Puede parecer poca “alternativa” escoger la cuarta parte de la saga original de El planeta de los simios respecto al estreno de esta misma parte de la nueva saga. Sin embargo La rebelión de los simios, más allá de sus problemas de producción, debido a un descenso evidente de presupuesto, ofrece los suficientes alicientes como para ser considerada no solo como la que es con toda probabilidad mejor secuela de la saga sino como un film con suficiente entidad como para ser considerada individualmente.
Y es que lejos de dejarse llevar por una fórmula continuista y decadente, el film dirigido por J. Lee Thompson intenta abordar el punto clave de la serie, el momento en que los simios toman el control, alejándose de un simple tema de evolución genética, centrándose en un parábola revolucionaria sobre la acción-reacción de los oprimidos. Puede que la excusa de la adopción de los simios como mascotas y posteriormente como esclavos, debido a un virus que exterminó a perros y a gatos, suene peregrina, pero es una buena invención de guión para tener un punto de partida sencillo que dé comienzo a la trama.
Pero quizás lo más interesante está en su emplazamiento en un futuro distópico (sí, el futuro era 1991) donde Estados Unidos se ha convertido en una sociedad de corte fascista. Un mundo de violencia, autoritarismo y dictadura que bajo la premisa del orden ha sumido a la población en un estado de miedo al otro (en este caso los simios), aceptando así todo tipo de abusos siempre que sean hacia el más débil.
A través de esto se pueden establecer interesantes parábolas. En su época fácilmente relacionable con los conflictos raciales y la lucha por los derechos civiles. De hecho, esto se hace explícito en varios diálogos entre uno de sus protagonistas afroamericanos y César, el simio líder de la rebelión. Lo más importante, sin embargo, es que vista desde la perspectiva actual, y haciendo abstracción de sus limitaciones visuales, sigue siendo una película de máxima actualidad, y mas con el ascenso de la extrema derecha a nivel mundial. La metáfora está pues servida. Los simios como el eslabón más débil, aquellos a quienes queremos acoger para hacer los trabajos más bajos, a los que se esclavizan y maltratan y a los que se niega la posibilidad no solo de prosperar sino también de ser vistos como iguales. En este sentido, podemos concluir que La rebelión de los simios es casi una película profética.
Pero más allá de la política resulta impactante también el despliegue violento de su último acto. Un desenlace que se emparenta más con lo que podría filmar un George A. Romero en sus películas de zombies donde no hay espacio para la piedad ni los sentimientos. El final, pues, de la película es también un ejemplo de violencia con pretexto justificable que acaba en una ola de destrucción casi amoral y que no anticipa nada bueno, profetizando de alguna manera el cierre del círculo que, paradójicamente, vimos en la película original. Un final que, a pesar de empatizar con César y su revolución, es suficientemente inteligente como para plantear dudas sobre la eficacia de estos actos cuando acaban perdiendo el foco en pos de una simple venganza tan brutal como salvaje.