La alternativa | Los amantes de Montparnasse (Jacques Becker)

Tras el fallecimiento de Max Ophüls, su colega Jacques Becker tomó el relevo para encargarse de la que se acabaría convirtiendo en su penúltima película, falleciendo el director francés apenas dos años después. Y, como si de alguna forma las tragedias sucedidas a ambos directores —y al actor principal, quien también murió de manera temprana, un año después de esta cinta— se trasladasen a la obra, la historia que se narra en ella es la de una mirada sombría y fatalista sobre el artista, elaborando una recreación ficticia del último año de vida del pintor italiano Amedeo Modigliani, quien sobrevive en el área de Montparnasse en París, borracho, endeudado y enfermo, y que no logra vender sus cuadros a pesar de haber logrado ya un cierto prestigio crítico. En medio de su espiral autodestructiva, Modigliani conoce a una bella joven, e inician un romance que no logrará salvarle de un destino trágico.

Más allá de esta cierta coincidencia superficial que se puede trazar, lo cierto es que no es la primera vez que se trata el tema del artista condenado a la miseria y la muerte temprana; y que, en ese sentido, Los amantes de Montparnasse puede verse, a nivel narrativo, como algo ya bastante recorrido en la ficción, que a menudo trata de romantizar esta figura del genio incomprendido o difícil de tratar que no puede triunfar en un mundo que no está adaptado a él. El guion no pretende escapar de estos estereotipos al retratar a Modigliani, pero su enfoque no es en absoluto benévolo hacia su protagonista y, más allá de lamentar su mala suerte y la falta de entendimiento por parte de los demás, le muestra como una persona inestable y poco fiable que, de manera consciente o inconsciente, se sabotea y no va a ser capaz de salir del pozo en el que está metido, pese a las oportunidades que se le presentan. El de esta película es, por tanto, un fatalismo que no viene de una suerte de destino escrito de antemano e inalterable, sino de una serie de fallos de personalidad muy notorios de su protagonista y de un pesimismo esencial y amargado que rezuma toda la cinta.

Nada de esto funcionaría, sin embargo, sin una puesta en escena de la pulcritud, la hondura emocional y la precisión a las que acostumbra la dirección de Becker, elaborando cuadros hermosamente iluminados y, a su vez, llenos de inmediatez; pero, sobre todo, no sería lo mismo sin unas interpretaciones muy eficaces que añaden muchos matices a sus personajes. Gérard Philippe destaca con facilidad como Modigliani, porque construye en su actuación un retrato de un hombre verdaderamente complicado y hastiante, con una mezcla de ínfulas de artista indigeribles y personalidad violenta e inestable que permite entender el por qué de su círculo de amigos tan reducido y de sus constantes fracasos; al mismo tiempo, hay en él una fragilidad emocional muy bien transmitida, que va construyendo una empatía con su situación cada vez mayor a lo largo de la cinta.

Philippe carga a las espaldas con la mayor parte del peso emocional de la cinta y su interpretación está a la altura del reto que supone el personaje; sin embargo, no puedo dejar de mencionar a Anouk Aimée en un rol mucho menos desatado, pero que me transmite mucho en la sutileza de su sufrimiento y resignación. En un registro y tipo de personaje distinto, destaco también a Lino Ventura construyendo lo más parecido a un «villano» moral en la cinta, con un rol frío y despiadado como el marchante de arte que espera pacientemente a que Modigliani muera para aprovechar la oportunidad de negocio que esto abrirá para sus obras artísticas, y que representa la mirada más abiertamente cínica y desencantada de la cinta acerca del mundillo del arte.

El resultado de todo esto, pese a las complejidades de su condición de proyecto heredado y la dificultad de trazar una identidad autoral uniforme, ya que las ideas narrativas de Ophüls se mezclan con las decisiones de puesta en escena y dirección de actores de Becker, es una película que resulta sorprendentemente cohesiva en todos sus aspectos y se convierte en una de las narraciones más convincentes sobre el cliché del artista condenado a la tragedia y al fracaso, aportando un tono de profunda desesperanza hacia lo que cuenta y construyendo en el camino un comentario ácido y desencantado sobre el arte como negocio y fenómeno social. De alguna forma, a pesar de lo accidentado de su desarrollo, Los amantes de Montparnasse cristaliza en una excelente película y gran clásico del cine francés previo a la revolución que supuso la Nouvelle Vague.

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