Thomas Vinterberg, director de Celebración (1998) y La Caza (2012), nos ofrece este fin de semana su particular visión de Lejos del mundanal ruido (2015), producción británica inspirada en la novela homónima del gran Thomas Hardy. Sin embargo, no es la primera vez que este clásico de la literatura británica es llevado al cine. En el año 1967, fue el director británico John Schlesinger —por aquel entonces integrante del ‹free cinema› inglés— el encargado de llevar a la pantalla el intenso texto firmado por Hardy, que fue publicado en 1874 en forma de serial en un periódico.
Las novelas de Thomas Hardy que he tenido oportunidad de leer resultan profundamente dramáticas; nos ofrecen unas tramas alambicadas y duras, protagonizadas por personajes que parecen abocados al fracaso o al tragedia. Por ese motivo, la literatura de Hardy resulta profundamente realista: historias ambientadas en escenarios rurales, lo que se traduce en un estilo naturalista que no obstante se me antoja pesimista y triste. Sus historias son absolutamente tremebundas, pero a la vez apasionantes, no dejan respiro al lector y profundamente visuales y poéticas. Por ese motivo, con frecuencia algunas de ellas han sido adaptadas al cine. Tess (1979), Lejos del mundanal ruido (1967) y Jude (1996) resultan las más celebres o destacadas; el film de John Schlesinger es sin lugar a dudas el más conseguido de todos y el que mejor ha sabido retratar el tortuoso universo de Hardy, sobre todo en lo que se refiere a la enorme critica político-social, presente en el libro original.
Lejos del mundanal ruido surge de la reunión de grandes y valiosos talentos que en ocasiones coinciden en la realización de una película: la excelente fotografía naturalista de Nicolas Roeg, interesante realizador de films tan extravagantes e iconoclastas como Perfomance (1970), Walkabout (1971), El hombre que cayó en la Tierra (1976) o Amenaza en la sombra (1973); el espléndido guión de Frederic Raphael, quién cuenta con trabajos tan memorables en su carrera como Darling (1965), Dos en la carretera (1967) o Eyes wide Shut (1999); la maravillosa banda sonora a cargo del célebre Richard Rodney Bennett, compositor británico que ha escrito la música de una interminable lista de films (particularmente me encanta la que realizó para Asesinato en el Orient Express en 1974); el elenco actoral que reúne a lo mejorcito del cine británico de la época, sobre todo a jóvenes actores y actrices que empezaban a despuntar por aquellos años como Julie Christie, Alan Bates, Terence Stamp o Fiona Walker (quien debutó en esta película), todos ellos nacidos bajo el amparo de realizadores del ‹free cinema› como Tony Richardson o Lindsay Anderson. Con semejante nómina, resultaba casi imposible que John Schlesinger no realizará como mínimo un film digno o más o menos potable.
Se podría pensar que Schlesinger, al adaptar un texto clásico y no contemporáneo, se estaba desmarcando de los postulados del ‹free cinema› inglés. Sin embargo, el modo en como el realizador aborda la dirección de actores y actrices o el modo en como está narrada la historia (sobre todo en lo que se refiere a puesta en escena) se ajusta a la perfección a ese interés por parte de los realizadores que integraban el movimiento cinematográfico por reflejar la problemática político-social de la clase obrera británica, rodando en escenarios naturales e intentando ofrecer una interpretación actoral alejada del flemático, afectado y aristocrático estilo interpretativo, habitual en el cine clásico británico. Sin embargo, Lejos del mundanal ruido no sólo está rodada en ambientes rurales naturales, sino que además refleja una serie de conflictos político-sociales entre los personajes que, de alguna forma, y aunque los acontecimientos sucedan a finales del siglo XIX (la Revolución Industrial comienza a hacer estragos), resultaban entonces bastante acordes con los problemas del campesinado rural inglés de la época. En ese sentido, la puesta en escena está muy cuidada, reflejando con verosimilitud y todo tipo de detalles los usos y costumbres de los ganaderos de la zona, así como sus rituales, folklore o celebraciones. Los personajes secundarios que representan a los campesinos también aparecen retratados con un poder de convicción increíble; da la impresión de haberlos seleccionado de un casting entre gentes del entorno rural británico. Destacar, por ejemplo, la descripción tan fiel y exacta que se hace de un circo de la época victoriana en uno de los momentos cruciales del film o todas aquellas secuencias en las que los personajes cantan o bailan canciones del folklore rural británico.
