Luis Estrada nos presenta en esta satírica fábula “Roussiana” un México de finales de los años cuarenta en el cual el triunfo de la revolución ha sido solo para el provecho de la iglesia, unos cuantos terratenientes y los políticos para los que lo más importante es siempre el partido, al cual apoyan con una devoción fanática sin que importe cuales sean sus consignas o finalidad. Es en este mundo donde subsiste San Pedro de los Saguaros, localidad ficticia (posible heredera de Comala) que sirve para representar las regiones que fueron abandonadas por el gobierno; este es un lugar donde la política solo hace presencia como un estorbo, como un agente externo que únicamente tiene el propósito de hurtar y oprimir. Por lo mismo reciben en el con hastío y desagrado la llegada de Juan Vargas, un ingenuo militante del partido PRI que tiene la labor de remplazar al recién difunto alcalde.
Juan Vargas es un personaje trágico, pues su nobleza, buenos principios y propósitos de traer la modernidad al pueblo se verán corroídos por una sociedad en la que es difícil encontrar salida si no es integrándose a su espiral de podredumbre. Este es un tema importante, y es que los habitantes del pueblo con los que Vargas interactúa no son particularmente bondadosos, la experiencia les ha enseñado a desconfiar y a resolver los inconvenientes por medio de sobornos y otras tretas; además, el apoyo del gobierno es casi nulo, pues el dinero de este se usa para el sostenimiento del partido, por lo que Vargas debe aprender a conseguir recursos haciendo uso abusivo de la ley y las armas.
La película nos presenta una serie de personajes arquetípicos que serán los representantes de esta sociedad caótica; por un lado tenemos al cura, quien abusa de su investidura para cobrar a los pecadores altas cuotas por el perdón, por otro tenemos a las prostitutas, quienes sostienen su negocio ilegal pagando sobornos tanto monetarios como carnales, también está el gringo, curioso personaje que representa a la injerencia extranjera y como esta saca un provecho usurero de sus “ayudas”, además de la oposición, la cual ataca y descalifica cada vez que puede, y entre muchos otros están también los integrantes del pueblo indígena, que aparecen de vez en cuando en el relato como seres extraños incapaces de expresarse y comprender la lógica de las consignas de Vargas.
Las acciones del protagonista serán cada vez más radicales en su descenso al abismo recurriendo a la extorsión, la estafa, la calumnia, la tortura y hasta el asesinato, y a la par se irá entregando a unos cuantos pecados capitales tales como la codicia, la lujuria y la soberbia. Todo esto es presentado en el filme con un humor negro caricaturesco y folclórico capaz de sacar unas cuantas sonrisas y de hacernos reflexionar gracias a lo paradójico y absurdo de las situaciones.
La ley de Herodes es una obra interesante de revisar hoy en día en que el México contemporáneo se ha convertido en uno de los países más violentos del mundo, con un gobierno títere y una criminalidad rampante que opera en todas las esferas. Las icónicas consignas de la película tales como «Te chingas o te jodes» o «El que no tranza no avanza» son prueba de que la sociedad mexicana ya desde largo tiempo atrás se había ido transformado en una tierra de escorpiones con políticos llenos de ponzoña y ante los cuales los pueblos no tienen más salida que integrarse a esta tóxica danza donde todo termina reduciéndose a lo más básico y primitivo de nuestras pasiones salvajes.