Los caballeros teutónicos es la película más aclamada de Aleksander Ford, toda una superproducción que conforma uno de los mayores éxitos a nivel comercial y de crítica del cine polaco. Su historia de un joven noble enfrentado a la Orden Teutónica por una mujer nos traslada a la Lutiania de finales del siglo XIV y principios del XV, en el contexto de los conflictos entre los teutones y los reinados centroeuropeos, desembocando en la determinante batalla de Grünwald. El propósito de la película, por tanto, no deja de ser hablar de lo general a través de lo particular, presentando una sencilla historia de búsqueda y venganza personal con un trasfondo que va avanzando sin descuidarse.
Si algo define esta cinta es su apuesta por valores seguros a lo largo de su narrativa, contrastando con las vanguardias formales de otras cintas de la época y lugar. Su vocación de cine de masas, unida a una cierta imagen tendenciosa de los acontecimientos que la acerca en ocasiones a la propaganda más descarada (la sutileza no es una de las grandes cualidades de esta cinta, pero aún así el vergonzoso momento del «Heil!» entre los teutones ya es pasarse tres pueblos), hace de la cinta una obra fácilmente asimilable a las grandes superproducciones que asomaban desde Hollywood en la misma época. En ese sentido, el espectador que busque nuevos desafíos cinematográficos en una obra polaca de 1960 probablemente se sienta insatisfecho al enfrentarse a ésta, una aventura medieval tan asombrosa como en muchos aspectos convencional.
En cualquier caso, la cinta aporta un buen número de elementos idiosincráticos muy interesantes, y es sobre todo tremendamente apreciable a nivel del desarrollo de su contexto. Al margen del tono parcial de la narración y el trasfondo patriótico que emana, si por algo destaca Los caballeros teutónicos es por su respeto escrupuloso a la forma de vida, las costumbres y las circunstancias históricas de la época, desplegando todo un arsenal de mecanismos protocolarios entre las distintas partes que conforman la narración que pueden resultar muy ilustrativos. Esto también se traduce en un avance de la historia más bien lento y pausado, que no parece tener ninguna urgencia por llegar a donde quiere, y que se recrea en los puntos de vista de los actores del conflicto, construyendo a pesar de todo una narración de paso firme que termina alcanzando lo que busca sin problemas. Hay que decir que esa equidistancia de puntos de vista se ve en todo momento lastrada por un tono muy acusado de diferenciación entre héroes y villanos, pero incluso en ese aspecto la película muchas veces logra sobreponerse conteniendo sus venazos subjetivos de forma que no interfieran en la descripción de los personajes.
Consideraciones narrativas aparte, el elemento más destacado del filme se encuentra en su ambiciosa puesta en escena, que más allá de una o dos secuencias puntuales que han envejecido más bien mal, es una constante exhibición de recursos escenográficos, con una banda sonora que capta a la perfección la intensidad emocional de la historia y que da lugar a un buen número de escenas e incluso imágenes memorables. En su contra tal vez quede que la mastodóntica batalla final, todo un derroche de extras y recursos visuales, resulte sorprendentemente plana y poco impactante en comparación con otros muchos momentos de la película, y en especial con el excelente uso del montaje paralelo que precede a la pelea, que en comparación se queda como una anécdota, costosa e inmensa pero anécdota, casi hecha por compromiso. Da la impresión de que a Ford le interesa más todo lo que rodea y precede a la batalla que la batalla en sí, entrando en conflicto con el propósito original de la cinta que debía ser rendir homenaje a este acontecimiento histórico en concreto.
En general, se puede describir a Los caballeros teutónicos como un compendio de virtudes y de ambición cinematográfica llevada a buen puerto, que funciona a la perfección como exposición histórica aunque sin renunciar a una parcialidad en la narración que deja muy claras las intenciones de la cinta. Sus fallos, aunque en ocasiones bastante visibles, son al fin y al cabo esporádicos, a nivel de escenas y diálogos sueltos, y eso hace más fácil seguir esta obra como un todo que en muchos aspectos es tremendamente bello y admirable, y que traslada a la pantalla con mucha eficacia los elementos narrativos de la epopeya medieval.