Estamos en el momento de confluencia perfecto entre televisión y cine, que hemos decidido convertir en un triángulo de las Bermudas para buscar una alternativa. Por un lado, en sus casas la gente grita «Estefanía» —esto lo sabemos por las redes sociales— porque en televisión el último boom se llama La isla de las tentaciones. En los cines parejas gritan —esto nos lo imaginamos por el argumento del film— durante la emisión de la película Fantasy Island, inspirada terroríficamente en una serie de TV de los 70 con el mismo nombre. Todo ello confluye gracias a los efluvios de un San Valentín más que ha coincidido con el fin de semana.
Tanto idilio nos lleva a pensar en eso, terror, y rebuscando en el cajón de las pelis malditas nos cruzamos con La torre del mal, peli británica de los 70 dirigida por Jim O’Connolly que tiene todo lo que una isla nos puede dar. Hay amor, hay sexo, hay acecho, muerte y seres intrigantes, hay curiosos y ninguna forma de salir de allí.
Los primeros minutos de La torre del mal nos llevan al equívoco. Nos encontramos con dos hombres de mar, caldeados por el sol, de aspecto rústico y azulado, navegando entre la niebla hasta llegar a una rocosa isla. Su espeso acento británico y seriedad nos invitan a pensar en una película osca, hasta que los dos hombres se encuentran con la catástrofe: cuerpos de jóvenes desnudos mutilados por quién sabe qué. Una suculenta invitación al desastre.
A partir de aquí todo cambia, hombres trajeados entran en una sala blanca donde experimentan con una paciente, drogas y luces estroboscópicas. Nos recuerdan que estamos en los 70, que es tiempo de liberación sexual y vestimentas hippiescas, aunque el lenguaje afilado y los dobles sentidos siga siendo muy británico, y la posibilidad de una aventura en busca de tesoros de otras civilizaciones, una excusa para llenar la isla de nuevos habitantes.
Creada una expedición, La torre del mal comienza a tramar pequeños engaños para que busquemos posibles culpables. Hay dos tipos de personajes, los que se presentan como posibles víctimas inocentes —no tanto por su facilidad de palabra pero sí por desconocimiento del terreno— y los que el director emplea como posibles culpables del algo, aún no se sabe el qué.
Aunque el espacio en el que se mueven todos ellos es limitado (no existe tal isla, los decorados son suficientes cuando todo ocurre en un pequeño muelle, un faro y una cueva), el acecho de peligro es constante, cuando parece que las sombras se alargan más de lo necesario. Mientras buscamos el culpable hay tiempo para disputas de pareja, flashbacks de lo sucedido en la isla a los jóvenes que abrían el film y escenas de sexo sin compromiso que abren las miras de lo idílico que resulta el amor en las islas desiertas.
De ambientación oscura y con el juego que da un Dios —más relacionado con las tinieblas— como posible culpable, La torre del mal se calibra entre el terror en lugar inhóspito y la resolución de asesinatos con múltiples sospechosos, monstruo mediante, consiguiendo que centrar toda nuestra atención en lo que ocurre resulte de lo más ameno e intrigante.
Solo por el hecho de tener personajes que no deseas que mueran desde que aparecen en pantalla, La torre del mal gana por goleada a cualquiera de las últimas tendencias en terror dentro de islas que nos ofrece ahora televisión y cine. No solo las islas paradisiacas van a ser el lugar perfecto para morir.