Llegó el verano del 2004, la época en la que termina el colegio. En el instituto Shibazaki se celebra la feria de fin de curso, además de competiciones como el certamen de música. Kei, la líder de uno de los grupos en liza, cuenta con el apoyo de Kyoko a la batería y Nozomi al bajo, aunque también cuenta con el rechazo de su antigua vocalista. Así que Kei se hace cargo de la guitarra y convence a Son, una compañera de intercambio con Corea del Sur. Las cuatro forman el conjunto que rememora los éxitos de los famosos The Blue Hearts. Pero a falta de pocos días para el concurso, agobiadas por los estudios, con el inconveniente del japonés básico, unido al desconocimiento de las canciones por parte de Son —la cantante—. Sin contar tampoco con los asuntos personales. Así, la participación se presenta complicada.
La sinopsis de Linda Linda Linda puede parecer la de cualquier película enfocada a un público adolescente o juvenil, con tendencia al trazo rosa por ser cuatro chicas las protagonistas. Pero es todo lo contrario porque —en efecto— sí hay encuentros además de rupturas amorosas entre alguna de ellas con ex novios y pretendientes. Pero la historia está contada con la madurez suficiente para enfocarla en su mayor parte, en las relaciones como compañeras de instituto, incluso desconocidas en el caso de Son, alumna surcoreana de intercambio con Japón. Unas relaciones que se cimentan en una creciente amistad y altruismo entre las cuatro. El resultado final se sitúa muy por encima de relatos generacionales recientes, ya estén inspirados en maduras amigas neoyorquinas, vecinos de residencia tejanos como los que describe Richard Linklater o cualquier pandilla politoxicómana que celebra despedidas de solteras o solteros. Porque si en algo acierta con rotundidad este quinto largometraje de Nobuhiro Yamashita es en dejar fuera de juego las cuitas románticas, sus circunstancias familiares o sociales. En un ejercicio de sobriedad narrativa, el cineasta elude cualquier aspecto que desvíe la atención del espectador, respecto al deseo de las cuatro amigas por tocar unas cuantas versiones de un grupo japonés del punk-rock de los años ochenta: The Blue Hearts.
Con esa canción mítica titulada Linda Linda —nombre repetido a propósito por tercera vez en el título del film— presenta por separado a las cuatro protagonistas con planos fijos, composiciones en planos medios o primeros planos abiertos que las sitúan en acciones cotidianas, ya sea en la escuela o bien en sus hogares. Con un desarrollo sutil de las evoluciones personales de cada una de ellas, propio del cine nipón rodado por Ozu, Mizoguchi y maestros contemplativos del país oriental, pero con un dinamismo que dota de buen ritmo más de ciento diez minutos de metraje, sin necesidad de recurrir a un montaje acelerado ni cambios vertiginosos entre secuencias. Destaca este ritmo mantenido pero suave, sobre todo teniendo en cuenta que, por la juventud de los personajes y sus motivaciones como banda de versiones musicales, sería un motivo propicio para echar mano del lenguaje audiovisual cercano al videoclip. Sin embargo el cineasta manifiesta una madurez narrativa insólita, a pesar de ser un mercenario contratado al servicio de un guión —que coescribe con otros dos colaboradores, por cierto— tal como manifestó él mismo en alguna entrevista. Sitúa la cámara al servicio de las cuatro compañeras, definiéndolas mediante una mirada limpia, a la altura de sus ojos, con planos más quebrados para presentar a Kei, la más arrogante y esquiva del grupo. Conjuntos junto a las demás, en segundo plano para Nozomi, la bajista, quizás la más reservada de todas. Frontales y pendientes de la expresividad de Son, la que se encuentra más sola al principio de las cuatro. Y más dinámicos para Kyoko, la baterista, destacando esos travellings laterales que la siguen por el pasillo del instituto, mientras vemos las actividades e interrelaciones con otros personajes en las aulas, a través de puertas y ventanas, en un ejercicio muy conseguido de puesta en escena y profundidad de campo.
También destaca el tratamiento de comedia que tiene la película con momentos de humor que coinciden con los tres encuentros románticos de la historia. La declaración de un alumno a Son, a la que ella responde con tanto cariño como impasibilidad, casi de la misma forma en que lo hubiera hecho Buster Keaton. Otras escenas como las que aparece el exnovio de Kei. O las más divertidas durante la feria, a cargo de Kyoko y su cocinero enamorado. Junto a otra secuencia onírica, muy singular pero tratada con realismo, que dota de riqueza expresiva a la cinta. O los interludios grabados en vídeo por tres personajes, alumnos también del instituto, al inicio, segundo acto y final del film, escenas breves que resultan fundamentales para enfatizar un leve tono evocador, teñido de nostalgia, que lo separa del tratamiento ñoño, más habitual en los films sobre adolescentes. Linda Linda Linda es un buen largometraje juvenil que sirve como retrato generacional, ejercicio de estilo y un canto a la amistad. Sin necesidad de ponerse por encima de las chicas protagonistas, sino a su lado. Con el único inconveniente salvable que tienen estas películas, en las que las actrices reales doblan la edad de sus personajes de ficción. Pero incluso en esta ocasión se permite esta licencia porque resulta estimulante por su tono de comedia costumbrista y memorable por sus soluciones dramáticas, pero recurrentes a una melodía nostálgica antes que a la tragedia o el culebrón.