Si algo bueno tuvieron los 70’s cinéfilos fue… prácticamente todo. Los referentes con el motor encendido se sucedían y John Hough, que no era capaz de cerrar una sola de las puertas que se le abrían, decidió probar suerte con las ‹road movies› tras dos películas tildadas de culto como fueron Drácula y las mellizas (vaya, de esa ya he hablado) y La leyenda de la casa del infierno.
Puestos a elegir caballos ganadores, además del fantástico título Dirty Mary Crazy Larry —que por una vez se tradujo de modo literal por La indecente Mary y Larry el loco—, en este robo sin ruta exacta encontramos a Peter Fonda, que todavía disfrutaba de las mieles de Easy Rider, la impagable presencia de Susan George haciendo de «la chica» tras Perros de paja, y un Adam Roarke convertido en experto en este subgénero de películas de motores rugientes (aunque más acostumbrado a las motos pesadas).
Poco más se necesitaba para llamar a La indecente Mary y Larry el loco referente, porque con la excusa de soñar con participar en alguna carrera de baja estofa a lo Daytona hay un robo, una compañera de viaje inesperada y unas imparables persecuciones policiales que dejaron los alrededores de Seattle con más marcas de neumáticos quemados de las que podía soportar el asfalto.
Ni siquiera hay que recurrir al espectador impresionable para descubrir que la única banda sonora necesaria es el rugido del motor de un coche —ya preparado para las carreras— tras avisarnos durante los créditos que la música no importa cuando los deciden acompañar con una balada romántica ajena al espectáculo. Cada uno con su rol más que aprendido forman el triángulo perfecto en esta huida inolvidable donde el tipo serio no es intachable, el rápido no es infalible y la tontita (que al final no) sabe buscar su lugar en esta ecuación donde no encaja, siempre rompiendo el ritmo de la historia con gran soltura.
Sus divertidos diálogos y ocurrencias (siempre mirando por encima del hombro al contrincante tanto los buenos como los malos, sin tener claro a quien le pertenece el papel), aunque toscos y básicos en ocasiones, sirven para aferrarse a un tono más que distendido, olvidándonos de la gravedad del asunto, incluso de la intención del viaje. Ya no nos importa si escapan o les atrapan, y francamente, a ellos tampoco les importa que siga en marcha este juego.
Pero donde se sale de la media Hough es en la colección de planos molones que se suceden durante cada acelerón o frenazo del vehículo dispuesto. Desde el suelo, dentro del coche, visión aérea, en travelling, por delante, por detrás… cualquier movimiento de cámara es válido para dar vida a la película, con una gran habilidad para destrozar bienes ajenos sin mirar atrás.
No es de extrañar que La indecente Mary y Larry el loco sea una de esas películas que vuelven loco a Tarantino, hay una explosiva mezcla multicultural y cinéfila que se traduce en coches, coches, coches y una chica que es más que un incordio, donde hay espacio incluso para que un tipo adicto a la velocidad se decida a citar al Robert Mitchum de Camino de odio (Thunder Road, 1952) para que el enemigo “muerda el polvo”.
Surgiendo de los cánones de la época para las persecuciones tras un atraco, a la película no le falta un solo detalle para triunfar entre toda la paja creada, porque tiene algo que llamaré “personalidad”, algo que se apoya en ese reparto infalible y que, lejos de dejar tufillo a gasolina quemada, consigue que aspiremos el culto por cada quiebro de volante que da el loco de Larry (y no tanto por el peinado elegido para él).