder mafioso sino una revisión crítica de los entresijos del poder capitalista, la corrupción, la negligencia diplomática y los intereses económicos de las élites, capaces de mirar hacia otro lado mientras obtengan un beneficio. Y bajo su mando, un pueblo italiano en posguerra, víctima de la desprotección y la marginalidad, que se convierte en blanco fácil para el tráfico de heroína que promueve y construye sin ninguna clase de escrúpulos nuestro protagonista, que es si cabe más obsceno cuando trata de justificarlo como una necesidad social.
Lucky Luciano es una película que resuena todavía con fuerza hoy en día, por lo que narra y lo que implica. Pese a su relativamente corta duración, es compleja, ambiciosa y llena de matices, y representa en su forma de retratar el crimen un alejamiento de cualquier tono romántico o narración fatalista tan comunes en el cine. Prima la credibilidad y veracidad de los hechos, utilizando una voz en off de tono periodístico para conectar sus distintas partes, y por otro lado apenas vemos el lado más brutal de dichas actividades criminales; la cinta abunda en diálogos de políticos, policías y otros funcionarios decidiendo qué hacer, cómo acorralar a Luciano o discutiendo si les conviene o no. Es más bien una historia de despachos, negociaciones y acuerdos bajo mano, como corresponde a la intención clara de Rosi de denunciar los fallos estructurales del sistema.
Y si bien es tal vez ahí donde me falla, en esa ambición enorme y hasta desmesurada que hace que la cinta se haga difícil de seguir, con tantos personajes yendo y viniendo constantemente y con un enfoque que se pierde cada dos por tres en subtramas de gran interés contextual pero escasa implicación emocional, no puedo menos que valorar muy positivamente la intención, en particular por desviarse de las tendencias tradicionales al retratar el crimen en la ficción, y también por su compromiso político y su lucidez fuera de toda duda.