Planos secos, cortantes y extremadamente violentos. Cabezas cortadas, armaduras penetradas y sangre a borbotones. Saqueos, robos y destrucción. Y todo bajo la egida del ruido metálico de armaduras y la deshumanización de la ausencia de rostros. Solo yelmos que conforman un ejército deshumanizado. Casi sin alma. Este inicio tan cruel no deja de ser una nota irónica al ser descrita, en los títulos de crédito, como una misión divina, el reto de la archiconocida leyenda artúrica de la búsqueda del Santo Grial.
Lancelot du Lac de Robert Bresson no es en absoluto una historia nueva, sino la visión que el director francés ofrece sobre el tema de su prisma personal e intransferible. Suficientemente conocidas son las constantes formales en el cine de Bresson como para enumerarlas aquí de nuevo y más cuando estas están presentes durante todo el metraje del film. No obstante, y a pesar de que estamos ante un film narrativo, la sensación es que al director francés le interesa bien poco la mitología y si el subtexto que se puede sacar de ella.
Digamos pues que estamos ante un film intrahistórico, preocupado por poner de manifiesto una desmitificación absoluta de sus personajes, ahondando en sus contradicciones, sus lugares más oscuros y evitando a toda costa cualquier atisbo de heroicidad, santificación o lucha entre un bien y un mal supuestos pero nada presentes.
Los mecanismos para ellos se basan fundamentalmente en la deshumanización de los personajes. Ya no se trata tan solo del método de “no actuación” bressoniano, sino más bien en dotarlos de una ausencia absoluta de sentimiento positivo. Siempre malcarados, desconfiados, sarcásticos y despreciativos los caballeros del Rey Arturo (Arturo incluido) muestran una absoluta ausencia de capacidad empática. Ni tan siquiera en la relación Ginebra y Lancelot se detecta algo de amor, solo sumisión y miedo. Bresson pone al mismo nivel, ínfimo, a todos sus protagonistas: Arturo el ausente, Lancelot el déspota y Mordred el cobarde traidor se ponen al mismo nivel, imposibilitando así distinguir “buenos y malos”, sumiéndolos todos en una suerte de masa acorazada más cerca de robots sin alma ni pensamiento.
Importante es también el uso del sonido, con constantes ruidos del metal de las omnipresentes armaduras. Un ruido inhumano al que contribuye la casi ausencia de imágenes de los personajes sin su vestimenta militar. Para culminar todo ello, en la secuencia del torneo (momento quizás de plasmar valores como el honor) Bresson desplaza la cámara continuamente hacia los caballos de los contendientes, dejando de lado el espectáculo y poniendo de manifiesto la animalidad del asunto.
Así pues Lancelot du Lac es una película negra, desesperanzada. Que hace especial hincapié en lo más negro de la humanidad, su bestialidad, su violencia. Sí, estamos ante un film que es todo sangre, palabras soltadas como eructos repletos de bilis, sentimientos negros y desesperados. Armaduras, espadas y una humanidad inexistente arrojándose al vacío por auténticas nimiedades y sinsentidos. No, no hay ninguna épica en Lancelot du Lac, solo amargura y pesimismo y, como reflejo de todo ello, un último plano demoledor, con una masa de armaduras caídas, muertas, formando una pila metálica que nos remite al desguace donde ha ido a parar toda la humanidad.
Excelente crítica. Iluminadora de una película oscura y difícil de un cineasta deslumbrante y conmovedor.