«— ¿Hay algún sitio peor que enviarte a Guayana?
— Tal vez Córcega.»
Con La chica del 14 de Julio (La fille du 14 juillet, 2013), El cineasta galo Antonin Peretjatko se ganó el corazón de muchos en una ópera prima que resultó tan divertida como libre, siendo tanto un retrato generacional como una mirada peculiar y absurda de la cotidianidad poblada de momentos maravillosos y personajes tiernos y adorables.
Tres años después, el director vuelve a contar con Vincent Macaigne y la actriz Vimala Pons, ya presentes en su primera película, para su segunda incursión en el largometraje. Las expectativas eran enormes, porque había ganas de saber si sus formas y esa libertad que emanaba de cada gesto de sus personajes podría mantenerse, siendo además el mencionado actor Vicent Macaigne quien parecía brillar con más autenticidad en este registro. Peretjatko decide seguir fiel a esta absurdez que nos rodea, donde nadie parece sorprendido ante la avalancha de despropósitos que se suceden salvo, en ocasiones, nuestro infortunado protagonista. Así pues La ley de la jungla, La loi de la jungle en su título original, rodada 3 años después de su debut, es más una reformulación de las formas vistas previamente; su responsable sigue apostando en ese tono burlesco que esconde un profundo malestar generacional, sigue mostrando a unos personajes perdidos que deambulan por aquí y por allá siendo arrastrados por una historia cogida por pinzas, pero traslada la acción a la Guayana francesa, lo que le da para adaptar su mirada al choque entre Europa y el no país americano.
Seguramente bajo esa aparente sonrisa continua que es la película, se dibuja mucho más a las claras la crítica y la mala leche del cineasta, a la vez que sus propios personajes principales son mucho menos “puramente románticos, inconscientes o alegres”. Pero la principal comparación con su amado primer trabajo es que ya no hay sitio para la sorpresa.
¿Es mala La ley de la jungla? No, para nada. De todas formas hay que tenerlo claro, la visión del director es celebrada hasta el extremo por una porción más bien reducida de los espectadores, entre lo que me encuentro, mientras que a una mayoría de las personas que se enfrentan a su cine por primera vez les carga en el peor de los casos, les aturde y confunde unos minutos para dar paso a una incomprensión que no terminan de abandonar en el mejor de ellos. Y sí, como decía el efecto sorpresa se pierde (pagaría por volver a entrar a ver cualquiera de sus películas sin saber qué me voy a encontrar), y la narración del relato apenas se sostiene entre escenas que no siempre funcionan, pero sigo maravillado por ese ritmo endiablado de sus escenas, llenas de movimiento interno, miradas, gestos, pequeñas acciones, y donde siempre hay un chiste visual a la vuelta de la esquina, o por esos simpáticos personajes secundarios salidos todos de un manicomio, donde el más cuerdo siempre es etiquetado de loco.
La sinopsis de la película nos dice que nuestro protagonista, un pobre perdedor llamado Marc Châtaigne, interino del ministerio francés, es enviado a la Guayana porque por culpa del metro llega tarde a la reunión de asignación y ya sólo queda dicho lugar. Llegará allí con la absurda misión de supervisar la construcción de Guayana-Nieve, la primera pista de esquí amazónica, patrocinada por el Comité del Deporte Internacional, una empresa canadiense llamada Happy Time encargada de residencias de ancianos, y Qatar.
Una divertida obra a la que lo peor que se le puede achacar es que acaba agotándose y atascándose en su parte central, pero que vista en conjunto sigue siendo mejor que casi cualquier comedia que puedas encontrarte.
Una experiencia.