Nadie duda de lo bien que se lo pasó José Luis Garci manejando las riendas de aquel programa ahumado de La 2 ¡Qué grande es el cine! donde diseccionaba junto a un grupo de hombres las luces y sombras del clásico de turno que decidieran emitir esa noche. Garci era el tipo que olía a Ducados y planteaba preguntas a los clásicos, y con ese perfil no es de extrañar que consiguiera que su homenaje al noir se convirtiera en uno instantáneo. El crack ha encontrado una nueva continuación casi 40 años después con El crack cero, y nos ha recordado la importancia de los hijos de los grandes géneros, el neo-noir, esa reinvención del cine de gabardina, mala vida y femme fatale adaptada a los nuevos tiempos.
Así como ahora los hijos del terror ochentero están reviviendo los cánones del género, en los ochenta se comenzó a revisitar con un estilo renovado el noir, porque los perdedores siempre han quedado bien ante la cámara, pero las tramas buscaban actualizar su envoltura. Se daba a conocer a finales de los ochenta el director John Dahl con La muerte golpea dos veces —y sí, como siempre el título original Kill Me Againera mejor y más directo— con un devoto estudio del detective privado de mala vida. El elegido fue Val Kilmer, con su cara de buen chico todo lo malo que le pueda ocurrir resulta más creíble. Aunque fuese un primer trabajo, Dahl tenía muy claras las pautas que seguir para hacer un buen noir, sin renunciar a los nuevos tiempos donde la violencia y el dinero sucio eran una parada obligatoria.
Crea entonces en La muerte golpea dos veces un triángulo de malas decisiones con gente igualmente malvada, consiguiendo que la cúspide no fuese el detective, sino la clienta engañosa. Joanne Whalley-Kilmer, de sonrisa franca, casi infantil, y mirada codiciosa consigue ser la perfecta damisela en apuros de la que nadie debería fiarse. Mezclando el aspecto de femme fatale con un aire más desenfadado, su vida (y muerte) centra los quebraderos de cabeza del vapuleado detective y el duro novio, un Michael Madsen que se podría decir que utilizó este film para practicar sus llamativos métodos de tortura que le hicieron tan famoso con Reservoir Dogs.
Sin miedo a utilizar la fuerza bruta, la malograda química de Bonnie and Clyde, y mezclar escenarios como las tragaperras de Las Vegas con la velada iluminación y los planos cortos directos al objeto del noir, John Dahl examina su historia entre la nostalgia y la novedad para crear una trama vivaz, rápida e intrincada que no deja indiferente.
La química entre Val Kilmer y Joanne (por aquel entonces eran matrimonio) es una de las bazas que mejor sabe explotar en pantalla, en un juego en el que, al poner todas las cartas sobre la mesa, se sabe que nadie puede perder más cuando comienza con todo perdido. Y esto siempre invita al riesgo.
La muerte golpea dos veces abre las puertas a las mentiras que llevan a la perdición, donde el humo generado alrededor de las trampas de su protagonista son un todo, y los caballeros, un mero entretenimiento que sabe ensalzar el papel de aquello que nos interesaba hoy, el detective privado de malas artes, con la polvorienta Nevada de fondo.