Con menos popularidad que otras geografías, pero con títulos verdaderamente interesantes, el ‹canuxploitation› tuvo su época de apogeo a lo largo de las décadas de los 70 y 80 gracias a nombres tan emblemáticos como los de Ivan Reitman o David Cronenberg que cultivaron el género en los inicios de sus carreras.
Ya bien entrados los años 80 emergió el que es uno de sus títulos clave, dirigido por otro nombre de bandera como fue el húngaro afincado en Canadá, Tibor Takács. En este sentido, La puerta se eleva sin ningún tipo de duda como una obra de puro culto que dio lugar unos años después a una secuela un poco más desprejuiciada, y también descafeinada, dirigida igualmente por Takács, pero que solo contaba con uno de los miembros del reparto original entre su elenco perdiendo por tanto buena parte de su esencia seminal.
Nos encontramos con una película muy de la época que explota sin ningún tipo de rubor los éxitos comerciales cosechados durante el decenio de las hombreras tanto dentro del ámbito del cine de terror (son claras las semejanzas superficiales con títulos como Poltergeist o House, una casa alucinante) como también en el terreno del cine de aventuras juveniles (con claras referencias a obras emblema como Los Goonies o Exploradores).
Toda esta mezcla, que tan del gusto de la juventud de la época era, dio como resultado una película muy simpática, encantadora y fascinante que ha ganado en calidad e interés con el paso de los años, punto que denota que estamos ante un pequeño clásico del género fantástico ochentero.
De hecho me aventuro a pensar que si un espectador joven se acerca con ojos contemporáneos a La puerta sufrirá los mismos efectos que tuvimos los cinéfilos de mi época al descubrir los grandes clásicos de la ‹sci-fi› estadounidense de los años 50, esto es, la sensación de haber contemplado una obra pretérita de puro entretenimiento que mantiene intacta toda su esencia y sentido sin ningún tipo de erosión por el paso de los años. Así pues, creo que si nombres como Nathan Juran, Bert I. Gordon o Jack Arnold hubieran cocinado el guion de La puerta no habrían obtenido resultados muy dispares a los cosechados por Takács.
Hay tres puntos que me gustan mucho de la película. El primero, el hecho de desarrollarse prácticamente en el único escenario que compone el recinto que alberga la vivienda unifamiliar, tanto la casa como el jardín de uno de los niños protagonistas, acto que apuntala una atmósfera asfixiante y opresora que le sienta muy bien al envoltorio del film. El segundo, la circunstancia de que la cinta esté protagonizada exclusivamente por actores juveniles siendo la presencia de los adultos tan efímera como amenazante, algo que propicia la creación de un ambiente muy “carrolsiano” en la línea de cintas como Dentro del laberinto. Y el tercero y último, sus artesanales y pretéritos efectos especiales, tan imperfectos como encantadores, que resultan toda una bendición para quienes nos sentimos atraídos por el látex y la animatrónica en detrimento de los insensibles efectos digitales que quitaron todo el hechizo al género de terror ya entrados los años 90 del siglo pasado.
El guion de la película tan solo es un medio para lograr alcanzar la meta final, pero no por ello resulta menos importante. Nos cuenta la historia de Glen (Stephen Dorff, sí el malo de Blade que aquí dio sus primeros pasos en el cine en otro papel icónico), un niño que vive tranquilamente en un barrio residencial junto con sus padres y su traviesa hermana adolescente Al (Christa Denton) y cuyo mejor amigo es un heavy, huérfano de madre, con todas las características de un ‹nerd› llamado Terry (Louis Tripp). Pero hay algo que atormenta al pequeño Glen. Y es que éste sufre de pesadillas relacionadas con un agujero que se halla en el jardín de su casa originado por la tala de un vetusto árbol.
Un día los padres de Glen y Al decidirán dar la confianza a sus vástagos de dejarles un fin de semana solos en casa debido a un viaje que tienen que hacer. Si bien Al aprovechará esta oportunidad para organizar una juerga con sus amigos, Glen y Terry experimentarán toda una serie de fenómenos extraños y espectrales que les llevará a descubrir que posiblemente el agujero que se encuentra en el jardín en realidad es una puerta al infierno por la que el Señor de los Demonios accede al mundo terrenal en busca de víctimas a las que llevarse a sus dominios.
De este modo, con la ayuda de un disco de heavy que contiene mensajes en clave, Glen y Terry organizarán un conjuro que dará lugar al despertar de los demonios y con ello la explosión de una variopinta gama de fantasmas, espectros y monstruos que atosigarán a los jóvenes infantes dentro de la casa familiar, quienes deberán arreglárselas para esquivar a toda una serie de engendros, zombis y finalmente al gran Señor de los Demonios con esa inocencia y perspicacia propia de la adolescencia.
La película pasa en un suspiro. Dividida en dos partes diferenciadas, una primera más sugestiva y ambientada en el cine juvenil aventurero, y una segunda en la que explotará ese cine de terror de casas encantadas y monstruos demoníacos que tantos buenos ratos nos hicieron pasar a los chavales que crecimos con el cine de género de los 80 y 90.
En este sentido, cuenta con un diseño de los monstruos tan aterrador como humilde y campechano, resultando su esbozo una de las claves que quedan guardadas en la memoria del espectador. Se nota que Takács se sirvió de la falta de recursos económicos para componer una escenas de acción y terror muy creativas e imaginativas haciendo frente a la carencia de dinero con ingenio y talento, dando lugar a unas secuencias tan delirantes como impactantes y aterradoras.
Asimismo, el elenco juvenil está fantástico. Tanto el protagonista Dorff (quien articula un personaje que recuerda bastante a otros actores juveniles como River Phoenix, Sean Astin o Ethan Hawke) como su ‹partenaire› Louis Tripp, un actor infantil con una cara ciertamente estimulante que no tuvo posteriormente una carrera muy prolongada y que finalmente será quien se lleva el gato al agua robando bastantes escenas a sus compañeros de reparto. Y finalmente con una Christa Denton que también está muy bien en su rol de hermana mayor algo caprichosa e irresponsable que acabará convirtiéndose en un apoyo fundamental para la pareja protagonista en su empeño de restablecer la calma soliviantada por la explosión espectral desatada en la casa.
Todas estas características convierten a La puerta en una cinta muy agradable que nos retrotrae a otra época en la que el cine era realmente una fábrica de sueños que nos sabía transportar a unos escenarios y atmósferas ciertamente subyugantes y alucinantes sin necesidad de tomar ningún tipo de adictivo adicional. Una película con un alma muy especial que, a pesar de sus imperfecciones y licencias, consigue su objetivo de atraer a un público ávido de emociones sin más pretensiones que las de hacer pasar un rato muy entretenido y (des)agradable a un espectador que siempre era tratado con inteligencia y cariño por los responsables del producto. Puntos que son irrenunciables para el cine si es que quiere seguir existiendo como fuente de entretenimiento y atracción para nuevas generaciones más interesadas en redes sociales y otros pasatiempos, siempre que el séptimo arte no sepa conquistarlas con ese encanto propio que destila como moldeador de mundos de ilusiones y fantasías.
Todo modo de amor al cine.