En la actualidad, las figuras más míticas del terror han deformado su esencia para adaptarse a la sociedad compulsiva que nos rodea. Aún así, queda espacio para reformular monstruos de ayer y hoy, y con la llegada a la gran pantalla de Yo, Frankenstein, el último film que los reúne a todo para convertir en una especie de héroe al siempre malogrado Frankenstein (el de los pedazos, no el doctor).
En los 40, época dorada para la serie B y todos los sub-productos del género de terror en los que cada monstruo, fantasma o varón sospechoso nacía, surgía y se mezclaba en todo tipo de films, hemos rescatado una en la que el mayor engendro era el ansia de poder y donde el señor de los gruñidos se convertía en una mera arma para el hombre. Se trata de La mansión de Frankenstein, film de Erle C. Kenton, que siguiendo la estela de El fantasma de Frankenstein, donde el doctor era ya una figura pasada y su legado, el verdadero objeto de estudio.
Una cárcel en medio de ningún lugar es perfecta para establecer la locura. Es momento de dar protagonismo a Boris Karloff lejos del monstruo. Es en esta ocasión el Doctor Gustav Niemann, quien, obsesionado con los estudios del ya desaparecido Doctor Frankenstein, anhela perfeccionar sus experimentos mezclándolos con sus propios descubrimientos. Encerrado junto a un jorobado hombre llamado Daniel, una noche encuentran el modo de salir de su encierro y tomar camino para hacer realidad todos sus deseos.
Es ese camino el que se encuentra plagado de extrañas o excéntricas criaturas, comenzando por un pequeño circo de los horrores que, de modo itinerante, muestra a todos el malogrado esqueleto de Drácula que bajo una estaca, interpretado por un eterno vampiro como fue John Carradine, espera su liberación para revivir de nuevo. Será la primera de las muchas referencias que surjan, insuflando a la historia de extras con los que fantasear sobre los atormentados personajes del terror.
Cada uno tiene su propio momento, donde humanizar sus propios deseos, siempre en contra de lo que es beneficioso para el concienzudo doctor, que guía sus pasos inyectado por la venganza. Todos los monstruos son para él armas útiles para llegar a su deseado y peligroso fin.
Es la casa de Frankenstein la parada más esperada, donde se esconden los conocimientos del primer Doctor, ya sean estudios o el mismo monstruo. Un añadido es la presencia de el hombre lobo (con el imprescindible Lon Chaney Jr.), de quien cuentan que buscando la ayuda del Frankenstein decidió acercarse a su mansión, aunque llegó demasiado tarde y quedó congelado junto al monstruo a expensas de un letargo de su propio sufrimiento. Todo personaje tiene su momento de gloria, pero ninguno destaca en realidad, ya que son muchos los personajes indispensables que surgen de la nada.
Loables son las imaginativas transformaciones de todos ellos, ya sean los ataques de vampiro y las evoluciones a lobo del atormentado joven que sufre esa marca del mal (como ellos mismos llaman). Aprovechan sombras, siluetas y demás medios nocturnos para aparecer como realmente son.
No hay que olvidar ese pequeño guiño a Victor Hugo y su personaje Quasimodo, reflejado en la figura de Daniel, quien pese a su deformidad goza de una sorprendente agilidad y fuerza, y quien, casualmente, encuentra en el trayecto una joven zíngara que con su bondad enamora al hombre, quien desea, como todos los demás, un trasplante de cuerpo o cerebro para poder disfrutar de una vida mejor.
¿Y cuál es el resultado? Un envolvente Karloff que domina la tensión, un camino empedrado donde resucitar todo tipo de leyendas y un apoteósico final que destrona a toda bestia, ya sea por su negro corazón o su ausencia de entendimiento. La fuerza del entretenimiento siempre fue el más y mejor, y reescribir la misma historia una y mil veces no implica una pérdida si se hace con cierta inteligencia.