No existen términos como “dignidad” o “patria” cuando se habla de soltar a los perros (de la guerra) en plena batalla. Es quizá lo último en lo que piensa alguien que desea contratar a un mercenario, el cual imaginamos, gracias al cine, como una máquina de matar desconocedora de la empatía y probablemente de la realidad. Alguien pulcro y definitivo, un trabajador nato que simplemente cumple órdenes sin importar quién vaya por delante y quién pueda yacer muerto por detrás.
Pero todo depende de la perspectiva del relato. Concretamente, de la que el británico Frederick Forsyth le quiso dar en su novela, Los perros de la guerra, al centrarse en las desdichas e intrigas de Jamie Shannon como brazo ejecutor de los altos mandos. Es curioso cómo saber que tras una sólida narración en una película se puede encontrar una novela desconocida para quien se acerca a ella, pero no suele funcionar del mismo modo cuando alguien se acerca a una película que adapta alguna novela que ya ha sido leída, digerida y venerada por el mismo televidente. El caso es que desconocer las verdaderas intenciones de Forsyth le da un valor añadido a este primer largometraje de un experto en el thriller como fue John Irvin, que maneja con gusto los entresijos de estos mercenarios a sueldo, con un brillante, impecable y jovencísimo Christopher Walken, que desde su mirada helada e impasible nos desvela la otra cara de la verdad.
La película contiene pequeñas ráfagas de esas guerras en las que el primer mundo solo aparece anecdóticamente para llevarse su parte del botín sin apenas dejar rastro. En ese sentido, Los perros de la guerra se aprovisiona de un tono crítico casi imperceptible al seguir los pasos de un hombre y posteriormente su equipo de confianza, que se ven implicados en un encargo de mucho dinero y pocos escrúpulos.
Quizá el encanto de este film sea el ignorar los hechos, los fuegos artificiales, para centrarse en la preparación del verdadero objetivo. No importa tanto la guerra en sí, como las motivaciones que llevan a alguien a participar en ella y la forma en cómo se elabora esa aparición estelar sin ser invitados a la fiesta. Walken es Shannon, un ex-militar que ocupa sus días en aceptar o no su presente incierto, su futuro frustrado. Pese a la frialdad del personaje y su metodismo, se busca entender una motivación para su forma de actuar, decantando el personaje hacia lo humano, sin necesidad de compartir sus actitudes. Es así como gana enteros un film inspirado en el atractivo de un personaje oscuro y no en un festival de sangre, que por otro lado sería el camino fácil hacia el puro entretenimiento, más afín al cine bélico actual. Irvin se destapa como un estratega que sabe allanar el camino para asentar el interés por los detalles. Como cualquier guerra que se precie, las motivaciones nacen desde grandes corporaciones monetarias que ven en Zangaro (inventado para la ocasión) el lugar propicio para sedimentar el caos y el terror manejando su gobierno. Así es como entra en juego Shannon, primero como informador y posteriormente como uno de esos perros a los que soltar, con el único condicionante del dinero. Más allá de la muestra de personajes implacables, psicópatas ávidos de poder y curiosos forzados a morir por meterse donde no les llamaban, hay un hilo conector que nos habla de los escrúpulos recién adquiridos de alguien que se ha cansado de ser la marioneta pero que no conoce otro modo de avanzar en la vida. Es ahí donde se refuerza la imagen de Christopher Walken, que no podemos negar que sea siempre ideal para cada uno de los papeles que ha interpretado hasta ahora, y que aquí concibe el poco apego a la vida como un modo de supervivencia de lo más elegante.
Los perros de la guerra también sabe disfrutar de los excesos, de un final de fiesta agresivo y “testosterónico” que alimenta la imagen lucrativa de los ideales que tenemos sobre mercenarios en guerras que les son ajenas, mientras se intenta incentivar, ya sin tanta sutileza, el mensaje en contra de aquellos que manejan los hilos interesadamente sin mancharse las manos. Se consigue así una película intrigante y oscura con un discurso por momentos diferente y que, obviamente, gana si desconocemos el texto original. Soltar a los perros puede ser peligroso para cualquier bando.