De igual modo, el personaje de Bathsheba, interpretado espléndidamente por una bellísima Julie Christie, nos ofrece a una mujer que debe elegir entre tres hombres muy diferentes y que desean contraer matrimonio con ella, pero la verdad es que no termina por decidirse por ninguno por miedo a perder su libertad; considera que no es propiedad de ningún hombre. Presentar a una joven que piensa que puede vivir perfectamente y encargarse de su granja sin la compañía, impuesta por la sociedad rural, de un hombre o un esposo, resulta aún en el pleno siglo XXI profundamente moderna y revolucionaria. Y es que en las novelas de Hardy los personajes femeninos tienden a ser más fuertes, rebeldes, inconformistas y luchadoras que los masculinos.
Sin embargo, como todos los seres humanos, Bathsheba es una mujer llena de dudas y contradicciones, sobre todo a la hora de poder conjugar sus deseos de independencia con los sentimientos que realmente le provocan cada uno de estos hombres. En ese sentido, la película resulta aún más moderna ya que se atreve a abordar aspectos de la sexualidad femenina que, a finales de los 60 y durante la década de los 70, estarían bastante presentes en el cine internacional y que entonces resultaban algo novedoso e insólito.
La joven dueña se debate entre tres sujetos muy diferentes y que le inspiran sentimientos disparejos. Así, Gabriel Oak, el pastor ovejero, interpretado espléndidamente por Alan Bates, representaría para ella el hombre que la apoya y protege en los momentos difíciles, aquel en el cuál puede confiar, ya que aunque algo primario es un hombre noble y bondadoso; por otro lado, el señor Boldwood, una conmovedora creación del gran Peter Finch, representa al hombre con posibles, gran propietario, que puede garantizarle una estabilidad económica; por último, el petulante y alocado Sargento Troy (un insólito Terence Stamp), es el único que le hace despertar su compleja sexualidad, que se acrecienta cuando experimenta junto a él y en su propia piel, situaciones límite. La secuencia en la que es sometida por Troy a una suerte de tortura con un sable simboliza —de manera sutil pero también bastante pacata— lo que le gusta a Bathsheba en materia sexual; asistimos a un extravagante ritual, suerte de representación de una relación sadomasoquista. No olvidemos que aunque ésta se nos muestra como una ‹rara avis› en un entorno dominado por los hombres, en el que una mujer difícilmente posee un poder económico y social como el que ella detenta, se trata de una joven de finales del XIX, a la que resulta complicado vivir su sexualidad con la plenitud y libertad de un chica del siglo XXI.
Cuando por fin Bathsheba se decide por uno de ellos, su errónea decisión repercutirá negativa y trágicamente no sólo en ella sino la mayor parte de personajes implicados en la trama. La joven opta por contraer matrimonio con el hombre equivocado, llena de dudas, movida más pon un impulso sexual, sobre el que le resulta imposible luchar, que como resultado de una reflexión razonada y reposada acerca de sus verdaderos sentimientos hacia él. Éste deseo irrefrenable le impedirá ver más allá del sujeto por el cual se siente atraída y resultará más poderoso que cual razonamiento sensato o lógico. De igual modo, su marido —que ha contraído matrimonio por motivos puramente económicos, para seguir pagando su adicción a las apuestas y al juego— se verá implicado en una sucesión de terribles sucesos que terminarán jugando en su contra. De igual modo, la obsesión enfermiza que el señor Boldwood siente hacía Bathsheba no será más que la crónica de una tragedia anunciada. Tan sólo Gabriel Oak saldrá airoso de tal cúmulo de tragedias, pero a costa de soportar con inteligente e inagotable mansedumbre y estoica paciencia los “caprichos” de su joven ama.
Obra maestra absoluta y redonda, Lejos del mundanal ruido sabe combinar una cuidada puesta en escena, que desborda frescura y buen hacer por los cuatro costados, con una excelente dirección de actores; todos están inmensos. Las casi tres horas que dura la película pasan como un suspiro, gracias a una medida administración del suspense, ofreciendo una trama apasionante, que no deja respiro al espectador. Nos regala además momentos de intenso y conmovedor dramatismo, que convierten la visión del film en una experiencia impactante, conmovedora e inolvidable.