Los héroes recientes como Harry Potter y compañía pasan por la escuela durante su dilatada infancia y adolescencia. Otras más aguerridas con Katniss Everdeen a la cabeza, tienen que superar un master cruel, como si fuera un concurso de telerrealidad. Tampoco se salvan los superhéroes octogenarios y de la contracultura estadounidense impresa en comics, empeñados en volver a contarnos sus orígenes cada vez que se asoman por sus franquicias. Sin embargo, hubo una época, hace varias décadas, en las que los protagonistas de la aventura entraban por su propio pie a mitad de la acción, in medias res que escribirían los doctos latinos. Así es como vemos en la primera secuencia a Hols, un adolescente que corre por su vida, perseguido por una manada de lobos dispuestos a despedazarlo. Por si fuera poca la destreza del joven con su hacha que, gracias a una cuerda utiliza cual boomerang, también escala la ladera de Moog, una montaña viviente o “el hombre roca” como le gusta al enorme monstruo presentarse a los humanos, una montaña viviente cuyo descanso se ve perturbado por la cacería lupina y una estaca del tamaño de una espada, clavada en uno de sus hombros. Cuando el quinceañero ha sorteado todos los peligros y aliviado el sufrimiento del gigante aún no han pasado cinco minutos desde el comienzo del primer largometraje dirigido por Isao Takahata, autor de animación japonés al que se respeta en esta web como puede apreciarse en varias reseñas sobre otras obras de su filmografía publicadas con anterioridad.
A pesar de que el cineasta nipón sea más conocido por sus famosas Heidi y Marco, series de televisión que nos maravillaron y traumatizaron a los niños en los años setenta a partes iguales, con esa disposición al relato dilatado propio de los seriales o culebrones. Un método narrativo episódico que desaparece por completo en Las aventuras de Hols, el príncipe del Sol para mostrar una estructura lineal apenas interrumpida por algún flashback ágil e informativo sobre la situación anterior de los personajes. Las historias sobre la niña huérfana suiza se basaban en los libros de Johanna Spyri, mientras que en las desventuras del chaval italiano en busca de su mamá, echaba mano del relato creado por Edmondo de Amicis, pero en el año 1968, fecha de producción de la cinta, los avatares de Hols se inspiraban en leyendas nórdicas, enmarcadas en poblados cercanos a lagos, cordilleras, bosques y el mar. Los entierros de rito vikingo con el fallecido incinerado en su embarcación y deidades fatales del hielo como Grunwald transitan por las escenas del largometraje. Estrenado en muchos países con el título de La princesa encantada, esta ópera prima de Isao Takahata contiene varias constantes de autor marcadas por la naturaleza, los paisajes abiertos, protagonistas resolutivos menores de edad, situaciones dramáticas que no se eluden como el fallecimiento de los padres, a pesar de ser películas enfocadas a todos los públicos. Con una solvencia en el ritmo que ha encajado muy bien el paso de los años, matizando un par de secuencias resueltas mediante la inclusión de foto fijas enmarcadas por zooms y panorámicas, acompañadas por la banda sonora superpuesta, quizás para reducir el metraje del film, tal vez por motivos de presupuesto que impedían dibujar secuencias costosas por número de personajes y cortes entre planos. Una técnica muy empleada en el anime, por otra parte, para economizar en el presupuesto y mantener la dinámica expositiva.
El cineasta demuestra su sabiduría cinematográfica en el uso de encadenados de un sol bordado en un manto hasta el mismo Sol del horizonte. O con las elipsis temporales en determinadas secuencias como la del sueño de la chica. Además de conseguir buenos travellings, variedad de puntos de vista y encuadres picados que se asemejan a la vista de un pájaro en el apartado visual. Es capaz de introducir un segundo personaje protagonista como Hilda, la princesa desterrada que hipnotiza con su canto a hombres y bestias, una joven en apariencia vulnerable, tan bella como oscura e impredecible. Quizás sea el rol más elaborado desde la escritura del guión, algo que se aprecia desde su aparición en pantalla, ya mediada la película, un personaje que plantea la necesidad de una Némesis, un enemigo complejo para el héroe, con poderes ocultos que sobrepasan y adivinamos al mismo tiempo que Hols.
En cuanto a los rasgos propios de una cinta animada destaca el tratamiento de las mascotas que acompañan a Hilda y su oponente. En el caso de ella son Toto, un búho blanco, tan maquinador como algún secundario de Shakespeare. Complementado por Chiro, una ardilla. Al igual que Coro, el osezno que apoya a Hols, son animales representados con su propia fisonomía, que dialogan con sus amos, mientras que otros animales salvajes como los lobos feroces, los ratones o el mitológico pez asesino solo rugen o emiten sonidos guturales, una convención gracias a la que los animales podían comunicarse mediante el habla entre ellos mismos pero no con las personas, salvando casos similares al de Bugs Bunny y acompañantes.
Situando el film en el contexto histórico de otras películas contemporáneas de aquella década, destaca que las dos producciones previas de la Disney pictures fueran Merlín el encantador (1963) y El libro de la selva (1967) De la primera toma el mito de Excalibur aunque sea de manera accidental. De la segunda el tono audaz y la comunicación con los animales por parte de algunos protagonistas. El film japonés no llega a la espectacularidad en fondos pintados, gama de colores y cantidad de seres que figuraban en los clásicos de la multinacional norteamericana, pero triunfaba en soluciones imaginativas, exprimir al máximo los recursos materiales y un tratamiento más adulto de la trama. Y por supuesto en la capacidad de ir al grano, a la acción directamente sin detenerse en subtramas superfluas que desviaran la sencillez dialéctica propia de la lucha entre el bien y el mal, aunque consiguiendo algunos matices elaborados y enriquecedores para su objetivo infantil original.